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Ciencia y democracia (y VI): una fecunda relación de parentesco

A lo largo de las cinco anotaciones anteriores he presentado una serie de reflexiones con el propósito de poner de manifiesto la fuerte vinculación existente entre la ciencia y la democracia.

En la primera repasé el origen común de la ciencia moderna y la ideología liberal. Esta sería la que inspirase la configuración de los sistemas democráticos modernos y las nociones acerca de la soberanía popular, la división de poderes y la libertad de credo.

La filosofía política que inspiró el posterior desarrollo de los estados democráticos fue producida por un conjunto de pensadores que, o bien eran científicos, o reconocían de forma explícita la gran influencia que aquellos habían ejercido en su propio pensamiento.

La segunda anotación se dedicó a presentar la figura de John Locke. Este había cursado estudios de derecho y de medicina. Ejerció de médico y fue también muy activo en política. Se implicó en los movimientos que acabaron con la entronización de Guillermo de Orange (Guillermo III) en el Reino Unido y la firma por parte de este de la Carta de Derechos, documento fundacional de la monarquía parlamentaria.

John Locke ha recibido en esta serie un tratamiento especial porque reunía en su persona la doble condición de científico y político. Además, porque su obra en el terreno del pensamiento político y en el de la epistemología se reconoce deudora de sus relaciones con los científicos más importantes de su época. Mantuvo estrechas relaciones con varios de ellos, y era miembro de la Royal Society.

En la tercera anotación nos hemos ocupado de la proximidad de algunos de los más relevantes fundadores de los Estados Unidos al pensamiento científico de la época.

La revolución norteamericana que dio lugar a la independencia del Reino Unido de las trece colonias fue el primer movimiento político inspirado en las ideas promovidas por Baruch Spinoza y John Locke. Por esa razón se podría decir que fue el primer movimiento político hijo de la Ilustración. Resulta por ello significativo que sus principales impulsores fuesen personas muy próximas a la ciencia o, incluso, científicos como Benjamin Franklin.

La cuarta anotación aporta las bases de una relación funcional entre desarrollo científico y democracia, basada en un conjunto de valores comunes.

En resumen, la compleja interacción con la generación de riqueza, la necesidad de un sistema formativo universal y de calidad, la necesidad de un ambiente de libertad, su carácter antiautoritario, su capacidad para autocorregirse y, por último, el reconocimiento común de la falibilidad del ser humano como ingrediente fundamental.

En la quinta se han presentado casos concretos que avalan la idea de que los regímenes autoritarios no propician un buen desarrollo de la ciencia.

Esta es una noción controvertida, pues hay quienes sostienen que el desarrollo tecnológico que alcanzaron la Alemania del Tercer Reich y la Unión Soviética bajo el régimen estalinista desmienten esa presunta incompatibilidad entre desarrollo científico y totalitarismo. El actual desarrollo científico chino puede acabar siendo un buen test.

Esta sexta y última anotación pretende ser una recapitulación.

Echando cuentas

Considerados en conjunto los datos aportados, creo que hay base suficiente para sostener que existe una relación funcional clara entre ciencia y democracia. Aunque, como es lógico, y tratándose de construcciones humanas, no es fácil, ni quizás posible, establecer relaciones causales firmes.

He querido someter a un cierto contraste empírico la existencia de ese paralelismo entre desarrollo científico y democracia, y para ello he recurrido a un análisis de correlación entre ambas variables.

Para el análisis he utilizado datos de producción científica (número de artículos en revistas indexadas al año por millón de habitantes) tomados de la National Science Foundation. Para reflejar el grado de desarrollo democrático de forma cuantitativa he optado por recurrir al índice de transparencia, en concreto a los datos que publica Transparency International, porque otros índices cuantitativos varían demasiado en cortos espacios de tiempo. El índice de transparencia es mucho más estable, pues la transparencia suele ser el resultado de largos periodos de tiempo de cultivo de las buenas prácticas propias de las sociedades democráticas.

He descartado los datos correspondientes a países con menos de medio millón de habitantes, pues sus condiciones se prestan a excesos o defectos de representación de determinadas actividades.

Los datos corresponden al año 2009 (n=150). Índices de correlación (r) para la producción científica y el índice de transparencia:

  • 0,89 (ponderando los datos con la población de los países).
  • 0,85 (sin ponderar los datos con la población de los países).

Como contraste, los mismos índices de correlación, pero entre producción científica y PIB per cápita (datos para el mismo año del Banco Mundial) son los siguientes:

  • 0’95 (ponderando los datos con la población de los países).
  • 0’83 (sin ponderar los datos con la población de los países).

Dado que también existe una fuerte correlación entre PIB per cápita e índice de transparencia (0’90 y 0,84 ponderando y sin ponderar, respectivamente, para la población) está claro que se trata de variables con fuertes correlaciones entre sí y entre las que, por otra parte, no se puede establecer relaciones simples de dependencia.

No obstante, el hecho de que todas ellas adquieran valores tan elevados para un número de datos tan alto indica que existe una fuerte vinculación entre transparencia (y sus principales condicionantes, democracia y libertad), actividad científica y riqueza.

Una relación de parentesco

Lo más probable es que esa vinculación no sea de carácter unidireccional, sino que se produzca de manera multidireccional, con la intervención de elementos adicionales. Si a los argumentos antes ofrecidos añadimos los datos de correlación entre esas variables, creo que se puede sostener con cierta confianza la idea de que democracia y ciencia mantienen entre sí una relación muy intensa y que la generación de riqueza es, a la vez, consecuencia y factor causal, y que es un elemento muy importante.

No era la intención de esta serie probar la existencia de una relación de dependencia mutua estricta entre ciencia y democracia sino, más bien, de defender lo que podría considerarse un estrecho parentesco entre ambas. Pienso que hay razones sobradas para pensar que tal parentesco existe, aunque se pueda esgrimir la existencia de excepciones.

Esta es una conclusión con importantes consecuencias prácticas. Debemos considerar como muy probable que desarrollo científico y democrático, si bien no se necesitan de manera inexorable, sí se benefician mutuamente de forma intensa. Por ello, la actividad científica encontraría en esa relación una poderosa razón, una más, para recibir el máximo apoyo posible por parte de la gente y de las instituciones.


Este artículo, firmado por el director de la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU y publicado originalmente en Cuaderno de Cultura Científica, finaliza la serie en la que el autor expone sus reflexiones con el propósito de poner de manifiesto la fuerte vinculación existente entre la ciencia y la democracia.

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