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¿Cómo evaluamos las publicaciones humanísticas?

“El conocimiento no es una vasija que se colma, sino un fuego que se prende” (Plutarco)

Como bien señalan los autores de La burbuja de publicaciones científicas alimenta la infodemia, asistimos a una inflación de publicaciones en muchas áreas científicas. Estamos inmersos en la cultura del publica o perece. Ya no se trata de pasar por la imprenta para dar a conocer nuestros trabajos, con el fin de que sean leídos y discutidos, dando pie a un intercambio de ideas.

¿Supeditación a los baremos?

En realidad se trata más bien de alimentar aplicaciones informáticas y coleccionar diversas credenciales que sustenten una procelosa carrera profesional. Se han impuesto los curricula de diseño, fabricados ex profeso para que las comisiones de turno puedan aplicar sus baremos casi como si fuesen tratados por simples algoritmos y no por expertos dotados de discrecionalidad técnica.

Quien tenga cierta experiencia en gestionar revistas científicas, colecciones de libros académicos o haya participado en alguna comisión evaluadora, habrá observado esa evolución curricular. El solicitante modela su quehacer en función de cómo será evaluada su producción y esto no deja de alterar tanto la metodología utilizada como los objetivos propuestos.

¿Han incrementado su calidad las publicaciones científicas en humanidades gracias a los diferentes factores de impacto? Resulta complicado responder a esta cuestión, a la vista del diferente volumen de publicaciones que presenta el periodo anterior y el descomunal incremento que ha introducido este sistema. Se cita más y en ocasiones incluso con la intención de nutrir esos marcadores, pero no es tan obvio que se lea con el mismo provecho e idéntica tranquilidad.

Metodologías dispares

Las disciplinas de humanidades necesitan reposo y no les conviene incurrir en la precipitación. En realidad los artículos publicados en una revista ni siquiera eran su medio más privilegiado y acorde con su quehacer. O cuando menos no había que tener un mínimo de artículos y atenerse a la posición que ocupen las revistas donde se publiquen.

Los libros, aunque recopilen trabajos previos, también tienen su importancia, dado que toda biblioteca supone un laboratorio para las tareas del humanista. También los capítulos en publicaciones colectivas cuya compilación también supone una labor editorial. E igualmente las laboriosas ediciones críticas de textos con sus consabidos estudios introductorios.

Esta labor no siempre goza de un reconocimiento acorde al empeño invertido, pese a proporcionar un instrumental muy valioso a los especialistas y al público en general.

Publicar cuanto antes el avance de una investigación para que sea tenido en cuenta por los especialistas del tema y asegure la prioridad en una eventual patente, puede ser un procedimiento imprescindible para ciertas ramas del saber de orden experimental. El problema es haber trasladado ese canon a territorios donde no resulta primordial ese proceder, convirtiéndolo en un referente fundamental a todas las comisiones evaluadoras.

Esa inercia se mantiene, aunque las últimas convocatorias de sexenios hayan logrado ir matizándola y atender a las especificidades de cada campo, al tener en cuenta la experiencia participada por los miembros de sucesivas comisiones.

Los prestigiados medios de difusión

Afortunadamente, tales comisiones cuentan con personas cuya discrecionalidad técnica les permite argumentar supuestos que no se ajusten cabalmente a ningún “lecho de Procusto” impuesto por determinados baremos. Sin embargo, se privilegia el medio de difusión y su clasificación en determinadas catalogaciones, relegando a un segundo plano lo sustantivo, es decir, los contenidos y las aportaciones del trabajo a juzgar, cuyo valor no siempre coincide con los rankings editoriales y las clasificaciones de revistas. Estos repertorios por otra parte tienden a contradecirse mutuamente, lo cual desvirtúa su carácter orientativo y relativiza el prestigio conferido a uno u otro medio, aunque se otorgue un predominio al más favorable.

Sin duda, el dictamen basado en revisiones por pares de doble ciego que las revistas utilizan para seleccionar sus artículos, constituye todo un avance, al moderar un posible clientelismo y eventuales arbitrariedades. Los evaluadores no conocen las autorías de los trabajos y sus autores ignoran quiénes les evalúan. Con todo, tampoco es una panacea inmejorable.

Al tratarse de colaboraciones voluntarias y no remuneradas, resulta muy aleatorio allegar los informes pertinentes. Algunos originales tienen suerte, sobre todo si se trata de temas muy especializados y sólo pueden ser considerados por un colectivo muy afín al tema tratado. Mientras que otros tiene peor fortuna, pese a su calidad intrínseca.

Aparentes buenas prácticas

Como en tantos otros lugares, aquí también proliferan los manuales de buenas prácticas y los códigos éticos, porque se desconfía de que un comportamiento correcto esté debidamente interiorizado. También se cuenta con herramientas cibernéticas para detectar plagios o publicaciones duplicadas, aunque como es natural no logran identificar las traducciones.

Como hay anécdotas que merecen ser presentadas como categorías, constato el caso de un impresionante curriculum con muchos artículos publicados en revistas bien acreditadas, trabajos que resultaron ser meras traducciones de textos ajenos. La estratagema funcionó y fue muy rentable hasta que un evaluador supo advertir la plena coincidencia con los capítulos de libros publicados en francés por sus auténticos artífices. Cabe por tanto aparentar un impecable ajuste literal a las normas conculcando plenamente su espíritu.

Pero lo realmente problemático es el ingente aumento del caudal de publicaciones cuyo ingente tamaño contribuye a la infodemia que nos circunda. Ni siquiera con las búsquedas informáticas y el acceso a medios digitales, resulta factible abarcar con un mínimo de rigor una bibliografía especializada que crece como si fueran células cancerígenas.

Parafernalia burocrática

Los impactos tampoco acreditan en ciertos campos una mayor valía. Por otra parte, los volúmenes colectivos requieren habitualmente una financiación, y esta práctica bastante generalizada supone un filtro perturbador que margina entregas de calidad relegadas a editoriales menos prestigiadas en las clasificaciones. Tampoco ayuda el que grandes corporaciones asuman la gestión de revistas otrora prestigiosas, donde se implanta una lógica mercantil. Se propende a que los autores o sus instituciones deban pagar para ser evaluados en una determinada revista y esto nos aleja una vez más de lo que debería protagonizar la publicación: su contenido, eclipsado por una compleja parafernalia que no cesa de aumentar.

Se ha puesto en marcha una implacable maquinaria burocrática que absorbe muchos recursos y energías, además de ocultar lo que debería ser primordial. Ya no se trata tanto de darse a conocer e interpelar a los colegas o al público en general, cuanto de obtener un certificado para poder solicitar una promoción, seguir en la brecha o mejorar discretamente la nómina, en el afortunado caso de tener una vinculación laboral estable.

Efecto mateo

En lugar de concentrar los esfuerzos en una tesis doctoral que demuestre un dominio del terreno a recorrer ulteriormente, hay que familiarizarse con una serie de baremos cada vez más pautados y que ahorman la estrategia de quienes aspiran a hacer una carrera universitaria o investigadora.

Ciertos estudios detectan algunas disonancias y las encuestas reflejan cierto malestar. Si bien esa incomodidad la suelen expresar abiertamente sobre todo los más veteranos. Quizá porque pueden comparar con una época en donde las reglas de juego eran distintas, por mucho que no dejaran de tener sus propias y abultadas imperfecciones.

Acaso conviniera revisar esta tiránica metodología, cuando menos en un ámbito como el de las humanidades, cuya especificidad no cabe homologar con otras ramas del árbol de la ciencia. Esto da lugar a que se hagan hegemónicas ciertas disciplinas muy concretas, que saben adaptarse mejor a esos criterios metodológicos y que luego se benefician del efecto mateo, arrinconando a sus pares de otras especialidades del mismo campo. ¿Es provechosa esta desmedida proliferación de unas publicaciones cada vez más tempranas e inmaduras que se rigen por criterios muy burocratizados y estandarizados?

Acceso abierto

Por de pronto, las revistas y servicios editoriales de las instituciones públicas deberían dar un paso al frente. Como se acordó en la Declaración de Berlín, los resultados que genere cualquier organismo público de investigación deben llegar a la sociedad en acceso abierto. Hace falta invertir en estos medios de difusión, vitales para dar a conocer lo que hacen sus integrantes, con el fin de potenciar su eficacia.

Esto no significa en modo alguno descartar la colaboración de las instituciones públicas con editoriales y fundaciones privadas. Porque además un mismo libro puede tener un doble canal de distribución con ejemplares en papel para bibliotecas y determinados usuarios, al tiempo que circula de modo gratuito en una versión digital.

Hay que contar en todo caso con presupuestos adecuados para poder pagar el trabajo de quienes realizan los preceptivos informes y con el personal técnico que pueda prestar su apoyo con dedicación plena, permitiendo así que los consejos editoriales puedan llevar a cabo su labor estrictamente académica sin verse asfixiados por las crecientes demandas técnico-burocráticas.

Lo que cuenta es hacer llegar a la sociedad los resultados de toda investigación pública y, en este sentido, parece oportuno que ahora se cuenten también con sexenios de transferencia, tras la experiencia piloto de 2018. Conviene subrayar esta vertiente de las publicaciones académicas, que además puede ayudar a hacer más asequibles nuestro modo de comunicarnos en general. Rigor y claridad no deben ser entendidos como términos antagónicos.

Diseñar el futuro

Filosofía y ética, las diferentes filologías o la historia, junto a muchas otras disciplinas del ámbito de las ciencias humanas y sociales, están revelándose más necesarias que nunca, en unos tiempos que precisan de una ciudadanía tan crítica como responsable.

Diseñar el modo en que las universidades e instituciones investigadoras valoren sus resultados equivale a plantearnos el futuro de las nuevas generaciones y el devenir de nuestra dinámica social.

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