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Cómo lograr que los jóvenes eliminen sus prejuicios sobre la vejez

El envejecimiento demográfico es un fenómeno que depende de muchos factores y tiene muchas caras, pues hay aspectos biomédicos, psicosociales, ambientales, etc., por los cuales las sociedades envejecen a un ritmo creciente en las últimas décadas.

Los avances científicos y sanitarios mejoran la salud y la calidad de vida, e incrementan su duración exponencialmente. Los cambios en las estructuras demográficas en los países avanzados y en vías de desarrollo no suponen un progreso en la reducción de los factores de desigualdad entre zonas más desarrolladas que otras, limitando la convergencia y modernización demográfica en grandes regiones del planeta.

En el caso de España –calificado como país del “Primer Mundo” por sus características geográficas, económicas y demográficas–, se observa cómo aumentan las migraciones de jóvenes al extranjero en búsqueda de oportunidades laborales, lo que disminuye la población activa.

Diferentes formas de pensar en cada edad

Estos y otros cambios sociales podrían provocar conflictos entre personas de distintas edades que coexisten en un mismo territorio, dadas las diferentes formas de pensamiento y escala de valores de cada edad.

A veces, olvidamos que un adulto mayor siempre es útil por su contribución a la sociedad, y especialmente en el ámbito doméstico-familiar. La abuelidad es fundamental en muchos hogares ya que, en la mayoría de los casos, suelen ser los encargados del cuidado y la educación compartida de menores mientras sus progenitores están ausentes del domicilio familiar.

Abuelos “canguros”

Es el caso del fenómeno de las abuelas y abuelos canguros, que han ayudado a amortiguar los efectos de las crisis económicas y los recortes de ayudas públicas en España.

En este contexto, serían necesarios espacios públicos de convivencia intergeneracional que ofrezcan la oportunidad a personas de distintas edades para cooperar entre sí y lograr hacer cosas juntos por el bien común.

Quizás problemáticas como la despoblación rural puedan solucionarse desde la perspectiva del reto intergeneracional, ya que no hay duda de que aquellas sociedades que potencien la relación entre generaciones podrán combatir el éxodo rural, acompañado de servicios públicos de calidad que retengan y refuercen sinergias entre el talento sénior y júnior.

Relación entre las sucesivas generaciones

La intergeneracionalidad es considerada como la relación necesaria entre las sucesivas generaciones para que una sociedad exista. La solidaridad intergeneracional, y más concretamente, el resultado de la huella generacional es imprescindible para la erradicación del edadismo, modificando las actitudes juveniles hacia la ciudadanía sénior en una sociedad para todas las edades.

El ancianismo, definido por Ricardo Moragas en 1991, es un prejuicio generado por desconocimiento de los potenciales de los mayores en la actualidad, con tendencia a la infantilización en el trato con adultos mayores.

Rechazo al proceso de envejecer

Lo peor es cuando los sénior aceptan tales prejuicios sociales y los incorporan a su identidad. Entonces, se produce un rechazo al proceso de envejecer. Como decía Simone de Beauvoir (1983), “nos negamos a reconocernos en el viejo que seremos”.

Esta imagen deformada de la vejez se origina principalmente desde los medios de comunicación cuando transmiten que las personas mayores son dependientes, pobres e inútiles socialmente. Habría que elevar a los mayores a la categoría de sujetos dignos de respeto e inclusión social, entendiendo la vejez como etapa de oportunidades, definida como la mayorescencia.

Si se quieren cambiar actitudes sociales es conveniente impulsar procesos de transferencia de conocimientos, experiencias y habilidades en las organizaciones desde el nuevo enfoque de la huella generacional. Así, deberían incluirse iniciativas de fomento de la intergeneracionalidad en colegios, universidades, empresas o administraciones en beneficio de todos.

La utilidad de los programas intergeneracionales

Los primeros programas intergeneracionales surgieron en EE UU a finales de la década de los años 60 por la creciente toma de conciencia sobre la separación geográfica entre miembros mayores y jóvenes de muchas familias americanas, con efectos negativos en ambas generaciones (Newman, 1997).

Hasta la década de los 90 eran programas de sensibilización que evolucionaron hasta abordar necesidades socioeducativas de los grupos de la misma edad más vulnerables, las personas jóvenes y mayores.

En las mismas fechas, se iniciaron los programas universitarios para personas mayores que favorecían el aprendizaje a lo largo de la vida como estrategia de integración social. Estos programas promueven la ciencia y la cultura entre las personas mayores de 55 años, al mismo tiempo que fomentan las relaciones intergenracionales.

Consolidación en España

Así, estos programas y los programas universitarios sénior se consolidaron en aras al envejecimiento activo y la solidaridad entre generaciones en España y el resto de países europeos. Por ejemplo, el cuidado de mayores y niños, el fortalecimiento de los sistemas educativos, el enriquecimiento de la vida de las personas jubiladas, la preservación de tradiciones culturales, la preocupación hacia el medioambiente o la mejora de los sistemas de apoyo comunitario a familias vulnerables.

Se ha observado que los jóvenes participantes en estos programas, dentro de un clima de escucha activa y cooperación entre personas de distintas generaciones, fortalecen su autoestima y optimismo, además de sentirse agradecidos por las experiencias de vida compartidas entre jóvenes y mayores.

Asimismo, mejoran su rendimiento académico y desarrollan valores de comprensión, respeto y solidaridad intergeneracional. Los jóvenes eliminan estereotipos y prejuicios sobre la vejez y las personas de edades avanzadas, lo que mejora también las relaciones entre generaciones familiares.

La metodología de la intergeneracionalidad también es beneficiosa para la ciudadanía sénior, pues esta experimenta mejoras en las capacidades cognitivas y emocionales, además de en su manera de afrontar deterioros geriátricos, ya sean físicos o neurológicos.

Igualmente, las relaciones sociales mejoran al aumentar la autoestima y la imagen que tienen de sí mismos, evitando las situaciones de aislamiento o soledad. Se comprueba la mejora de calidad de vida durante la vejez al sentirse útiles para las comunidades y sus familias.

Mayores cotas de bienestar

Estos programas ofrecen la posibilidad a muchas personas de distintas edades de experimentar la colaboración mutua para lograr mayores cotas de bienestar individual y social. En consecuencia, constituyen verdaderas escuelas de solidaridad que permiten a sus participantes aprender cómo interactuar y relacionarse con éxito en entornos multigeneracionales.

El hecho de compartir enseñanzas y aprendizajes potencia la equidad, la cohesión y la solidaridad entre las generaciones hacia una sociedad para todas las edades.

Como decía George Bernard Shaw, “no dejamos de jugar porque envejecemos, envejecemos porque dejamos de jugar”.

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