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Excrementos de urogallo en Muniellos, utilizados posteriormente para la extracción de ADN. Mariajo Bañuelos, CC BY-SA

El ADN como bola de cristal para estudiar los urogallos

Tigres y leones, abetos y mejillones, humanos y urogallos. Todas las especies están compuestas por conjuntos de individuos que viven en una zona definida: las poblaciones. Cada uno de ellos será hembra o macho, joven o adulto. Algunos estarán en condiciones de reproducirse, y otros serán todavía demasiado jóvenes. En un puñado de especies permanecerán sin contribuir a la reproducción, la conocida menopausia.

En las poblaciones, por lo tanto, aparecen sectores con diferente comportamiento, alimentación, crecimiento, supervivencia, y grado de interacción con otras especies. La demografía se ocupa de estudiar esos sectores, así como las características de cada población, casi siempre distintivas dentro del paraguas común de la especie a la que pertenecen.

Algunos biólogos nos dedicamos a estudiar la demografía de poblaciones de animales y plantas que requieren medidas de conservación por ser pequeñas, presentar un declive, o ambas cosas. Si las medidas planteadas para solventar sus problemas de conservación no se dirigen a los sectores correctos, pueden resultar ineficaces. Sin embargo, pocas veces serán sencillos los estudios de las poblaciones de animales salvajes. Menos aún cuando nos interesan especies esquivas, ya sea por su naturaleza o por la historia de persecución sufrida.

Un ejemplo de población peculiar y amenazada es la de urogallos (Tetrao urogallus cantabricus) de la Cordillera Cantábrica. Es objeto de preocupación conservacionista desde el último tercio del siglo pasado. Fue declarado en 2018 “en situación crítica” tras constatar una disminución drástica del área de distribución en solo tres décadas, e intuir una disminución similar del tamaño de la población.

La propia declaración advierte de que no tenemos datos precisos. No indica cuántos individuos quedan, a pesar de existir recuentos previos. Menos aún podrá calcular la supervivencia y la fecundidad, parámetros que determinan los cambios de tamaño de las poblaciones.

Esa escasez de datos y la dificultad de estudiar la demografía es común a la mayoría de las especies con las que compartimos la Tierra, amenazadas o no. ¿Cómo suplir estas carencias?

Las únicas aproximaciones posibles hasta hace poco eran las observaciones directas, o la captura y marcaje de individuos para posterior seguimiento. En el caso del urogallo la observación directa implica contar los machos vistos u oídos en las zonas de exhibición, en las que se reúnen durante el celo.

Sin embargo, esas observaciones no son censos en sentido estricto. Subestiman el número de hembras, mucho más discretas que los machos en plumaje y comportamiento. Subestiman también el número de machos subordinados, porque estos no se exhiben tan abiertamente ante las hembras. Son además conteos poco repetibles, al depender demasiado del esfuerzo invertido, de la experiencia de las personas implicadas, e incluso de la meteorología.

Una posibilidad de mejorar la información sobre las especies de interés proviene del “marcaje genético”. Si extraemos ADN de cantidades muy pequeñas de tejidos, o de excrementos, plumas y pelos, podemos identificar los animales presentes en una zona, sin necesidad de capturarlos o seguirlos.

Algunos urogallos, a vista de laboratorio. Mariajo Bañuelos

Analizamos la variación en ciertas regiones del ADN, conocidas como marcadores genéticos, para asignar las muestras recogidas en el campo a distintos individuos, y conocer su sexo y relaciones de parentesco. Si además el muestreo está adecuadamente planificado permitirá estimar la demografía de la población usando modelos numéricos equivalentes a los basados en recapturas físicas de individuos.

Volviendo al ejemplo de los urogallos cantábricos, en nuestro grupo de investigación comprobamos la eficacia de esos métodos a partir de tres temporadas de campo. Identificamos cada primavera entre 56 y 67 urogallos a partir del ADN extraído de excrementos y plumas, recogidos en los bosques del occidente de la Cordillera Cantábrica.

Pico El Connio y bosque atlántico caducifolio, en la sierra de Oubachu, suroccidente de Asturias. Mario Quevedo

A bastantes individuos los recapturamos genéticamente varias veces cada temporada. A algunos incluso los reencontramos en cada una de las tres. Esos encuentros y reencuentros permiten estimar el tamaño de la población en el área de estudio cada primavera, como si de una foto fija se tratase. Permiten también estimar el total de urogallos que frecuentaron la zona durante los tres años, sin coincidir necesariamente: 149 individuos. Es decir, un número de individuos logísticamente imposible de alcanzar con los métodos directos habituales.

El ADN dejado atrás por los animales, o extraído a partir de contactos mínimos, aporta además otra información más importante incluso para nosotros: la supervivencia de los individuos. En el ejemplo de los urogallos esta fue considerablemente menor en las hembras. Los parámetros básicos así estimados permiten derivar otros, como la tasa de incorporación y la de crecimiento de la población.

Aproximaciones indirectas de este tipo, sostenidas en el tiempo por los encargados de seguir las especies de interés, pueden servir para interpretar si algo va mal en las poblaciones. O para saber si las medidas de gestión llevadas a cabo están respondiendo a los objetivos fijados. Requieren, por supuesto, ser adaptadas a las peculiaridades de la biología de las especies y a las características de las poblaciones. Debemos saber a priori si los individuos se reúnen en zonas concretas en determinadas épocas, como hacen los urogallos y los tiburones ballena. Si forman grupos familiares, como los lobos, y si la población recibe o no inmigrantes. O si por el contrario tratamos con animales eminentemente solitarios como los glotones, a los que sin embargo podríamos atraer a puntos de muestreo.

Estos métodos indirectos no deben sustituir completamente a las observaciones directas, siempre necesarias. Sin embargo, ya no hay motivos técnicos que impidan seguir especies con métodos repetibles. Sí que es necesario mantener la financiación y la logística, por medio de laboratorios de referencia, para que el seguimiento de las poblaciones de interés esté a la altura de los avances científicos y tecnológicos.

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