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Sello cilíndrico. British Museum, CC BY-SA

En la Antigua Mesopotamia ya había brecha salarial

Una mujer, hace unos 4200 años, se dispone a recibir, por parte de un templo, una asignación de cereales en compensación por la labor desempeñada: la de escriba. Siglos más tarde, hace 3700 años, encontramos una composición en forma de diatriba que muestra la imagen ideal que de las mujeres tenían los autores –esta vez, hombres–: se ridiculiza a la receptora del mensaje por “su corta estatura… e incluso le está saliendo bigote”. Hace unos 3200 años una mujer, probablemente joven, adquiere un estatus jurídico masculino que le permitirá a todos los efectos comportarse como un varón: podrá heredar, rendir culto a los dioses familiares, etc. Y pasados unos siglos, hace aproximadamente 2800 años, encontramos a una mujer que gestionaba la casa real, que influía decisivamente en todos los asuntos de su reino, y que incluso llegó a gobernar durante unos años, como regente, el imperio más poderoso de la época.

Rescatando a las mujeres mesopotámicas del olvido

¿Qué tienen en común todas estas mujeres? Primero, que vivieron en la antigua Mesopotamia y que las conocemos porque son mencionadas en tablillas de barro, soporte de la denominada “escritura cuneiforme” que servía para expresar diferentes lenguas –en los casos arriba referidos, solamente el sumerio y el acadio–.

Ejemplo de escritura cuneiforme (Epopeya de Gilgamesh), Sulaymaniyah Museum, Irak. Osama Shukir Muhammed Amin FRCP / Wikimedia Commons

Segundo, que son ejemplos escogidos de las múltiples facetas que una mujer mesopotámica podía vivir a lo largo de la Historia (y la Historia de Mesopotamia dura hasta que la escritura cuneiforme muere, es decir, hasta el cambio de era: unos 3000 años). Tercero, que son testigos directos de mujeres de carne y hueso que vivieron en aquel pasado lejano y que por lo tanto nos permiten desmontar los estereotipos que, a través de filtros como los de la Biblia o Heródoto, han llegado hasta nuestros días.

Finalmente, que sus vidas han sido terriblemente desatendidas. Y no porque las fuentes cuneiformes sean de difícil acceso para quienes no son especialistas; desde hace mucho tiempo existen traducciones de estos textos a las lenguas modernas. La principal razón es que para buena parte de la historiografía tradicional no son relevantes, pues no beben de las esencias grecolatinas o judeocristianas que, se supone, debe incorporar toda civilización que se precie.

De la Historia a las historias

Pero entonces, ¿qué nos muestra exactamente, acerca de las mujeres y de la sociedad, una mirada a las vidas de estas mesopotámicas? Fundamentalmente, diversidad. No existió entonces, como tampoco existe ahora, un patrón fijo de mujeres; no podemos generalizar acerca de sus vidas. Hubo mujeres ricas y mujeres pobres, reinas y esclavas, madres e hijas, viejas y jóvenes, cantantes y bailarinas, tejedoras e hilanderas, emprendedoras, asalariadas y un largo etcétera de mujeres con vidas complejas y cambiantes.

Sello de la Reina Puabi de Ur. Nic McPhee/Wikimedia Commons, CC BY-SA

Afortunadamente, contamos con cientos de miles de textos, muchos esperando ser estudiados mientras yacen en la oscuridad de los almacenes de museos repartidos por medio mundo y otros todavía bajo tierra en la antigua Mesopotamia, en las castigadas tierras de los actuales países de Irak y Siria.

En estos textos antiguos se tratan temas de especial interés para nuestro presente, asuntos que están de rabiosa actualidad. Uno de ellos es la diferencia salarial entre hombres y mujeres; otro, la violencia de género.

La brecha salarial viene de lejos…

Sabemos que las mujeres mesopotámicas trabajaron en templos, cocinas, mataderos, tabernas o establos llevando a cabo tareas de diversa índole. Además en los textos tenemos también profesionales designadas como transportistas de materiales para la construcción, porteras, plañideras, nodrizas, tejedoras, molineras, hilanderas, fabricantes de aceite, barrenderas o cantantes, entre otras. Las mujeres, pues, no estuvieron confinadas en sus casas y desarrollaron trabajos que implicaron distintos grados de especialización, fuerza física y movilidad.

Como recompensa por la realización de estos trabajos, que solían ser por cuenta ajena (los templos y los palacios eran los principales garantes del empleo), las trabajadoras recibían un pago mensual en forma de asignaciones de cereal, complementado en ocasiones con entregas de dátiles, lana, aceite o incluso pescado. Las mujeres adultas de las categorías laborales más bajas recibían la mitad de cereal que los hombres adultos de categorías equivalentes.

¿Por qué se daba esta brecha salarial? ¿Quizás respondía a distintas necesidades de aportes calóricos? ¿O más bien a valores distintos otorgados a los trabajos de hombres y de mujeres en una sociedad que, en muchos aspectos, también las discriminó?

Cuenco usado como unidad de medida del cereal distribuido a trabajadores y trabajadoras, Institut für Altertumswissenschaften, Arbeitsbereich Vorderasiatische Archäologie, Universität Mainz. Schauschgamuwa/Wikimedia Commons, CC BY-SA

… Así como la violencia contra las mujeres

Los textos mesopotámicos son muy parcos al hablar del maltrato a las mujeres, que se consideraba un problema doméstico, pues se entendía que era un ámbito privado en el que el cabeza de familia (el varón) decidía. Sí, nos encontramos ante sociedades marcadamente patriarcales.

No obstante, a veces estas mismas fuentes nos dejan ver que el maltrato a las mujeres y el abuso de las mismas era habitual. Por ejemplo, en la más famosa de las recopilaciones legales babilónicas, el denominado “Código de Hammurabi” (siglo XVIII a. n. e.), se castiga al hombre que se acueste con su hija con la expulsión de la ciudad –una pena no demasiado dura, si contemplamos otras leyes del mismo corpus–.

Parte superior del Código de Hammurabi, Musée du Louvre. Luestling / Wikimedia Commons

En cambio otra recopilación legal, el “Código Asirio” (siglo XI a. n. e.), permite a un marido golpear a su esposa sin que incurra en ningún tipo de pena. Diferente sería que la hiciera abortar, a ella o a otras mujeres; entonces sí se impondría un castigo. Como se observa, se trata de casos muy concretos y circunscritos a los códigos de leyes. En cambio, la documentación privada de varias épocas proporciona numerosos ejemplos de mujeres que denunciaron a sus agresores (no familiares), quienes las habían maltratado.

A modo de conclusión

Una aproximación a las vidas de las mujeres mesopotámicas permite completar un retrato de la Antigüedad que, o bien ha dejado de lado estas sociedades preclásicas, o bien, cuando la ha considerado junto con las antiguas Grecia y Roma, ha olvidado a las mujeres o las ha presentado sin matices, estereotipadas.

Tenemos la suerte de poder leer sus vidas y escuchar algunas de sus voces; en adelante no podemos desperdiciar esta oportunidad única.

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