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Ramón Casas y Carbó, Después del baile, Art Renewal

¿Existe una cura para el bovarismo del siglo XXI?

“Soñar con otro destino más satisfactorio”: esta es la definición del verbo “bovaryser” (bovarizar) en francés. Es un verbo de base antroponímica, derivado del nombre de la heroína de la novela de Flaubert, Madame Bovary, publicada en 1856 en el periódico La Presse. Su representación de una esposa insatisfecha que busca la felicidad en sus amantes fue calificada de poco ética en 1857. Sin embargo, el éxito de la novela no ha decaído; ha dado lugar a numerosas adaptaciones cinematográficas y de cómics, como la película Gemma Bovery de Posy Simmonds.

Ya en el siglo XIX, Barbey d'Aurevilly utilizó el nombre de “bovarismo” para evocar la insatisfacción que lleva a soñar con otra vida y a buscar la evasión en el romance. ¿Es la propensión a soñar despierto más relevante que nunca? Y sobre todo, ¿es algo típicamente femenino?

Emma, mujer de hoy

Hija de campesinos, Emma Bovary recibió una educación superior propia de su clase social en un convento: allí aprendió música, danza y lectura. Leía Pablo y Virginia y a Chateaubriand, pero sobre todo las novelas de amor de la sirvienta del convento, que leía a escondidas en su cama.

“Se estremeció al levantar con su aliento el papel de seda de los grabados […] estaba detrás de la balaustrada de un balcón, un hombre joven con un abrigo corto que sostenía a una joven con un vestido blanco.”

Una vez casada con Charles Bovary –un médico rural viudo– siguió alimentándose de historias románticas suscribiéndose a gabinetes de lectura, el antecedente de las bibliotecas. Con Walter Scott o Hugo, soñaba con el amor en los castillos. Con Eugène Sue, un autor realista, imaginó la decoración de un hermoso piso parisino. Devoraba todas las revistas sobre la vida cultural de las mujeres parisinas:

“Se suscribió a la Corbeille, un periódico femenino, y a la Sylphe des salons. Devoraba, sin perderse nada, todos los reportajes de las primeras actuaciones, carreras y veladas, se interesaba por el debut de los cantantes, la apertura de una tienda. Conocía las nuevas modas, la dirección de los buenos sastres, los días de bosque o de ópera.”

Así, Emma vive su vida por obligación. La lectura de novelas destila un poderoso “veneno” en la mente de las mujeres, una especie de opio, dirán los jueces en el juicio de la novela.

La identificación del lector, que está en el centro del análisis de Umberto Eco en Lector in Fabula o de Vincent Jouve, se ha considerado a menudo como una característica de la lectura femenina. Los médicos del siglo XVIII hablaban de la delicadeza de la mente, la mayor sensibilidad e incluso la histeria de las lectoras. Mientras que los censores advertían a los maridos de que no se comparasen con los héroes de las novelas.

Hoy en día, las mujeres siguen leyendo más literatura que los hombres, e incluso son mayoría cuando se trata de novelas románticas. Las jóvenes Emmas contemporáneas leen novelas chick lit.

Les gustan las novelas que les hacen soñar con el amor, de Marc Lévy o Aurélie Valognes. Ven series y películas románticas en sus ordenadores en la cama, como Bridget Jones. En pareja, continúan con el romanticismo erótico, como el de Cincuenta sombras de Grey escondido en sus libros electrónicos. Siguen a los famosos –en las revistas, en Instagram o en TikTok– y sueñan con el amor frente a los realities(el 43 % de las mujeres ven estos programas, frente al 18 % de los hombres).

Una mujer que busca el amor

Sin embargo, después de vivir de forma vicaria, Emma se hunde en la depresión. Pensó que encontraría la felicidad en la maternidad, pero la realidad le decepciona y busca consuelo en sus amantes Rodolphe y luego Léon, que a su vez la abandonan cuando se vuelve demasiado romántica.

La visión de Flaubert vuelve a ser extremadamente moderna. La búsqueda frenética del amor se lleva a cabo hoy en día a través de sitios de citas que combinan modelos de consumo y la búsqueda del ideal, y que a menudo conducen a la desilusión. Asimismo, comienzan a desatarse voces sobre la maternidad y el posparto, como la de Illana Weizmann, creadora del hashtag #Monpostparto (#Miposparto) o los testimonios vinculados al hashtag #RegretMaternel (#Arrepentimientomaternal) recogidos en Mal d'être mère (La enfermedad de ser madre) de Stéphanie Thomas.

Una mujer que consume para compensar

Finalmente, Emma Bovary, para compensar sus carencias afectivas, se entrega a compras que la llevan a la ruina. Encarga los accesorios que necesita para interpretar el papel de sus sueños: pañuelos, vestidos e incluso “un escritorio, un portaplumas y sobres, aunque no tenía a nadie a quien escribir”. Se sueña a sí misma como heroína de una novela, escribiendo su historia hasta el gran papel final: su suicidio, ingiriendo arsénico que tiene “el horrible sabor de la tinta”.

En su ensayo de 2012 Beauté fatale (Belleza fatal), Mona Chollet exploró cómo los medios de comunicación empujan a las mujeres a gastar más y más para ajustarse al modelo dominante de seducción femenina. Eva Illouz, en El fin del amor, una sociología de las relaciones negativas, señala que nuestros contemporáneos idealizan la relación amorosa al tiempo que reivindican su libertad. Es la época de lo que ella llama emodities (mercancías emocionales) que compensan la falta de emociones en las relaciones: pequeños regalos, momentos de bienestar para sentirse –o decir sentirse– feliz.

Así que Emma Bovary sigue con nosotros: es una lectora en busca de amor y una víctima de la moda, como dijo Jean Rochefort.

¿Es el bovarismo típicamente femenino?

Obviamente, ni el deseo de amor ni la ensoñación son propiamente femeninos.

Se dice que Flaubert declaró “Madame Bovary, c'est moi” porque de adolescente cultivó el gusto por el romance, identificándose con Don Quijote soñando con un ideal.

Julien Sorel, en Le Rouge et le noir (El rojo y el negro), lee Le Mémorial de Sainte Hélène (El memorial de santa Elena) y se identifica con Napoleón. Sueña con la acción, es “ambicioso”, lo que tiene una connotación positiva en contraste con el bovarismo, que se equipara a una forma de pasividad. En el caso de los hombres, si no consiguen su objetivo, se les llama “ilusiones perdidas”. La novela de Balzac está siendo adaptada al cine, al igual que Eugénie Grandet, la historia de una hija única muy rica que sueña con el amor y se sacrifica por su primo. Las mujeres no podían tener otra ambición en el siglo XIX que la de servir a un hombre, pero –afortunadamente– estos modelos literarios están anticuados.

Las mujeres de hoy tienen muchas otras formas de realizarse, pero se les sigue invitando a pensar que el amor es la única aventura que les permitirá existir. Mona Chollet, en Reinventar el amor, o cómo el patriarcado sabotea las relaciones heterosexuales, analiza cómo el amor, en 2021, sigue siendo idealizado en películas, libros, revistas o publicidad. En nombre del amor, se invita a las mujeres a consagrarse, a hacerse pequeñas y silenciosas para ser amadas, a dar por sentado que sólo ellas llevan la carga mental de la pareja.

Ayudan a su pareja a progresar, a ofrecer su amor, a veces hasta la violencia moral o física. El hombre varonil es invitado a desconfiar del amor y a guardar su dinero, como Rodolphe, el seductor de Emma, que se niega a ayudarla. Para Mona Chollet, las mujeres modernas ya no encuentran sentido a estas relaciones demasiado a menudo desiguales: al hombre la acción, a la mujer el apoyo incondicional.

Modelos de mujeres de acción más que de amantes

El sueño de los ideales y del éxito es bastante encomiable. Daniel Pennac habla de una “enfermedad de transmisión textual” y de un derecho al bovarismo en Comme un roman (Como en las novelas). Pero luego hay que ser capaz de luchar por esos sueños. Emma soñaba con realizarse a través de Charles, que resultó ser un médico mediocre y un marido fuera de los códigos clásicos de masculinidad (no binario, diríamos hoy), pero cariñoso y entregado.

Emma Bovary luchaba por su “agentividad”, es decir, por su capacidad de actuar como mujer. Pero no tenía ningún modelo femenino activo, ningún Napoleón en sus lecturas. Si restauramos el lugar de todas las mujeres que han actuado en la historia, permitiremos que las jóvenes lectoras del siglo XXI tengan modelos fuertes e inspiradores.

Disney ha evolucionado sus heroínas con Elsa, Vaiana, Tiana, Mérida en Brave, Rapunzel o Mulán. A partir de ahora, las heroínas toman su destino en sus manos. En la literatura infantil, la serie Mortelle Adèle destaca a una antiheroína que no ama el amor sino la acción. Es muy popular entre los chicos y chicas jóvenes, que se identifican con Adele.

La inglesa Posy Simmonds ha dado con Gemma Bovary una versión de la novela en la que se invierten los papeles: es el panadero normando quien sueña con su bella vecina inglesa Gemma, con sus recuerdos de Flaubert. Gemma es una mujer moderna, que toma el Eurostar y se reúne con su amante en su furgoneta reconvertida… mientras Raymond sueña y lee en su cabaña.

Leer a autoras que han convertido sus sueños e ideales en poderosas creaciones es también una forma de salir de las representaciones anquilosadas. Maryse Condé, Margaret Atwood y Annie Ernaux figuraban entre los autores nominados al Premio Nobel de Literatura de este año. El Premio Nobel debe concederse a un autor “que haya demostrado un poderoso ideal” en su reflexión sobre el mundo, según las directrices de Alfred Nobel. Las tres presentan nuevas reflexiones sobre el mundo y sobre las mujeres, con heroínas modernas que forman parte de las reflexiones feministas del siglo XXI.

This article was originally published in French

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