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La incertidumbre de votar

El miedo paraliza. Un estímulo que alerta y activa una de las partes más primitivas del cerebro: la amígdala. El instinto de supervivencia nos advierte de un peligro y, casi de manera automática, nos hace correr en sentido opuesto. Solo con un adecuado control de las emociones, tras un largo aprendizaje de los marcadores de Damasio, somos capaces de tomar una decisión más racional. Mecánica que puede aplicarse a todos los ámbitos de la vida, también al comportamiento político.

Fue Paul Ekman quien identificó las cinco emociones, esas que PIXAR elevó a la categoría de mito cinematográfico. De todas ellas, dos resultan fundamentales para el comportamiento político, el miedo y la alegría. Dos emociones, dos reacciones psicofisiológicas, que se producen ante todo tipo de estímulos y que, en gran medida, pueden determinar nuestro voto.

Uno de los recursos más empleados, y eficaz, en la comunicación política es la campaña negativa. Ataques a la candidatura rival, programa, partido, etc. Todo objetivo es bueno si puede hacerse diana. Un clima negativo, al que en los últimos años han contribuido de un modo decisivo las fake news, genera dos respuestas probables: la ansiedad y el entusiasmo.

¿Dónde están las llaves?

Desde el punto de vista político, el cerebro no funciona de una manera muy diferente a como lo hace cuando no encontramos las llaves de casa. Palpamos nuestro bolsillo y, ante su ausencia, o bien entramos en pánico o intentamos actuar de manera racional. Es decir, podemos buscar a lo loco las llaves o tratar de recordar dónde las dejamos. Ambas reacciones, que responden a mecanismos psicofisiológicos del cerebro, guardan relación directa con el aprendizaje y el control de las emociones.

Son muchos los estímulos políticos que los ciudadanos reciben cada día. Un flujo de información que se incrementa durante la campaña electoral. Los partidos, las candidaturas, intentan crear un clima de intensidad y estrés que movilice a sus electores y desmovilice a los de sus rivales. Con este propósito, activan estrategias de campañas negativas que nos han permitido conocer el impacto de la ansiedad y el entusiasmo en el comportamiento político.

Son diversos los estudios (Robinson, Jost, Brader, etc.) que prueban el efecto distorsionador de la ansiedad en el comportamiento político. El reiterado uso de estímulos negativos no solo llama la atención del elector, también puede provocar su duda. Genera un escenario de incertidumbre en el que aquello que era seguro ahora es cuestionable. Por este motivo, el ciudadano se ve obligado a reconsiderar sus convicciones. La percepción de un posible error activa una secuencia lógica que lleva al cerebro a descartar cualquier información falsa. Sin embargo, la ansiedad que genera el clima de incertidumbre de la campaña negativa, impide racionalizar el proceso. En lugar de acudir a nuestra memoria, buscamos desesperados nuestras llaves por todos los rincones de la casa.

Desactivación del votante

Todo este proceso lo desencadena la activación del córtex dorsal medial. La zona del cerebro que se ocupa de la memoria a corto plazo, el razonamiento inferencial y el procesamiento de errores. Ante la falta de un control eficaz de las emociones, el cerebro toma por bueno el estímulo negativo. La disonancia entre la nueva y la vieja información debe ser solventada. El ciudadano acude al circuito informativo con la intención de recabar información adicional. Si la campaña negativa es eficaz y está bien dirigida, solo encontrará información negativa que termine por debilitar sus convicciones.

La eficacia de estas estrategias no está en la conversión del votante, algo complejo, pero sí en su desactivación. La creación de un clima de incertidumbre, la ansiedad que afecta a los electores, puede conducir a su desmovilización. Un efecto a corto plazo que prueba la solvencia de este tipo de técnicas de comunicación. Sin embargo, a largo plazo puede tener consecuencias mucho más perniciosas para el sistema político, pues puede conducir a una desafección permanente.

El aprendizaje, el control de las emociones, resulta fundamental para evitar la ansiedad. Dotar nuestro comportamiento de una mayor racionalidad evita que seamos víctimas de estas campañas negativas. Una sencilla regla, pero de difícil cumplimento dado el reducido interés por la política y el bajo consumo de información política existente. Son los ciudadanos menos formados políticamente y que, además, se informan principalmente por medios audiovisuales, las víctimas preferidas de este tipo de campañas. Solo el entusiasmo, la alegría, puede evitar un debilitamiento de nuestras convicciones.

Entusiasmo y serotonina

El entusiasmo por una candidatura, por un partido, genera el efecto contrario. Marcus, quien estudió la relación entre el entusiasmo y el compromiso político, demostró la importancia de esta emoción para las convicciones políticas. Aquellas candidaturas que ilusionan hacen a sus electores más inmunes a las campañas negativas. Ante un estímulo de este tipo no reaccionan con ansiedad, controlan sus emociones y refuerzan su posicionamiento ante el ataque. Es decir, tratan de recordar el lugar preciso en el que dejaron las llaves antes de empezar a revolverlo todo. Un mecanismo eficaz que evita procesar ningún posible error y que los aísla de los efectos de las campañas negativas.

El entusiasmo por una candidatura, ese escepticismo ante cualquier elemento negativo, ofrece una segunda recompensa. No solo evita nuestra exposición a estímulos negativos como las fake news, también nos proporciona un interesante premio. Votar según nuestras convicciones hace que nuestro cerebro segregue un buen chorro de serotonina.

La gestión de la ansiedad y el entusiasmo resulta fundamental para el comportamiento político. Generar un clima de incertidumbre, bombardear a los electores con todo tipo de estímulos negativos, forma parte de la estrategia habitual de las campañas electorales. Evitar el impacto que puede tener en los electores depende del aprendizaje y la formación política de los ciudadanos. Quizás también del miedo que puedan sentir por perder aquello que les entusiasma.

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