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Ilustración de un vehículo autónomo cerca de un paso de cebra, un peatón, un ciclista y otro vehículo.

Los vehículos autónomos también deberían ir a la autoescuela

La irrupción de coches y vehículos de reparto autónomos en nuestras carreteras y zonas urbanas representa una realidad cada vez más cercana. Más allá de la discusión habitual sobre la toma de decisiones desde un punto de vista ético, debemos preguntarnos si estás máquinas son fiables y confiables de cara a su convivencia con las personas.

En nuestro día a día interaccionamos con vehículos en zonas urbanas o interurbanas a todas horas. No nos preguntarnos quién está detrás del volante, si el coche respetará el semáforo que estamos a punto de cruzar, si el autobús se subirá a la acera provocando un accidente, o si la motocicleta atropellará a aquel peatón que no cruza por el lugar indicado. Suponemos que todos estos vehículos son conducidos por alguien con capacidad para hacerlo, pues es una persona que ha sido entrenada y evaluada en un examen.

Sin embargo, cuando el concepto de autonomía en la conducción se aplica a una máquina, nos asaltan dudas de todo tipo. ¿Tiene una máquina derecho y responsabilidad con esa autonomía? ¿Nos atropellará por algún motivo accesorio a nuestro comportamiento? ¿Interpretará adecuadamente nuestro comportamiento como conductores?

Seamos ‘justos’ con las máquinas

En la mayoría de ocasiones, el debate se centra en los aspectos éticos que conllevan determinadas situaciones de decisión. Sin embargo, estamos siendo injustos con las máquinas al evaluarlas en un dominio en el que ni siquiera los humanos nos ponemos, ni nos pondremos, de acuerdo.

Una posición bien diferente sería empoderar las máquinas, de igual forma que se realiza con las personas, para entrenar su autonomía en la conducción a través de una autoescuela. Si pensamos detenidamente, estos lugares permiten entrenar en conceptos ELSEC (éticos, legales, sociales, económicos y culturales) a las personas que allá acuden y probar de forma solvente su autonomía en la conducción.

Las normas de circulación son la expresión máxima de delegación por parte del Estado a las personas de una responsabilidad civil y penal. La limitación de circulación en vías urbanas a 50 km/h tiene mucho más que ver con el respeto cultural al peatón que con la capacidad de la vía para permitir velocidades superiores.

Igual sucede con la adecuación de velocidad en autovías cercanas a núcleos urbanos, una norma claramente social. El nuevo reglamento, por otra parte, hace inciso de forma cada vez mayor a la conducción económica en lo que refiere, por ejemplo, al cambio de marchas o las revoluciones del motor.

Como puede verse en los ejemplos anteriores, demostrar autonomía suficiente para la conducción tiene que ver con la capacidad para adoptar estos valores ELSEC mínimos. ¿Estamos en condiciones de afirmar que un sistema autónomo sería igualmente capaz de aprenderlos? Yo diría con rotundidad que sí, que un sistema autónomo posee la capacidad para superar pruebas evaluatorias similares a las que se están realizando en la actualidad en las autoescuelas. Por lo tanto, son merecedores de la misma confianza que aquella delegada en las personas.

En conclusión, instauremos un sistema de validación, en forma de autoescuela, para sistemas autónomos, independientemente del vehículo físico. Sometamos a estos sistemas a pruebas de evaluación y de conducción similares a las que someteríamos a las personas físicas. La superación de estas pruebas debería permitir avanzar en la confianza que depositamos en estos sistemas autónomos e ir más allás de debates estériles en forma de cuestiones éticas en las que ni las personas nos ponemos de acuerdo.

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