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Ocho maneras de repensar la clase de literatura: renovarse o morir

¿Terminará la literatura extinguiéndose definitivamente de los planes de estudio? El desinterés creciente de los estudiantes, apoyado por el impacto de la invasión digital en nuestras vidas, nos lleva a plantearnos una revisión profunda de la enseñanza de la literatura y plantear nuevas posibilidades didácticas. He aquí una lista de aspectos a reformular para una enseñanza más acorde con nuestros tiempos y nuestro entorno:

  1. Memorización vs. interpretación. En lugar de la memorización mecanizada de nombres de escritores, fechas de publicación y títulos de obras, datos fácilmente recuperables a través de cualquier búsqueda en Google, ¿no sería más útil promover la experiencia lectora? ¿No resulta más urgente la formación en la comprensión, interpretación y gusto propios?

  2. Cronología vs. proximidad. Estamos acostumbrados a seguir una trayectoria diacrónica lineal, pero no es fácil fomentar en el alumnado el gusto por la lectura partiendo de textos medievales. ¿No podríamos invertir el modelo y comenzar por obras más contemporáneas que se aproximen en mayor medida a sus coyunturas vitales? Necesitamos dar con libros que conecten con sus inquietudes.

  3. Canon vs. diversidad. La perspectiva que se nos ofrece de una literatura escrita, culta y canónica es limitada. ¿Por qué no apostamos por una visión más global que abarque la riqueza propia de la tradición oral? ¿Por qué no incluimos a la literatura infantil y juvenil? ¿Por qué no hablamos en las aulas de literatura de consumo y best sellers? ¿Por qué el canon se plantea como el punto de partida y no como el fin al que conducir a los más jóvenes?

  4. Mujeres visibles. Más allá de Rosalía de Castro o, con suerte, Gloria Fuertes, difícilmente encontramos ninguna autora en los planes de estudio. ¿Qué sucede con el talento de escritoras como Rosa Chacel, Almudena Grandes o Carmen Martín Gaite? ¿En qué momento va a existir en el currículo una real paridad de género? Recordemos la importancia de la representación, especialmente en etapas en las que nuestro desarrollo cognitivo, intelectual y personal se encuentra en un momento tan crítico.

  5. Asimilar vs. producir. El estudiantado se limita a asimilar de forma pasiva el material unilateralmente seleccionado por parte del educador. ¿Y si prestamos la atención pertinente a la propia expresión del alumno y potenciamos su creatividad mediante producciones escritas? ¿Y si damos una relativa cabida a los intereses de los estudiantes? ¿Por qué todos leemos lo mismo si nuestros gustos no tienen por qué ser similares?

  6. Innovación docente. La transformación reside en un proceso de formación e innovación docente que incluya un compromiso ético y una implicación personal con las necesidades literarias del alumnado. También es irremediable la conversión hacia lo digital, alejada de discursos apocalípticos sobre el futuro de la literatura. La literatura está más viva que nunca, de hecho, está expandiéndose en todas direcciones y adaptándose a los nuevos medios.

  7. Humanidades verticales vs. interactividad e interdisciplinariedad. Aprovechemos esta oportunidad para readaptarnos al contexto de las humanidades digitales. Despojémonos de nuestros prejuicios e introduzcamos en las aulas fenómenos como el fanfiction. Fomentemos la interdisciplinariedad y conectemos la literatura con la pintura, con la música, con lo audiovisual. Promovamos la escritura colaborativa, escuchemos a Barthes y rompamos con esa relación vertical impuesta entre lector y autor. Acerquémonos a nuestros escritores a través de las redes. Integremos la discontinuidad, la interactividad, la multimodalidad. Democraticemos un canon que hasta el momento ha encarnado unos criterios ideológicos y elitistas.

  8. Recordemos el porqué. Tomemos conciencia de la importancia de la literatura a la hora de desarrollar el espíritu crítico, la introspección, la empatía, la capacidad imaginativa. Ya lo decía Todorov en La literatura en peligro (2009):

    “La literatura, más densa y más elocuente que la vida cotidiana, me permite descubrir mundos que se sitúan en continuidad con ella y entenderlos mejor. Amplía nuestro universo, nos invita a imaginar otras maneras de concebirlo y de organizarlo. No solo no es un simple divertimento, una distracción reservada a las personas cultas, sino que permite que todos respondamos mejor a nuestra vocación de seres humanos”.

Ofrecer a los demás el privilegio de la lectura es el deber de todo educador. No desaprovechemos el poder transformador que esto supone.

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