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Vicky Luego en El Golem. Centro Dramático Nacional

¿Por qué Mayorga vuelve a un teatro más filosófico con ‘El Golem’?

El dramaturgo madrileño Juan Mayorga es en la actualidad uno de los autores más aclamados y reconocidos del panorama teatral contemporáneo español. Ha obtenido numerosos premios, como el Nacional de Teatro (2007) o el Premio Max al mejor autor, y es actualmente miembro de la Real Academia de la Lengua Española.

Su ascenso en apenas dos décadas ha sido abrumador. El joven que estrenaba con 27 años Más ceniza en la sala Cuarta Pared, con entradas a 900 pesetas (era 1994), ha pasado a ser representado en el Teatro La Abadía, el Español o el María Guerrero.

Presente en las principales carteleras españolas e internacionales, la última obra de Mayorga, El Golem, ha sido considerada el estreno de la temporada. Y también una sorpresa.

Un gólem llega al teatro

En los últimos años, las propuestas teatrales de Mayorga –versiones, adaptaciones o piezas propias– han sido garantía de éxito y una apuesta segura para los espectadores. El Golem, dirigido por otro grande de la escena actual española, Alfredo Sanzol, era una obra muy esperada por público y crítica.

La historia se sitúa en una crisis del sistema de sanidad pública. La joven Felicia, pareja de Ismael –ingresado en un supuesto hospital por una enfermedad rara– firma un contrato para que él pueda completar su tratamiento médico a cambio de que ella memorice unas palabras, unos textos e incluso unas ideas. Esto la irá transformando física y psicológicamente en otro ser, perdiendo del todo su propia identidad.

Felicia desconcierta al espectador porque (al final lo entendemos) se convierte en un gólem, figura mítica de la tradición judaica que evoca a una criatura que cobra vida cuando le introducen la palabra sagrada. Mayorga nos habla así de un individuo creado artificialmente con palabras de otro(s), como el Frankenstein del siglo XX que todos podemos llegar a ser a partir de lo que leemos, escuchamos, creemos y repetimos día tras día.

Tras su estreno, los críticos lo calificaron como “teatro oscuro”, “complejo”, “filosófico”. Los espectadores, al final de la función, comentaban con asombro su desconcierto y primeras percepciones acerca de la trama y sus claves de sentido. También opinaban con inquietud de los significados de lo que acababan de presenciar sobre las tablas. La puesta en escena de negros sobre negros orquestada por Sanzol y complementada con una mortecina iluminación y una turbadora música hitchcockiana incrementaba más si cabe la atmósfera de angustia.

El monólogo final de la protagonista apela al público. Quiere que este se sienta identificado con su lucha por la libertad de pensamiento y conocimiento crítico frente a un pueblo dormido y sometido a interesados discursos dominantes, alienadores y al servicio de los poderes opresores. Habla el gólem.

Filosofía sobre las tablas

He aquí la principal razón para volver a un teatro filosófico y complejo. Con El Golem, Mayorga ha querido que sus espectadores no olviden lo que a él en verdad le atrajo desde un principio a cultivar el género.

El público recibe un recordatorio claro de cuáles son los principios constitutivos y más genuinos del arte teatral mayorguiano. El autor, licenciado en Filosofía y Matemáticas y doctorado con una tesis de filosofía en torno a la obra de Walter Benjamin, concibe el teatro como un arte al servicio de sociedad, político, comprometido, formulador de preguntas, suscitador de reflexiones y estímulos. Así, el espectador debe identificar lo escenificado sobre las tablas con su propia realidad y llevarlo consigo más allá de la sala teatral.

Para Mayorga el teatro es, sobre todo, una herramienta de agitación de conciencias, y su función primordial es, como la de la filosofía, incitar a pensar.

Cierto que, debido a la consagración y celebración del autor como un habitual en las carteleras españolas, así como por su capacidad para potenciar la teatralidad de los temas que aborda o plantea, sus últimos títulos trataban asuntos serios y trascendentes con tintes amables y notas de humor.

Años atrás, el peso del pensamiento filosófico era más evidente en sus obras y también la gravedad y complejidad de la selección de temas. Esto sucede, por ejemplo, en El jardín quemado, Más ceniza, Hamelin, El traductor de Blumemberg, la densa primera versión de La lengua en pedazos, Cartas de amor a Stalin o Himmelweg.

Fotografía de la representación de Hamelin. Teatro de La Abadía

En realidad, la filosofía nunca ha abandonado las piezas mayorguianas: Schopenhauer se pasea por Intensamente azules (2021), Spinoza por Himmelweg (2011) y Benjamin por todos sus dramas.

Pero en El Golem, Mayorga retira cualquier concesión al humor y deja ver los mimbres filosóficos de su teatro. Explora aquí el doble potencial del lenguaje para ocultar el horror y engañar o para transformar y liberar. Es decir, el dilema filosófico entre vivir en el ser con la palabra o vivir al margen del ser y morir. Otras claves para reflexionar son la cercanía entre barbarie y cultura o realidad y ficción. El público acumulará dudas que le obligarán a reflexionar.

Mayorga vuelve al principio

Su dramaturgia es filosófica porque busca ocuparse de la verdad y desenmascararla. Ideada hace años, pero reescrita durante la pandemia, El Golem supone la conciliación del autor consigo mismo, sus orígenes, su formación, sus preocupaciones constantes (identidad, poder del lenguaje, invisibilidad del horror, traducción, límites entre ficción-realidad, mapas), y su voluntad original de desestabilizar e inquietar al público.

Lo que importa son las ideas del espectador, provocar su desconfianza hacia lo que se dice (…) y no derivar una imagen del mundo, sino más bien una sospecha.

Mayorga pronuncia estas palabras en una entrevista en 2003 pero explican perfectamente El Golem. En sus comienzos Mayorga decidió escribir un teatro independiente y alternativo a las obras comerciales. Él nunca hizo teatro comercial stricto sensu. Pero, tras títulos “amables”, presenta El Golem, más árido, más filosófico, más puramente él. Esto no significa que su próxima obra vaya a ser oscura y de tanta complejidad filosófica, sino que con esta pieza ha querido dejar claro que su teatro no es solo para entretener y divertir, sino para pensar.

Ahora, desde una posición canónica y con un público asegurado, Mayorga se permite la libertad de asombrar y visibilizar su propuesta teatral. Pero, aunque ha sorprendido, El Golem es coherente para su autor y con su teatro.

Fotografía de El Golem. Centro Dramático Nacional

Como él ha declarado, «una cultura que se pretenda resistente contra el dominio del hombre por el hombre ha de comenzar en la sospecha de sí misma. […] Solo una cultura crítica respecto de sí misma podría agitar la crítica hacia el mundo y no ser leal compañera de la barbarie».

Ahora más que nunca, en estos tiempos difíciles, el dramaturgo madrileño plantea un teatro creador de conflictos: no insignificante, sino cargado de sentidos, complejo, filosófico, «de excelencia» para que la gente «sienta que merece la pena salir, y volver» al teatro, representado o leído. Volvamos.

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