Adquirimos lenguas en un proceso mimético e intuitivo que apenas conlleva esfuerzo; las aprendemos mediante la asimilación consiciente de las normas gramaticales y de uso.
Aprender un idioma es mucho más que aprender a decir cosas en otro código: nos expone a experiencias culturales, históricas y sociales cristalizadas en la lengua. De mayores apreciamos esto aún más.
Una mala competencia ortográfica va unida irremediablemente a una deficiente competencia de lectura y escritura en los ámbitos formales: entre ellos, los educativos.
Abandonar los programas bilingües no es la solución: hay que mejorarlos y dotarlos de más recursos, y aprender de los errores. El aprendizaje a través de una segunda lengua está aquí para quedarse.