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Aleksei Navalny, el novichok y mi correo electrónico

Todo tiene un límite. Hace ya unos años tuve mi primera (y última) experiencia como directivo y ésta fue breve, intensa y un auténtico desastre. Llegaba todos los días al despacho con una nube en la cabeza o, mejor dicho, con un oleaje de tareas, correos y reuniones pendientes, campando a mis anchas por mis circunvoluciones cerebrales.

Un buen día, cuando me dejé caer en la silla del despacho, abrí el correo electrónico y vi cómo una legión de correos electrónicos iba cayendo hacia el fondo de la pantalla como millares de piezas de Tetris acumulándose. Sin embargo, a diferencia del famoso juego de Atari, las piezas no paraban de caer cuando llegaban al borde de la pantalla: seguían precipitándose más y más correos electrónicos mientras mis ojos, posados en el centro de la pantalla, ya no se molestaban en seguir algún tipo de movimiento a la vez que toda mi mente alcanzó un trance del cual solo salí cuando el contador de correos me anunció que tenía 243 correos sin leer.

Sin dudarlo un segundo, al día siguiente presenté mi dimisión.

Las células también se “queman”

Aunque nos parezca difícil de creer, no somos los humanos los únicos que podemos acabar “quemados” por recibir demasiada información (o un estímulo) durante mucho tiempo. La mayoría de nuestras células dejan de responder ante la sobreestimulación, o mejor dicho se desensibilizan. Si bien a simple vista no parece un proceso muy romántico, desensibilizarse es tremendamente útil para los seres vivos. Si las células de nuestro oído estuvieran transmitiendo la información del zumbido de un aparato eléctrico, además de lo que nos dice una persona mientras hablamos con ella, sería muy difícil comunicarse. Es más eficiente, eliminar ese estímulo continuo (el zumbido) y focalizarnos en la conversación.

Los farmacólogos saben muy bien que las células se desensibilizan cuando estamos en un tratamiento crónico con un fármaco. Por eso frecuentemente optan por ajustar la dosis, cambiar de fármaco o dejar de tomarlo temporalmente. Una célula del oído desensibilizada dejará de transmitir un determinado estímulo, un receptor táctil desensibilizado dejará de responder ante el roce de la ropa y una célula muscular desensibilizada dejará de moverse.

Quizá pueda parecernos atractivo el que las células “descansen” cuando están desensibilizadas, pero algunas de ellas no deberían parar de funcionar, al menos si queremos seguir vivos. Imaginemos que las células del diafragma, el principal músculo respiratorio, se desensibilizaran: dejaríamos de respirar y moriríamos por asfixia. Algunos venenos, entre ellos armas químicas como el gas sarín, el VX o novichok, desensibilizan las células musculares asociadas al esqueleto, como es el diafragma.

La tecla “supr” celular

En mi día fatídico viendo cómo caían los correos electrónicos bien podía haber pulsado la tecla “supr” (¡gracias informáticos del mundo por crearla!). Si lo hubiera hecho habría borrado algunos correos y no me hubiera desensibilizado, aunque me hubieran despedido. Muchas células tienen esa tecla “supr” que les permite evitar que se desensibilicen, y esto es especialmente relevante en células que no deben dejar de responder.

En concreto, en las células musculares esqueléticas existe una enzima que cumple las funciones de una tecla “supr”, y se llama acetilcolinesterasa. Cuando a estas células les llega mucha información, la acetilcolinesterasa se encarga de –coloquialmente hablando– eliminar unos cuantos correos, para que las células musculares puedan seguir realizando su función. Esto es, para que sigan contrayéndose y podamos movernos y respirar.

Para desgracia del político ruso Aleksei Navalny, el principal rival de Vladimir Putin, el novichok con el que parece que fue envenenado en agosto bloquea la acetilcolinesterasa. Es decir, que aunque tengas la tecla “supr” en el teclado no funcionará por mucho que la pulses, y músculos muy importantes como el diafragma, el corazón y algunas glándulas empezarán a dejar de responder, llevando al organismo a la muerte.

Aleksey Navalny y Julia Navalnaya, en el centro, durante una protesta en febrero de 2020 en Moscú. Shutterstock / Gregory Stein

La acetilcolina y el alzhéimer

El novichok y análogos (el gas sarín, VX y algunos pesticidas, como el malatión o el paratión) son compuestos organofosforados que modifican covalentemente la estructura de la acetilcolinesterasa, impidiendo la hidrólisis de la acetilcolina. Pero existen también bloqueantes de la misma enzima cuyo efecto no es tan potente, porque no modifican su estructura. Dentro de este grupo se encuentran compuestos como la galantamina, extraída de algunas especies del género Galanthus o la fisostigmina, extraída de Physostigma venenosum. Son conocidos como bloqueantes reversibles de la acetilcolinestera y, a diferencia de los bloqueantes irreversibles como los organofosforados, tienen uso clínico.

¿Para qué podemos querer bloquear, aunque sea reversiblemente, la acetilcolinesterasa? En algunas enfermedades como el alzhéimer, las neuronas que producen acetilcolina van degenerando más rápidamente que en un paciente sano, explicando parte del déficit cognitivo. Sin los “mensajes de acetilcolina”, nuestro sistema nervioso no puede almacenar muchos recuerdos nuevos.

Una forma de mejorar parcialmente los síntomas de la enfermedad es, frente a la menor cantidad de acetilcolina en el sistema nervioso, bloquear su destrucción. O mejor dicho, bloquear la acetilcolinesterasa, haciendo que ese mensaje químico dure más tiempo. Ese es el uso de fármacos como la rivastigmina o la galantamina.

En definitiva, bloquear la tecla “supr”, puede resultar muy útil en algunas enfermedades, aunque también podemos bloquearla con consecuencias muy dañinas. Afortunadamente, parece ser que los médicos del Hospital de la Charité de Berlín que han estado tratando a Navalny han podido arreglar esa maravillosa tecla que nos hace ver la vida un poco más fácil.

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