Menu Close
Recreación del intercambio de neurotransmisores entre neuronas en el espacio sináptico. Vink Fan/Shutterstock

Atajos hacia el placer: la peligrosa cara oculta de la “hormona de la felicidad”

En una sociedad en la que la búsqueda del bienestar y el placer instantáneo se han convertido en prioritarios, es fácil caer en la tentación de buscar atajos para sentirse mejor. Sin embargo, cuando hablamos de recurrir a fármacos o drogas, es crucial entender la compleja interacción cerebral de la serotonina.

La serotonina, o 5-hidroxitriptamina (5-HT), es un neurotransmisor que ha merecido el nombre de “hormona de la felicidad” por su papel en la regulación del estado de ánimo, el sueño y el apetito; en definitiva, porque ayuda a mantener un estado emocional equilibrado, aunque no siempre sea tan estimulante como sugiere su apodo.

En el cuerpo humano, el 90 % del total de la serotonina se encuentra en el tracto digestivo y en los trombocitos o plaquetas. El resto reside en las neuronas. Aunque su biosíntesis a partir del aminoácido triptófano tenga lugar en los intestinos y en el cerebro, es importante subrayar que no puede atravesar la barrera hematoencefálica (sistema que impide la llegada de sustancias potencialmente dañinas al cerebro y el sistema nervioso), por lo que el cerebro debe producir toda la que necesite consumir.

Por eso, los tratamientos para la depresión y otras afecciones mentales no suministran serotonina directamente, sino que desencadenan reacciones para aumentar sus niveles en el cerebro modificando el comportamiento de las denominadas neuronas serotoninérgicas, aquellas en las que tiene lugar la síntesis de la hormona.

Liberación y recaptación de la serotonina

Cuando dos neuronas se comunican entre sí, la emisora de la señal (presináptica) libera neurotransmisores 5-HT al pequeño resquicio (espacio sináptico) situado entre ambas, donde serán recogidos por los receptores de la neurona postsináptica. Cuando hay un exceso de serotonina libre en el medio, los llamados autorreceptores 5-HT1A se estimulan e inhiben la liberación de la hormona en las terminaciones nerviosas.

A la izquierda, esquema de una neurona serotoninérgica. Entre la terminal presináptica (TPRE) y la postsináptica estimulada por la anterior (TPOS) hay un espacio sináptico. En la región somatodendrítica (RSD) se muestran varios autorreceptores 5-HT1A. A la derecha, esquema de un autorreceptor 5-HT1A. Andrés García Juvera.

Las terminaciones neuronales no captan todos los neurotransmisores 5-HT emitidos: muchos quedan “flotando” en el espacio sináptico, donde son capturados por unas proteínas –los transportadores de serotonina (SERT)– que los devuelven a las neuronas presinápticas.

A la izquierda, transportador de serotonina (SERT) que, cuando aumenta la concentración de serotonina (5-HT) en los espacios sinápticos la transporta hasta las neuronas presinápticas. Ctro. Los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS) bloquean los SERT. El resultado es un aumento de la concentración de serotonina en el espacio sináptico. Como consecuencia de lo anterior, aumenta la concentración de serotonina en las regiones somatodendríticas (derecha). Andrés García Juvera.

En los casos de depresión y otros trastornos mentales existe muy poca serotonina en los espacios sinápticos, hasta el punto de que, ávidas de este neurotransmisor, las neuronas postsinápticas crean muchos receptores para recibirlos. Los inhibidores ISRS y otros fármacos antidepresivos bloquean las bombas de recaptación y permiten que se acumule más y más serotonina en el espacio sináptico.

A la izquierda, en respuesta a la estimulación serotoninérgica, la neurona reduce el número de receptores 5-HT1A en un fenómeno conocido como regulación a la baja. Debido a que hay menor cantidad de estos receptores en su región somatodendrítica, la neurona presináptica se desinhibe y la tasa de liberación de serotonina en el espacio sináptico aumenta, lo que estimula a los receptores postsinápticos serotoninérgicos (derecha). Andrés García Juvera.

Cuando perciben que hay más cantidad de neurotransmisor disponible, las neuronas postsinápticas empiezan a disminuir el número de receptores, porque ya no necesitan tantos. Entonces, la neurona relaja su estricta norma de no liberar nada, y comienza a poner en circulación serotonina y a activar al resto de neuronas del circuito.

El síndrome serotoninérgico

El exceso de serotonina en el circuito no produce precisamente una felicidad desbordante, sino el síndrome serotoninérgico, una afección compleja y potencialmente mortal. Por regla general, se debe a medicamentos o interacciones farmacológicas que sobreestimulan los SERT del cerebro y la médula espinal, lo que desencadena una reacción en cadena de alteraciones neuromusculares y cognitivas.

Los síntomas incluyen inquietud, agitación, ansiedad, insomnio, delirio, rigidez muscular, hipertermia, taquicardias, escalofríos, náuseas, vómitos y diarrea. El síndrome serotoninérgico grave puede provocar convulsiones, insuficiencia orgánica y coma.

La lista de medicamentos relacionados con la toxicidad de la serotonina es larga. Incluye desde antidepresivos y antiepilépticos, pasando por preparados a base de hierbas como la hierba de San Juan y el ginseng, hasta drogas psicodélicas como el LSD y el éxtasis.

Continuamente se descubren nuevas combinaciones de medicamentos capaces de disparar los niveles de la hormona de la felicidad, que pueden presentarse en dosis y composiciones con efectos individuales variables. Además, el síndrome serotoninérgico es poco común, por lo que no se detecta fácilmente en ensayos clínicos controlados aleatorios.

Un viejo conocido

Los registros históricos sugieren que este síndrome puede haber existido mucho antes de la aparición de los fármacos modernos. Sus síntomas coinciden con los de los brotes de “ergotismo convulsivo” que plagaron las aldeas de la Europa medieval y contribuyeron a frustrar las invasiones rusas de Hitler y Napoleón. Fueron consecuencia del consumo de centeno infestado por el cornezuelo (Claviceps purpurea).

La ingesta accidental de centeno infestado por el cornezuelo (Claviceps purpurea), cuyos alcaloides son agonistas de la serotonina, produce efectos similares al síndrome serotininérgico.

Con todo, la verdadera incidencia del síndrome serotoninérgico es difícil de diagnosticar, ya que muchos casos no se detectan o se confunden con otras alteraciones psicóticas.

Difícil de detectar

Existen diversos test diagnósticos, como los de Sternbach (1999), Radomski (2001) y Hunter (2005), pero todos tienen limitaciones, especialmente en la detección de casos leves o atípicos.

Dado que no se conoce una prueba específica, el síndrome es difícil de identificar y suele pasar desapercibido. En urgencias, donde se acostumbran a atender los casos agudos, rara vez lo detectan o lo pueden confundir con la ansiedad o con el síndrome neuroléptico maligno.

¿Cómo se trata?

El tratamiento consiste en suspender los fármacos que lo provocan. La mayoría de los casos se resuelven en 24 horas, pero los episodios graves pueden requerir intervenciones más agresivas, como ventilación mecánica o medicamentos antagonistas de la serotonina.

Las benzodiazepinas se suelen utilizar para controlar la agitación, la administración de líquidos intravenosos previenen la hipotensión y son necesarias medidas de enfriamiento para la hipertermia (temperatura corporal demasiado alta). Algunos medicamentos como el propranolol o la clorpromazina, que alguna vez se consideraron eficaces, ahora se suelen descartar debido a su potencial para empeorar síntomas como la hipotensión y la hipertermia.

A pesar de algunos avances, continúan los retos para el diagnóstico y el manejo del síndrome. Incluso con un diagnóstico adecuado, el tratamiento es complicado por la rápida progresión de los síntomas de leves a graves y a la prolongada vida media de algunos fármacos, que pueden hacer que dichos síntomas persistan.

Demasiada serotonina no equivale a mucha felicidad. Por el contrario, puede terminar en una situación poco divertida en las urgencias de algún hospital.

Want to write?

Write an article and join a growing community of more than 191,100 academics and researchers from 5,059 institutions.

Register now