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Aula con pocas mesas y sillas y muy luminosa.

Cinco pautas para el regreso a una universidad con calidad

La calidad universitaria es un tema tan recurrente como controvertido. La tentación habitual oscila entre asociarla al discurso de la excelencia y la meritocracia, o partir de una visión demasiado catastrofista, en la que todo parece ir mal y puede ir incluso peor.

En ambos casos, los efectos suelen ser contraproducentes, se refuerzan estereotipos y, al final, las energías se disipan, postergando de nuevo el debate.

Sin embargo, como ha sucedido en otros ámbitos, la pandemia nos urge a afrontar cuanto antes la discusión y, esta vez, sin margen de demora: ¿qué calidad puede garantizarse en estas circunstancias?

Así ha “aguantado” la institución

Durante los últimos meses, las universidades han respondido como mejor han podido. Sin duda, se ha tratado de una situación sobrevenida para todos los sectores que, si bien ha destapado algunas limitaciones, también ha permitido mostrar la capacidad de resiliencia de las instituciones.

Estas respuestas sobre la marcha pueden considerarse un sugerente aprendizaje sobre lo que hacer y lo que no, pero no deben convertirse en pauta de actuación para el futuro, ya que lo que en un momento ha sido útil, en otro se transforma en vicio.

La pregunta ahora es: ¿qué pasará cuando arranque el curso 2020/2021? Si gestionar lo imprevisto es difícil, adelantarse a lo incierto lo es aún más. Ya no vale decir que no se sabe. Estudiantes y resto de comunidad académica necesitan certezas. No hay una respuesta única, y las opciones son tantas como posibles los escenarios, pero en todos los casos se requieren decisiones que establezcan criterios claros.

¿Cuál será el futuro de la enseñanza?

Algunas universidades han optado por declarar ya virtual el próximo curso. También hay voces que plantean hacer de la necesidad virtud, y aprovechar la coyuntura para poner en marcha una transición permanente hacia una modalidad de enseñanza que combine lo presencial con lo digital, y que aborde otras cuestiones de fondo, como las clases magistrales, las prácticas o la dinámica de trabajos.

Sea uno u otro el camino, habrá una cuestión crucial que va a hacer más difícil el punto de partida: el presupuesto disponible. Muchas de las medidas que se quieran implementar van a necesitar de fondos adicionales en un momento en el que, probablemente, estos no lleguen o en el que, incluso, lo que nos encontremos sean recortes.

Más creatividad e innovación

Esta situación va a exigir mayores niveles de creatividad e innovación en el interior de las universidades. Las respuestas no pueden ser las habituales porque las interrogantes que se abren tampoco lo son. Esto obliga a pensar en cuestiones y problemáticas que ya estaban ahí, pero que en el contexto de la COVID-19 adquieren una nueva dimensión.

Para ello, es imprescindible identificar las distintas realidades y anticiparse a los inconvenientes de las diferentes alternativas, sobre todo a aquellos efectos que puedan acentuar las desigualdades, aumentar la exclusión o incrementar la tasa de abandono.

Con el propósito de avanzar en esta dirección, proponemos cinco pautas que pueden servir de guía para abordar el debate sobre la calidad universitaria y que, lejos de pretender ser un recetario, se plantean como claves para la acción. Si usamos un símil futbolístico, no se trata tanto de ofrecer un esquema de juego determinado, como de sugerir algunos atributos que todo buen equipo debería incluir en su manera de jugar.

  1. Transparencia.

    La transparencia como principio aspira a producir un efecto igualador, ya que parte del supuesto de que todo el mundo tiene derecho a saber. Si bien, para que sea efectivo es necesario que se den, al menos, dos condiciones:

    La primera es la publicidad activa promovida por las propias universidades, de forma que se publique información clara, comprensible y actualizada de todas sus actividades a través de los distintos canales digitales con los que cuente (web, correo institucional, redes sociales).

    La segunda está relacionada con la facilidad de acceso y la capacidad de cualquier miembro de la comunidad académica de solicitar información.

    Ambas condiciones pueden contribuir, además, a remediar dos problemas típicos (y bastante desgastantes) de las universidades: el oscurantismo burocrático con el que en demasiadas ocasiones ven envuelto su funcionamiento y la lentitud en la respuesta, cuando no la falta total de contestación.

    La mayoría de las comunicaciones lo son hoy digitales, y ello puede favorecer clarificar criterios, armonizar normativas y explicar procedimientos de manera visual, así como a abrir canales de comunicación bidireccional que ayuden a saber a quién dirigirse y a hacer seguimiento en tiempo real del estado de la consulta.

  2. Flexibilidad.

    Proveer certezas no implica tomar decisiones rígidas, sino establecer distintos caminos ante ciertos escenarios. Lo que suceda en los próximos meses es difícil de saber. Las posibilidades de que haya rebrotes, de que las cepas del virus se vuelvan más agresivas o de que, por el contrario, se encuentre una vacuna pronto están sobre la mesa.

    A pesar de la situación cambiante, las universidades deben planificar distintos itinerarios, sin descartar que puedan darse escenarios mixtos. Ello va a requerir de una importante capacidad de adaptación, donde los cambios de escenario se experimenten con cierta naturalidad y la transición de unas medidas a otras se produzcan tan ágil como suavemente, facilitando a todos los actores la entrada en la nueva fase.

  3. Equidad.

    Si una constatación ha dejado los meses de confinamiento es la falta de equidad en muchos ámbitos de la vida social. La universidad no es una excepción. Muchas de las desigualdades que permanecían hasta ahora más o menos encubiertas se han destapado y ha quedado en evidencia la necesidad no solo de contener la brecha sino de reducirla hasta cerrarla.

    Se han constatado las dificultades de muchas y muchos estudiantes para compaginar la universidad con responsabilidades familiares, con situaciones en las que asumen un papel relevante en los cuidados o en la economía doméstica.

    Del mismo modo, se ha hecho visible la precariedad que sufre una parte importante del profesorado y del personal administrativo, con serios problemas para encontrar un espacio adecuado para el teletrabajo, agravado en ocasiones por la necesidad de conciliación y una conexión inestable a internet.

    Estas desigualdades reproducen, además, un notorio sesgo de género, recayendo en las mujeres buena parte de las cargas, como el cuidado de los hijos.

  4. Equilibrio.

    En relación al último aspecto, la falta de equidad tiene mucho que ver con la ausencia de mecanismos correctores que ayuden, por ejemplo, a conciliar la vida laboral con la doméstica.

    Esto lleva a plantear una reflexión sobre el uso (y abuso) de los tiempos, de forma que se piense en un modelo que permita mantener un equilibrio entre el tiempo dedicado al trabajo y el resto de la vida cotidiana.

    En los últimos meses esta relación se ha descontrolado, provocando una confusión sobre cuándo empiezan y terminan las labores académicas en todas sus dimensiones (docencia, investigación, gestión), provocando en muchos casos situaciones inadmisibles.

    Poner en orden esta situación implicará, entre otras cosas, plantear un equilibrio entre las distintas tareas universitarias, entre las clases sincrónicas y las grabadas, entre las explicaciones teóricas y las prácticas, entre los exámenes y la evaluación continua, entre la tutorización y el trabajo autónomo y, muy probablemente de ahora en adelante, entre lo presencial y lo virtual.

  5. Diálogo.

    Si algo va a demandar los próximos meses es escucha y diálogo, comprensión mutua y una buena dosis de paciencia. Las universidades deberán esforzarse por crear un clima amable en la que los diferentes actores que componen la comunidad universitaria sean capaces de entender las razones y circunstancias del “otro”.

    Es probable, además, que por la propia naturaleza cambiante de lo que se viene, durante el próximo curso aumente el número de quejas y reclamaciones. Para afrontarlo de la mejor manera, será vital que los centros se doten de mecanismos accesibles y ágiles para tramitar las distintas demandas y que permitan resolver los conflictos a través de arreglos justos y de la forma más consensuada posible.

La calidad desde un nuevo punto de vista

Estas cinco pautas son un buen arranque para contextualizar la discusión y plantear el debate sobre la calidad desde otro punto de vista distinto de los que tradicionalmente se han utilizado.

En definitiva, si planteamos mecanismos de gobernanza urgente para escenarios inciertos, la universidad puede ser un terreno fértil para experimentar dichos cambios e imaginarse horizontes futuros.

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