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Cómo hablar de sexualidad con personas con discapacidad

Vivir nuestra sexualidad sin prejuicios, lejos de creencias erróneas o sentimientos de culpa y de forma que favorezca el crecimiento personal y relacional debería ser el objetivo de toda educación sexual. Tanto en los años escolares como en cualquier otro momento de nuestra vida. Vivirla de manera ajustada, libre y placentera es uno de los mejores indicadores de salud y bienestar global que podemos tener.

Cada uno de nosotros partimos de una herencia biológica que interactúa con miles de elementos ambientales que facilitan (o dificultan) el desarrollo de nuestra sexualidad.

Esa herencia es única en cada persona. Sin embargo, compartimos los elementos culturales que nuestra sociedad ha ido construyendo y que determinan aquello que está bien o mal en la expresión sexual. Por ejemplo, fijan qué estímulo debe despertar nuestro deseo sexual y cuál no.

¿Cuándo debemos empezar a hablar de sexualidad?

En este proceso de socialización sexual deberíamos aprender a disfrutar de lo placentero y a sentirnos cómodos y seguros compartiendo esas experiencias con otras personas o con nosotros mismos.

Independientemente de las capacidades que mostremos cada uno, el proceso es el mismo. Por ello, es necesario abordarlo de manera sencilla y positiva y facilitar su integración con el resto de áreas de desarrollo.

Los niños suelen hacerse preguntas desde muy pronto (¿cómo nacen los niños? ¿de dónde he venido yo?) y debemos darles respuestas claras y sencillas (sin utilizar muchas metáforas) desde que muestran este interés.

No obstante, las familias y el personal educativo sigue teniendo prejuicios y miedos a la hora de trabajar la sexualidad argumentando desconocimiento sobre la forma más adecuada de hacerlo.

Las necesidades sexuales, también intactas en personas con discapacidad

Esto es aún más evidente cuando la persona presenta algún tipo de discapacidad. El entorno suele mantener una imagen de debilidad y necesidad de protección sobre ellas. Esta actitud interfiere en sus intereses y puede llegar a negar sus necesidades afectivas y sexuales.

Si la discapacidad es física o intelectual o si esta se presenta desde el nacimiento o se adquiere más tarde también conllevará actitudes diferentes por parte de familiares y cuidadores.

Además, la sociedad tiende a visualizar a estas personas como asexuales, infantilizándolas e impidiéndole evolucionar en todos sus ámbitos. Sin embargo, estas necesidades suelen mantenerse intactas y pendientes de ser satisfechas para sentirse realizados.

Por tanto, resulta necesario abordar este tema como trabajaríamos cualquier otro aspecto del desarrollo. Es decir, animándoles a preguntar y dando respuestas claras a sus dudas, indicándoles lo que puede expresarse en público y aquello que pertenece al ámbito de la intimidad.

También debemos animarles a manifestar cuándo se sienten inseguros o molestos con alguien. En definitiva, formándoles y ayudándoles a ser independientes y facilitar su integración.

Cada persona, con o sin discapacidad, experimentará intereses diferentes. Por eso, hay que abordar las necesidades sexuales partiendo de cada realidad individual y alejándonos de generalidades y estereotipos.

Esto nos permitiría reconocer también la diversidad existente, atendiendo a los procesos de desarrollo de la identidad (sexual o de género) o la orientación sexual que manifiesten.

En España se ha conseguido una ley que permite a cualquier persona con discapacidad tomar las decisiones que considere oportunas respecto a sus propiedades o intereses. Es también el momento de ofrecerles una educación sexual integral, tanto a ellas como a sus familiares, pues es la mejor forma de que vivan conforme a sus derechos sexuales.

El deseo sexual en las personas con discapacidad

En primer lugar, la discapacidad física suele conllevar una valoración diferente por parte de las personas del entorno, excepto en los casos de grandes afectados donde la dependencia llega a ser absoluta.

Si la dificultad acompaña al sujeto desde el nacimiento, la adaptación a la misma se realizará de manera gradual y manifestará sus necesidades sexuales y afectivas conforme a la educación recibida y las posibilidades que se le hayan ofrecido.

Por otra parte, en personas adultas que han adquirido esta discapacidad con posterioridad podemos encontrarnos con distintas situaciones. En primer lugar, aquellas en las que la lesión ha afectado gravemente a los órganos sexuales e impiden el desarrollo de una respuesta sexual completa (pero en muchas ocasiones, no del deseo).

Por otro, aquellas en las que la afectación no impide la ejecución de las diferentes fases de la respuesta sexual pero la persona está impedida para la autoestimulación o para poder compartir esta experiencia con una pareja.

En estos casos, la figura del asistente sexual es demandada por diferentes colectivos y cuestionada por otros. Esta figura es muy común en países de nuestro entorno como Alemania, Suiza, Holanda o Dinamarca y tiene un importante control por parte de las autoridades sanitarias.

Estas personas ayudan a las que tienen discapacidad a acceder sexualmente a su cuerpo o al de una pareja dándoles libertad para decidir y para disfrutar. Merecedora de un debate sanitario fuera de toda ideología, y a sabiendas de la dificultad de que esto ocurra, es una propuesta importante en el ámbito de los derechos individuales.

En cualquier caso, tanto educadores como familiares deben recibir formación adecuada para poder trabajar un desarrollo sexual sano en las personas con discapacidad. Las asociaciones de familiares y profesionales pueden ser un buen lugar de encuentro donde compartir los temores o dudas y buscar experiencias que puedan resultar útiles para cada caso.

¿Cómo puede intervenir la pareja sexual?

Igualmente, resulta necesario ofrecer información a las parejas de aquellas personas cuya discapacidad, ya sea por trauma o enfermedad degenerativa, haya irrumpido en la vida adulta.

No solo deben aprender nuevos cuidados sino hacerles partícipes para desarrollar nuevas estrategias de comunicación. Para ello es necesario informarles sobre las consecuencias de la enfermedad sobre la respuesta sexual y las alternativas que existen (médicas o psicoterapéuticas) para seguir disfrutando la sexualidad en común.

Lo mismo sucedería con las enfermedades crónicas. Sus tratamientos pueden tener una afectación directa sobre la capacidad sexual (por ejemplo, sobre la capacidad erectiva, orgásmica o sobre la intensidad del deseo).

Pero esta afectación también dependerá de la calidad de la relación de pareja y de las relaciones sexuales previas a la enfermedad. En cualquier caso, siempre debe ser objeto de tratamiento o rehabilitación.

Abordar la sexualidad en la consulta médica

No obstante, la falta de formación en sexología de una buena parte del personal sanitario hace que el tema de la sexualidad no se aborde en las consultas hospitalarias ni de atención primaria tanto como se debería.

Debe ser el sanitario el que pregunte, valore y contemple las repercusiones que la enfermedad haya podido tener sobre el área sexual así como exponer las posibles consecuencias de algunos tratamientos. De lo contrario, el paciente tendrá dificultades para hacerlo y entenderá que no es un tema prioritario para su salud.

Sin embargo, para el personal sanitario también es un tema delicado, pues consideran en muchos casos que pertenece al intimidad del paciente. Preguntar sobre el bienestar en general, sobre las relaciones de pareja o sobre si se ha producido algún cambio en el apetito o la conducta sexual puede ser una buena manera de comenzar a hablar de este tema.

En definitiva, no abordar la recuperación de la esfera sexual implicará una rehabilitación deficiente y el posible desarrollo de una patología añadida a la original.

Por todo lo comentado, la educación sexual y la formación en sexología de los profesionales se hace urgente. No podemos seguir postergando poner en marcha la única herramienta posible para que se puedan alcanzar los derechos sexuales de las personas.

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