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Retrato de una mujer con atuendo victoriano, entre 1890 y 1910.
Retrato de una mujer con atuendo victoriano, entre 1890 y 1910. Australian National Maritime Museum’s William Hall collection, CC BY-NC

¿Cómo vivía una mujer en la época victoriana?

En el Reino Unido, la época victoriana debe su nombre al reinado de Victoria (1837-1901), una de las soberanas más admiradas y longevas de la historia.

La situación de la mujer en este período y lugar está determinada por la Revolución Industrial, que abarcó desde la segunda mitad del siglo XVIII hasta la primera mitad del siglo XIX, siglos en los que el Reino Unido se convirtió en la “factoría del mundo”. Todo ello propició numerosos cambios, como la emigración del campo a la ciudad o la concentración de la clase trabajadora en los suburbios de las ciudades.

Esta consideración de “fábrica universal” se vio favorecida por la existencia de un Imperio británico que alcanzó su máximo apogeo en esta etapa. Así, la materia prima se obtenía en las colonias británicas repartidas por todo el mundo y se llevaba a la metrópolis, donde era manufacturada. Después, los artículos producidos en el Reino Unido se vendían y exportaban para el consumo de vuelta en las colonias.

Un mapa de 1886 hecho por Walter Crane en el que se muestran, en rojo, las áreas controladas por el Imperio británico.
Un mapa de 1886 hecho por Walter Crane en el que se muestran, en rojo, las áreas controladas por el Imperio británico. Wikimedia Commons

Dentro de las transformaciones que se produjeron, el concepto de clase social empezó a tomar fuerza. Apareció y se consolidó una clase media a la vez que nacía el proletariado, lo que provocó que la situación de la mujer en esa época estuviese directamente relacionada con la clase social a la que pertenecía.

Valores morales propios en las clases trabajadoras

En definitiva, las vidas de las mujeres victorianas podían ser muy diversas dependiendo de su entorno.

Para empezar, la emergente clase media trató de imponer sus valores morales a una incipiente clase trabajadora, que tenía los suyos propios. Estos estaban caracterizados por la solidaridad y la relajación en las prácticas sexuales, hasta el punto de que, en las zonas rurales, un embarazo antes del matrimonio era deseable para demostrar la fertilidad de la pareja.

Dos mujeres con ropa de trabajo, cestos en la cabeza y aceiteras en las manos.
Fotografía de dos trabajadoras de superficie en una mina británica, entre 1860 y 1890, por W. Clayton. Wikimedia Commons

Las mujeres de clase trabajadora estaban condenadas a una vida monótona y muy dura. Trabajaban largas horas en las minas y las fábricas, o como sirvientas, lavanderas o costureras, para ayudar a la economía familiar, ya que el sueldo del progenitor no era suficiente. Muchas de ellas incluso tenían que dedicarse a la prostitución temporal o de forma permanente para mantener a sus familias. Entre los miembros de su clase esto se veía como una actividad laboral más.

Estas mujeres encadenaban un embarazo detrás de otro. Tenían familias muy numerosas donde todos los hijos e hijas contribuían a la renta familiar con su trabajo a partir de cierta edad, y en diversas ocasiones se veían solas o abandonadas por sus maridos o compañeros. Muchos de estos hombres eran a menudo violentos y adictos al alcohol, lo que las acababa dejando desprotegidas.

Ángeles del hogar en las clases medias

Aunque no se dedicasen al trabajo manual, las mujeres de clase media debían cumplir con los estereotipos asociados a su género de acuerdo con el concepto de “ángeles del hogar”. De hecho, aquellas que tenían una vida sexual activa eran conocidas como “mujeres caídas” o “ángeles caídos”. Entre éstas se encontraban aquellas que habían sido seducidas y abandonadas por sus amantes y las que se dedicaban de una forma más o menos explícita a la prostitución. La falta de medios y la “mancha” que acarreaban las llevaban a ejercer este trabajo que no era tolerado por sus semejantes.


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Sus atributos estaban relacionados con sus papeles fundamentales de esposas y madres, y entre ellos se encontraban la pureza, la falta de deseo sexual, la sumisión, la dependencia, la fragilidad y la empatía.

Todos estos conceptos estaban estrechamente relacionados con la denominada “teoría de las dobles esferas” que se aplicaba a hombres y mujeres. De acuerdo con esta teoría, la esfera pública –el trabajo, los negocios y la vida social– pertenecía a los hombres, mientras que la esfera privada –el hogar y la familia, protegidos del vicio y la corrupción del exterior– pertenecía a las mujeres.

Una mujer y sus hijos reciben a un hombre al llegar a casa.
El ‘ángel del hogar’, la mujer que reinaba en el territorio privado, en casa y con la familia. United States Library of Congress

Dentro de la clase media, se podían distinguir diferentes estratos: clase media-alta, clase media y clase media-baja. La situación de las mujeres podía ser ligeramente diferente en cada uno de ellos, y pasar de ser un elemento casi decorativo a colaborar con el marido en las empresas y negocios familiares. También había una amplia gama de mujeres de clase media que contaban con asistentas y sirvientas de clase trabajadora para llevar sus hogares y hacer las tareas domésticas.

Vidas confortables pero desiguales en las clases altas

Finalmente, las mujeres de la aristocracia británica llevaban unas vidas económicamente confortables y una actividad social relevante. Esto implicaba contar con residencias en el campo y la ciudad, especialmente en Londres, en las que pasaban diferentes temporadas y acudían a distintos tipos de eventos. Entre estos se incluían el teatro, los bailes, los tratamientos termales o las visitas.

Dibujos de una mujer con un vestido elegante y otra con ropa de trabajo.
La diferencia entre una mujer de la aristocracia (a la izquierda) y una mujer de la clase trabajadora (a la derecha) en la época victoriana. Wikimedia Commons

En cualquier caso, es necesario recalcar que en este período, en cualquier clase social, las mujeres se encontraban siempre en una situación de inferioridad con respecto a los hombres. Sus vidas podían ser precarias no sólo en el terreno económico, sino también en el emocional, ya que la inmensa mayoría de ellas no tenían acceso a la educación ni al mundo laboral de los hombres, llevando unas vidas arduas y sin poseer los mismos derechos que tenía el género masculino.

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