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¿Crean rechazo quienes se preocupan por el medio ambiente?

Reducir, reutilizar y reciclar. La protección del medio ambiente ha convertido a estas tres erres en un mantra para algunos. Las personas concienciadas con estos términos están habituadas a llevar a cabo acciones como disminuir el uso de ciertos alimentos, aprovechar el agua sobrante de labores domésticas y separar la basura según tipo, entre otras.

En el otro lado de la balanza están aquellos que no llevan a cabo estas rutinas o, cuando menos, les otorgan menor importancia. ¿Llegan estas personas a sentir rechazo por la gente que se preocupa por el medio ambiente? En general, puede decirse que sí, aunque la intensidad de la afirmación depende del tipo concreto de comportamiento.

Complejos (in)conscientes

Existen hábitos de corte ambiental con cierta trayectoria histórica y, por tanto, más consolidados a nivel popular. El ejemplo más claro de ello probablemente sea el de la separación de residuos domésticos. De hecho, recientemente se cumplieron 40 años de la instalación del primer contenedor para reciclar vidrio en España.

Aunque el progreso en este campo siga requiriendo campañas de concienciación, no existe un sentimiento de rechazo tan notable entre ciudadanos. Este suele ir dirigido más bien hacia las Administraciones cuando ciertas personas se sienten demasiado exigidas o dudan del tratamiento final que se hace de esos residuos. Quien no ha escuchado alguna vez aquello de “qué más da, si luego lo juntan todo”.

Sin embargo, cuando se trata de otras prácticas, es más habitual que ese sentimiento negativo sí vaya dirigido a otros ciudadanos. Este es el caso de la moda ecológica, por ejemplo. Como demostró un reciente estudio de la Universidad de Princeton, en nuestra sociedad se juzga mucho la vestimenta de las personas. En ese sentido, vestir con materiales alternativos puede generar cierto rechazo por los prejuicios que ello implica.

Igualmente, comprar ropa de segunda mano también puede despertar actitudes contrarias. Aunque esta opción está evolucionando a pasos acelerados y hoy en día existen muchos conceptos de segunda mano y razones distintas para comprar ropa de este tipo, todavía hay gente que lo considera como algo cutre. En última instancia, esta reacción sería una muestra más de desprecio entre clases o estratos sociales en función del poder adquisitivo, algo inherente al ser humano desde tiempo inmemorial.

También puede existir una componente de rechazo general hacia lo distinto. Hay personas que tienden a adoptar ciertos hábitos o rutinas porque consideran que son los correctos o los más normales. De esta forma, todo aquello que se salga de esos límites puede causar ciertos reparos.

En este sentido, detrás de este desprecio al prójimo puede existir miedo hacia las debilidades de uno mismo, dando lugar a una forma de proyección como mecanismo de defensa. A su vez, esto puede deberse a que, en el fondo, esa gente tenga cierto complejo de inferioridad en comparación con las personas que muestran actitudes más respetuosas con el cuidado del medio ambiente.

El impulso de llevar la contraria

Uno de los temas más candentes en estos términos tiene que ver con los hábitos alimenticios. La creciente presión a que se está viendo sometido el planeta ha puesto en el disparadero la sostenibilidad de nuestra dieta. Como resultado, buenas prácticas como la compra de productos locales o la reducción en el consumo de carne han saltado a la palestra promovidas por organizaciones internacionales como el IPCC o la FAO.

Un sector de la población no ha recibido bien estas recomendaciones. De hecho, han llegado a provocar el efecto contrario al deseado en algunos casos, con gente jactándose de comer carne como muestra de desafío o rebeldía. Por el contrario, la realidad de los datos ha impulsado a otras personas a tomar mayor conciencia sobre sus costumbres alimenticias.

En estas circunstancias, la coincidencia de estas corrientes puede hacer surgir ciertos conflictos. Las personas sin intención de ajustar sus actos de consumo pueden percibir una actitud de superioridad moral en aquellas que sí lo hacen, llegando a sentir cierto grado de aleccionamiento y condescendencia por parte de las últimas.

Responsabilidad individual para un bien común

Como consumidores, ¿qué nos hace llegar a tener un comportamiento o consumo responsable? De acuerdo con el modelo de cambio en el comportamiento del consumidor, tenemos frenos y también reforzadores para desarrollar un comportamiento responsable, consciente o sostenible.

Entre los principales frenos se encuentran la comodidad, la rapidez, la utilidad, el precio y la difusión de la responsabilidad, que se divide entre todos los participantes. Es decir, el hecho de que la responsabilidad de mantener un planeta sostenible dependa de todos puede hacer que nos sintamos menos responsables (“total, por uno”, “total, por esta vez”).

En el otro lado encontramos los potenciadores: la preocupación por la propia salud, el acceso a la información, nuestros valores (altruismo, empatía, igualdad y cooperación, etc). Todo ello hace que nos comportemos de forma congruente con nuestros pensamientos y valores, generando hábitos de conducta como el reciclado o el consumo sostenible que nos proporcionan emociones positivas y bienestar.

La manera en que las personas acogen y asimilan todos estos factores está causando cierta polarización en la sociedad. Los datos y la evidencia científica son indiscutibles y hablan por sí solos, incidiendo en la importancia de tomar responsabilidad individual para alcanzar resultados colectivos encaminados hacia un futuro más sostenible.

No obstante, la exteriorización de los comportamientos y hábitos también es trabajo de cada uno. En este sentido, si realmente se quiere contribuir a proteger el planeta, las personas con conciencia medioambiental deberían optar por actitudes instructivas y tolerantes para poder influir positivamente en el resto y ayudar a que remen en la misma dirección.

De igual modo, aquellos reacios a alinear sus costumbres con el cuidado del medio ambiente también tienen una responsabilidad con el bien común. Para ello, es necesario comenzar por aprender a flexibilizar las rutinas propias y esforzarse en aceptar posturas distintas a las arraigadas en el día a día de cada uno. Como suele decirse, lo único constante en la vida es el cambio.

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