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¿Cuál es el estilo oratorio de los políticos para ganarse al electorado?

La clasificación de los tres estilos de retórica fue muy conocida en la época clásica, pero en nuestros días permanece en el olvido. Cicerón, en su obra El Orador, desarrolló esta clasificación que había tomado del saber retórico transmitido de generación en generación. Los tres estilos de orador son el vehemente, el sencillo y el templado, y cada uno se adapta a un tipo de personalidad.

Todos los estilos tienen dos caras: una cara muestra los efectos de un discurso excelente de dicho estilo, y la otra muestra los defectos habituales de un mal discurso del mismo estilo.

Vehemente

El primero de los estilos es el vehemente. Cuando este se domina, presenciamos un discurso apasionado y grandioso, con una expresión no verbal efusiva e incluso teatral. Este estilo utiliza interrogaciones retóricas, exclamaciones y repeticiones que despiertan las emociones del auditorio. La intensidad emocional de este orador es tan grande que a veces parece a punto de caer en la locura y la excentricidad. Pero esa fuerza casi incontrolable es capaz de arrancar lágrimas y aplausos, llevando al público por todo el arco emocional, desde el enfado hasta la risa.

Imagen de Marco Tulio Ciceron tomada del libro Les vrais pourtraits et vies des hommes illustres grecz, latins et payens (1584) de André Thevet. Wikimedia Commons

De los tres estilos, este es el más poderoso, el preferido de Cicerón y el que más célebres oradores ha dejado a la historia. Cuando presenciamos un buen discurso de este estilo sentimos estar presenciando la oratoria con mayúsculas. Es un discurso visual, sonoro e impactante, capaz de mover a las masas.

Pero cuando el discurso de estilo vehemente sale mal, el resultado es desastroso, porque se vuelve excesivo y ridículo (Cicerón explica que puede parecer que hemos bebido demasiado). El tratado romano anónimo Retórica a Herenio señala que el estilo vehemente, cuando se descontrola, da lugar a un discurso histriónico y exagerado. Esa sería la cara negativa del discurso vehemente.

Jose Maria Aznar. Wikimedia Commons

Sin especificar en qué cara del estilo vehemente se encuentran, en este estilo podemos situar a líderes políticos de nuestro tiempo como Pablo Iglesias, Carmen Calvo, Irene Montero, José María Aznar, Felipe González, Susana Díaz, Ada Colau, Gabriel Rufián y Donald Trump, entre otros.

Sencillo

El estilo sencillo es el contrapunto del vehemente. El sencillo era el preferido en la Grecia clásica, época dorada de la retórica. En aquel tiempo se le llamaba “ático”.

Es el estilo argumentativo por excelencia: agudo, claro e inteligente. Este estilo es bueno estructurando el discurso, realizando clasificaciones y comparaciones, estableciendo diferencias y encontrando el argumento más débil en un debate.

Emplea los datos de modo eficaz para respaldar los argumentos y procura que nada distraiga del contenido: ni un acento extraño, ni una voz afectada, ni unos gestos exagerados. Dicho estilo no utiliza palabras antiguas, cultismos o metáforas, sino que rehuye de artificios e intenta proyectar una imagen de moderación (con independencia de que el contenido del discurso se corresponda o no con dicha imagen). El estilo sencillo es compatible con el empleo de un humor elegante. En nuestros días solemos encontrar este estilo en el presentador o la presentadora de los informativos.

Ine s Arrimadas. Carlos Teixidor Cadenas / Wikimedia Commons, CC BY-SA

Sin embargo, cuando no se domina bien la retórica, el discurso sencillo parece plano y repetitivo en el tono. El contenido puede resultar aburrido, demasiado técnico o simplemente prescindible. Además, este orador puede quedarse sin palabras en un contexto de estrés, porque su retórica no surge impulsada por un caudal de emoción sino por un esfuerzo mental. Este discurso, si no se domina, producirá la impresión de que el orador es gris y mediocre.

En el estilo sencillo podemos situar a líderes actuales como Albert Rivera, Inés Arrimadas, Iñigo Errejón y Alberto Garzón.

Nótese que este estilo es compatible con momentos de contenido emocional y con cualquier posicionamiento político, pero si escuchamos uno de estos discursos y lo comparamos con uno vehemente, percibiremos menor musicalidad discursiva y una expresión corporal más sobria.

Templado

El tercer tipo de orador es el templado. Es habitual que los oradores templados deslumbren con su dominio del lenguaje, en un discurso de calidad estética, lleno de metáforas y juegos de palabras. Pertenecen a este estilo los discursos que destilan cultura y permiten intuir una amplia formación. No obstante, la apariencia intelectual no está presente en todos los casos.

Lo más significativo de este estilo es que su apariencia y su expresión corporal resultan carismáticas, sin que resulte fácil determinar dónde radica su encanto. Mientras que las emociones que transmite el orador vehemente son exaltadas, el orador templado transmite emociones tranquilas, como una entrañable dulzura.

Manuela Carmena. Wikimedia Commons, CC BY-SA

La persona oradora de estilo templado habla despacio, haciendo uso de los silencios y se mueve por el escenario con calmada teatralidad. El ritmo cadencioso de su voz y la peculiar belleza de su puesta en escena se ven acompañadas por un aura de virtud. El auditorio percibe que se encuentra ante una persona idealista o ante alguien de inteligencia y sabiduría.

En este estilo es común el uso de citas o de anécdotas que conducen a un aprendizaje. Es un estilo habitual en personas mayores y sabias, así como en literatos. También es un estilo que identificamos con la aristocracia.

La Retórica a Herenio indica que cuando este estilo no se domina, el resultado es un discurso interminable y muy aburrido en el que el auditorio se pregunta con impaciencia hacia dónde se dirigen todas esas anécdotas, circunloquios y digresiones. Los malos productos de este estilo resultarán anticuados, apolillados, carentes de energía y de sentido.

En el estilo templado podemos ubicar al emérito rey Juan Carlos y al rey Felipe de Borbón, a Mariano Rajoy, Gaspar Llamazares, Jorge Vestrynge, Pedro Sánchez y Manuela Carmena.

Agustín de Hipona, que era experto en retórica, señala que un mismo discurso puede tener rasgos de los tres estilos. Por eso sugiere que, cuando tengamos dudas sobre si un discurso pertenece a un estilo o a otro, nos preguntemos cuál es su rasgo más llamativo: su carácter didáctico, la elegancia o la pasión. Eso nos dará pistas sobre si es un discurso sencillo, templado o vehemente.

Ninguno de ellos es el mejor

Cicerón señala que no puede declararse uno de los tres estilos como el mejor, porque en los tres estilos podemos encontrar la excelencia; debemos aspirar a dominarlos los tres. Los tres logran persuadir, pero la vía por la que se logra esa persuasión es distinta en cada caso.

Aristóteles señaló que hay tres vías hacia la persuasión: la argumentación racional (logos), el carisma del orador (ethos) y las pasiones que se despiertan en el auditorio (pathos). Agustín de Hipona señala que el estilo sencillo produce persuasión racional, el vehemente genera persuasión emocional y el discurso templado hace que la persona oradora nos parezca agradable, ya sea por su dulzura, por su cultura o por su elegancia.

Cicerón matiza que en realidad no existen tres estilos, sino tantos estilos como oradores. La finalidad de esta clasificación es ayudarnos a encontrar nuestros puntos fuertes y nuestros posibles errores.

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