¿Qué papel juegan el prana, la energía vital del hinduismo, o el ki japonés dentro del universo narrativo de Star Wars, compuesto por películas, series y videojuegos de mundo abierto?
Al igual que otras manifestaciones numinosas procedentes de diversas religiones y mitologías, el prana o el ki inyectan trascendencia a las batallas entre los jedi y los sith y, por extensión, a la industria del entretenimiento. Pero a su vez, estos conceptos se proyectan, mixtificados, a las audiencias globales como parte de una nueva forma de fe: el esoterismo de masas.
En la estela de la cultura de masas
En su libro Apocalípticos e integrados, Umberto Eco introduce el concepto de cultura de masas. La define como aquella propia de una modernidad empeñada en mercantilizar las expresiones y manifestaciones artísticas y creativas de una humanidad cada vez más globalizada.
En la marquesina mundial de la cultura, las formas creativas, fruto del ingenio humano, son degradas o reducidas por los creativos y publicistas. Su abaratamiento tiene como propósito facilitar su consumo masificado. Los productos culturales deben gustar a cualquier consumidor, no importa si es de la India o vive en el extremo sur de América.
Así como la cultura se ha globalizado, también lo han hecho las religiones, tal y como lo explica Thomas A. Tweed en su obra Crossing and Dwelling: A Theory of Religion. Las creencias, ideas y prácticas religiosas cruzan fronteras y se desarraigan de los contextos culturales y geográficos donde surgieron.
Deidades ubicuas
Ya no es una excentricidad que un nipón rinda culto a los dioses odínicos. Tampoco que un español escuche a Bob Marley y abrace la fe rastafari. Las religiones se han vuelto ubicuas y ahora campan a sus anchas por internet. En la web está montado, en parte, el llamado mercado mundial de las religiones.
Las religiones, igual que la cultura, se han mercantilizado. Sin el consentimientos de los hierofantes del saber y la simbología sagradas (sacerdotes, monjes, chamanes), los creativos del entretenimiento (novelistas, guionistas, cineastas, mangakas, dibujantes de cómic, desarrolladores de videojuegos) han dado nacimiento a lo que denominamos el esoterismo de masas.
Tanto el esoterismo de masas como la cultura de masas recrean, para consumo popular, narrativas en las que aparecen seres celestiales, demoniacos, elementales, divinidades, magos, brujas y hasta aliens.
Uno de los productos más acabado de este esoterismo de masas es, sin duda, la saga de ciencia ficción Star Wars, del guionista y cineasta George Lucas. Este western galáctico recrea la mítica confrontación entre los paladines del bien y la luz, los jedi, y los servidores del lado oscuro, los sith.
Joseph Campbell y su héroe de mil caras
Ambas facciones están entrenadas en el saber milenario del uso de “la fuerza”. Lucas, quien leyó bien a Joseph Campbell, en particular su obra, El héroe de las mil caras, retomó un concepto, ya translocalizado, del taoísmo, el hinduismo y el budismo referente a una energía universal. Esta recibe nombres diversos (prana, chi, ki, entre otros) y representa la fuente de la existencia y el factor de unidad de las criaturas. Una referencia que conecta con el esoterismo de masas.
El esoterismo de masas ha popularizado un sinfín de nociones, ideas y símbolos religiosos, mitológicos y hasta metafísicos que ya habían sido divulgados por su antecesora, la New Age. Pero a través del esoterismos de masas, este universo de ideas ha logrado llegar a un mayor público. Lo ha hecho casi de una manera subliminal porque dichas nociones, simbolos y creencias son difundidas en productos culturales que están hechos, no precisamente para adoctrinar, sino para entretener.
Japón y el esoterismo de masas
Una de las culturas que más ha desarrollado este esoterismo de masas es la japonesa. Muchos de los hoy adultos jóvenes de la generación de la generación milenial aprendieron de dioses griegos con los Caballeros del Zodiaco. Los jóvenes centenial participaron en convenciones de cómics vestidos como los personajes de Naruto y practicaron, en su “performar”, complicados mudras para activar su chakra.
Por su parte, los adolescentes alfa sueñan con derrotar demonios mitológicos nipones como los que aparecen en Demon Slayer, el manga que ha dado lugar a series y a la película más vista en la historia de Japón.
De “darks” y “wiccas” a posthumanos y aliens
El esoterismo de masas está sujeto a las leyes del mercado y no a los ideales misioneros de las religiones tradicionales. Véase como en su momento puso de moda lo “dark” con las adaptaciones al cine de los libros de Anne Rice, en especial Entrevista con el Vampiro.
En ese tenor, películas como Jóvenes y brujas (1996), en su momento, volvieron populares la literatura y la mercancía esotérica “wicca”. Muchas jóvenes querían ser iniciadas en la magia celta y ser parte de un aquelarre.
Este esoterismo también hace suyo el transhumanismo, recreando en papel o imágenes las historias de los posthumanos. Un ejemplo son los personajes creados por Warren Ellis en su novela gráfica Supergod. También acude al esoterismo ufológico en búsqueda de inspiración, como fue el caso Jack Kirby y sus Eternals.
Acaso nos espera una religión del mañana de transhumanos, posthumanos, aliens y dioses paganos. Muchos de ellos, sin duda, habitarán el metaverso que está por llegar.
Un imaginario religioso alejado del monoteísmo
Mientras no falten gamers que se adentran en los saberes ocultistas con videojuegos como Dark Soul o Elden Ring y persistan los fanáticos de los cómics en su afición a las historias de demonios y antihéroes como Spawn y Darkness, seguirá operante un imaginario religioso cada vez más globalizado y eventualmente menos teísta o apegado a los principios del histórico y tradicional monoteísmo.
La religiosidad correlativa a este nuevo imaginario religioso sustentado en el esoterismo de masas es más lúdica, informal, desdogmatizada y dependiente del mercado mundial de las religiones.
Solo el tiempo nos permitirá comprobar la hipótesis de que este esoterismo de masas se convierta en el germen de una nueva religiosidad. Pero el acto de creer está ya inevitablemente ligado al de consumir.