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El progresismo sí gana en Costa Rica — por ahora. AP Photo/Arnulfo Franco

Después de una acalorada elección, Costa Rica ya no parece tan excepcional

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Carlos Alvarado Quesada ganó la presidencia costarricense con 61% de los votos, una victoria contundente para un candidato progresista que llegó al día de las elecciones en empate técnico con su rival conservador.

Alvarado Quesada, de 38 años y ex ministro laboral durante el gobierno del impopular presidente saliente Luis Guillermo Solís, compitió a partir de una “agenda de igualdad”, que contemplaba apoyo al matrimonio entre personas del mismo sexo, educación pública y energía renovable. En Costa Rica esta es una plataforma política bastante clásica.

Pero su oponente, Fabricio Alvarado Muñoz, un senador evangélico y ex músico cristiano que se opone al matrimonio homosexual, al secularismo, y a la educación sexual en las escuelas, ganó la primera ronda de las elecciones de Costa Rica en febrero. La segunda vuelta del 1 de abril a muchos les pareció un referéndum acerca de los valores sociales en un país históricamente considerado estable y progresivo.

En una región donde casi todas las demás naciones enfrentan una violencia extrema y tienen una historia de convulsión política, a la pacífica Costa Rica a veces se le llama “la Suiza de América Central”. Muchos comentaristas dirán que el triunfo de Alvarado Quesada es una confirmación del excepcionalismo costarricense.

Yo veo las cosas de otra manera. En los 15 años que he estudiado la política centroamericana, han surgido profundas fracturas en la democracia costarricense: las mismas tensiones sociales y religiosas que se manifestaron en las elecciones de 2018.

Mientras tanto, he observado con preocupación cómo El Salvador y Guatemala se vuelven democracias más fuertes. Costa Rica sigue siendo una excepción, pero está más cerca de la media centroamericana que nunca antes.

Igualdad costarricense

Los orígenes del excepcionalismo de Costa Rica se atribuyen a menudo al hecho de que no tiene ejército. El presidente José Figueres lo abolió después de la breve guerra civil del país en 1948.

Como resultado, la Costa Rica moderna no ha visto ni las dictaduras militares ni las prolongadas guerras civiles que plagaron a todos los demás países centroamericanos durante el siglo XX.

Menos gasto en defensa ha liberado el presupuesto nacional, lo que permite a Costa Rica invertir en normas de protección ambiental con los estándares más altos , así como en educación pública universal. Su población se cuenta entre las más alfabetizadas del mundo.

Costa Rica también es más próspera que el resto de América Central, una de las regiones más pobres del mundo. Tiene evaluaciones igual de positivas que los países europeos en muchos de los indicadores de desarrollo humano de las Naciones Unidas, incluso en igualdad de género.

Alrededor de un tercio de los escaños en la legislatura de Costa Rica están ocupados por mujeres, gracias a las fuertes leyes de equidad de género. Costa Rica tuvo una presidenta, Laura Chinchilla, de 2010 a 2014.

El país también es el menos corrupto de Centroamérica. Solo 9% de los costarricenses dice haber sido haber sido testigo de algún acto de corrupción, según la encuesta del Vanderbilt University’s Americas Barometer (Barómetro de las Américas de la Universidad de Vanderbilt). En comparación, una cuarta parte de los guatemaltecos dice que han sido víctimas de la corrupción.

El estado de la democracia en Costa Rica

De alguna manera, las elecciones de este año continuaron la tradición costarricense. La participación fue alta, como es típico, alrededor del 62%. La elección fue libre y justa, como suelen ser las elecciones de Costa Rica. No hubo ninguna de las irregularidades observadas, por ejemplo, en las controvertidas elecciones presidenciales de noviembre de 2017 en Honduras.

Pero la campaña fue inusual de todos modos. Casi el 40% de los costarricenses votaron por un candidato profundamente antihomosexual del Partido Evangélico Nacional de Restauración, recientemente creado. Eso tiene fuertes implicaciones en un país históricamente secular.

También es significativo que ninguno de los dos finalistas a la presidencia perteneciera a un partido político convencional.

El Partido Liberación Nacional decidió respaldar a Alvarado Quesada después de que avanzó a la segunda vuelta de las elecciones, pero fue la primera vez desde la fundación del partido en 1951 en la que su propio candidato no compitió por la presidencia costarricense. Lo que indica un descontento generalizado de los votantes con la política de siempre.

Tampoco compitió el candidato oficial del Partido de la Unidad Social Cristiana, la principal oposición conservadora de Costa Rica, que no apoyó a Alvarado Muñoz.

El aumento del número de candidatos externos y la fortaleza inesperada de los votantes evangélicos este año demuestran que Costa Rica se encuentra menos unida y es menos progresista de lo que parecía.

Marriage equality was a big winner in Costa Rica’s presidential election. Juan Carlos Ulate/Reuters

Candidatos independientes en Guatemala

La victoria de Alvarado Quesada no sana estas fisuras. Al verlo rezagado la mayor parte de la campaña de 2018 detrás de un político independiente, religiosamente conservador, duro con el crimen y con raíces en la cultura pop, de hecho me acordé de la vecina Guatemala.

En 2015, el comediante Jimmy Morales ganó una sorpresiva carrera por la presidencia de ese país. En contienda con una ex primera dama, su campaña adoptó el slogan “Ni corrupto ni ladrón”.

Los partidos políticos en Guatemala son tradicionalmente débiles, por lo que una candidatura independiente no era ninguna sorpresa. De hecho, muchos vieron la victoria de Morales como una señal positiva para la democracia guatemalteca.

Morales fue elegido un mes y medio después de que el presidente Otto Pérez Molina renunciara para enfrentar un juicio por cargos de corrupción. Molina es uno de los cientos de funcionarios guatemaltecos juzgados por corrupción desde 2007, cuando el país invitó a una comisión anticorrupción respaldada por la ONU a limpiar la casa.

A la fecha, Morales, conservador, está envuelto en un escándalo de corrupción, confirmando que la malversación pública sigue siendo un problema político importante.

Pero la transferencia democrática sin violencia del poder después de la renuncia presidencial fue una señal de que el cambio pacífico era posible en Guatemala. Esto en sí mismo fue un avance significativo para una nación centroamericana con una larga historia de conflicto.

El Salvador repunta

La democracia también está ganando terreno en El Salvador, país problemático. Allí, el izquierdista Frente de Liberación Nacional Farabundo Martí (FMLN) y su principal oposición conservadora, ARENA, han trabajado juntos en la política desde 1992, cuando los acuerdos de paz trajeron tranquilidad a El Salvador. Las dos facciones alguna vez lucharon entre sí en una sangrienta guerra civil.

Bajo el gobierno los ex revolucionarios del FMLN, que han estado en el poder desde 2009, El Salvador ha seguido un camino político moderado, buscando mejorar el acceso a los servicios sociales y reducir la desigualdad.

De hecho, considero que El Salvador ha reemplazado a Costa Rica como el país con el sistema de partidos más fuerte en Centroamérica. Esto es un logro especialmente impresionante apenas 26 años después de que la guerra civil de 12 años pusiera fin a décadas de dictaduras militares.

En un país que posiblemente se enfrenta a las tasas de homicidios más altas del mundo, El Salvador ha creado tribunales especializados para enfrentar la violencia contra las mujeres.

También ha incrementado el número de mujeres salvadoreñas que se están involucrando en la política. De 2003 a 2012, el número de mujeres alcaldes en El Salvador aumentó de 15 a 28, según datos de las Naciones Unidas. En total hay 262 alcaldes en el país.

Hacia una media centroamericana

Guatemala y El Salvador están lejos de ser democracias perfectas. Como argumenté en mi reciente libro, ambos luchan todavía por construir el estado de derecho. La corrupción y la delincuencia siguen siendo grandes desafíos.

Junto con Uruguay, Costa Rica sigue siendo una de las dos “democracias plenas” en toda América Latina, según la Economist Intelligence Unit (Unidad de Inteligencia del Economist), que clasifica a los países de todo el mundo con base en las libertades civiles, la transparencia y la participación política, entre otros indicadores.

Pero sus vecinos están haciendo progresos. El 60% de los guatemaltecos vota regularmente, apenas por debajo del promedio de Costa Rica. La participación es aún mayor en El Salvador. América Central está cambiando.

Y también Costa Rica. En una región donde la democracia está mejorando, las elecciones de 2018 mostraron que este país es menos excepcional en Centroamérica de lo que parece.

This article was originally published in English

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