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Diez reglas sencillas para pasarlo bien jugando con nuestros hijos

Todos los profesionales relacionados con la infancia recomiendan pasar tiempo de calidad con nuestros hijos e hijas. Pero ¿qué es tiempo de calidad? ¿Basta con poco tiempo pero de calidad para un buen desarrollo de la familia?

Para dar una respuesta basada en la evidencia, existen algunos estudios correlacionales sobre pautas educativas y relaciones paternofiliales. En ellos, estas pautas se clasifican como constructos teóricos: pautas directivas, permisivas, formativas, negligentes, democráticas, etc.

Pero cuando se abordan los problemas de conducta infantiles y juveniles desde los tratamientos psicológicos con base empírica y no teórica, validados y con demostrada eficacia, sí que aparecen algunas pautas muy concretas que mejoran esas relaciones.

Intervenciones para mejorar las relaciones

Son formas de intervención que sí cambian los problemas de convivencia familiar: falta o exceso de disciplina, negativismo, conductas disruptivas, disociales, etc.

Una de ellas es la terapia de interacción padres-hijos (PCIT por sus siglas en inglés), que ha mostrado su éxito y eficacia desde hace varias décadas, y que precisamente se basa, no en el tiempo o la calidad de la relación, sino en la forma de interaccionar y la función de esas relaciones.

Siempre supone gastar un tiempo, pero lo importante es cómo y para qué nos relacionamos con nuestros hijos e hijas. Con esta base, podemos enumerar algunas recomendaciones.

Decálogo de buenas relaciones

  1. Programar un tiempo y un espacio para la relación. El juego se puede improvisar, pero si se quiere tener una constancia, es importante programar un tiempo y un sitio donde se lleve a cabo. Igual que tenemos el momento sofá y tele, deberíamos tener el momento juego en familia.

  2. Crear una cercanía, verbal y afectiva. Hablar con los hijos siempre en positivo, con cariño, sin imponer ni mandar, sugiriendo, siendo afectuosos en suma.

  3. El juego (no educativo) es la mejor herramienta. Utilizar juegos que sean divertidos, no educativos; no buscar enseñar, sino directa y llanamente divertirse todos juntos.

  4. Elegir bien los juegos y adaptarlos a la edad. En general, los juegos de actividad, mucho movimiento, correr, saltar, bailar, etc. resultan adecuados para los más infantes. Mejor si se dispone de espacio o se hacen al aire libre. Pero también pueden ser adecuados para otros mayores, sobre todo juegos deportivos y en grupo. Los juegos de mesa para edades mayores, pero siempre lúdicos (no de sabiondos, ni de preguntas-concurso).

  5. El niño ha de llevar la voz cantante. Son ellos quienes deben llevar el protagonismo y las decisiones sobre a qué se juega. Ellos deben elegir los juegos o actividades a realizar juntos, y una vez decidido seguir las reglas de ese juego hasta terminarlo o hasta dedicarle un buen tiempo. No se enseña constancia si se cambia de juego cada dos minutos.

  6. La relación ha de ser divertida (reforzante). Las interacciones mientras se juega han de mantenerse divertidas, no competitivas. Dejar ganar de vez en cuando sienta bien. Tienen que surgir ganas de repetir la experiencia de nuevo. El juego ha de producir risas en todos. Si no, no es tal juego.

  7. Propiciar autonomía, decisiones y responsabilidad en la interacción. Hacer ver y resaltar las decisiones que los niños van tomando, y las reglas del juego que todos deben cumplir, y si los padres tienen que volver a la casilla de salida, tendrán que aguantarse.

  8. Con los adolescentes, llegar a acuerdos, negociar. Las mejores habilidades sociales que propiciar en estas edades son las de llegar a acuerdos, negociar, recibir pero también dar. Los adolescentes han de seguir siendo quienes decidan a qué jugar. Los videojuegos pueden ser una opción, pero solo parcial. Es mejor limitarse a ellos, y si son deportivos mejor que los de disparos.

  9. Prestar atención en general, pero ignorar los problemas de conducta. Cuando se produzcan riñas, enfados o malas palabras por perder o cualquier otra cuestión, guardar la calma, esperar treinta segundos (si acaso, incluso contar hacia atrás), y después razonar qué pasa, qué se puede hacer, qué arreglo o compromiso realizar, cómo solventar la disputa. Si llega a ser muy fuerte, se paraliza el juego y la persona causante del enfado puede permanecer mirando, sin intervenir mientras los demás siguen jugando.

  10. Habilidades que han de aprender los progenitores: elogiar, reflejar, imitar, describir, entusiasmar. La mayoría de los adultos suelen fijarse en lo que está mal, en las equivocaciones, con un propósito de educar, corregir, ayudar a mejorar. Sin embargo, consiguen el efecto contrario. Lo que han de aprender es a fijarse en lo positivo, elogiándolo, reflejando lo que ha dicho o hecho el niño, imitando sus movimientos, su forma de hablar, ser un niño más en el juego, describir lo que se está haciendo y, sobre todo, entusiasmar. Si un padre o una madre no disfruta con el juego, no puede pretender que lo haga el niño o niña.

Estas 10 reglas se resumen en dos:

  1. Recuerda lo mucho que te gustaba jugar y tu alegría de pequeño.

  2. Trata a tus hijos como quisieras que ellos te tratasen a ti.

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