Los megalitos son estructuras hechas de grandes piedras y se encuentran en una variedad de regiones a lo largo del mundo, sobre todo en la Europa de la Prehistoria Reciente (Neolítico, Edad del Cobre, Edad del Bronce y Edad del Hierro). Encierran, además, profundos mensajes sociales e ideológicos durables y visibles.
La longevidad de las piedras (a diferencia de la madera) y su impacto visual en los paisajes circundantes sugieren que la persistencia a largo plazo fue un importante motor de su construcción. El dolmen de Menga (Antequera, Málaga) está situado encima de un altozano que se eleva unos 50 metros sobre la llanura del valle del río Guadalhorce.
Es el dolmen de grandes piedras más colosal y antiguo que se conoce, diseñado como un proyecto de ingeniería avanzado y completamente original, del que no se han encontrado precedentes en la península ibérica. Nuestras investigaciones, fruto de la colaboración del CSIC y las universidades de Alcalá de Henares, Sevilla, Salamanca y Granada, indican lo evolucionado de las capacidades intelectuales, prácticas y técnicas de las sociedades neolíticas.
Único por su tamaño y antigüedad
En la península ibérica no se conocen monumentos megalíticos de estas dimensiones anteriores a Menga. Levantado entre 3800 y 3600 a. C., se trata de un dolmen de galería, de 24,9 metros de longitud, con una anchura máxima de 5,7 m y una altura que oscila entre los 2,40 y los 3,50 m. El acceso al espacio interior se realiza a través de un pequeño atrio sin techo. Conserva tres pilares alineados, aunque posiblemente tuviese un cuarto. Las 32 piedras que lo forman pesan unas 1 140 toneladas. Está coronado por 5 losas (o cobijas) y un imponente túmulo impermeable de unos 50 m de diámetro.
Durante los últimos dos siglos, los especialistas se habían preguntado cómo, en pleno Neolítico, más de mil años antes de que se levantasen las primeras pirámides de Egipto, estas enormes piedras fueron movidas y colocadas con precisión milimétrica con una orientación hacia el este que aunaba una significación tanto paisajística como astronómica.
Diez años de investigaciones, plasmadas en un artículo en la revista Science Advances, ofrecen una respuesta completamente nueva y sorprendente sobre cómo se construyó este titánico monumento.
La piedra más grande jamás movida para un dolmen
Con 150 toneladas, la losa de cubierta más profunda de Menga es por el momento la piedra más pesada nunca movida como parte del fenómeno megalítico en Iberia, y la segunda de Europa, solo superada por el gran menhir partido de Er Grah (sur de Bretaña, Francia).
Todas estas grandes piedras son consideradas, desde el punto de vista de la ingeniería, como blandas o moderadamente blandas, pues se trata de areniscas y conglomerados mal cementados. Entender esto resultó vital para situarnos ante el ingenio y conocimientos que estas sociedades desplegaron en su construcción.
Estas moles fueron arrastradas desde una cantera situada a unos 850 metros mediante la preparación de una pista con traviesas niveladas y montadas sobre un sistema de trineos que permitía dirigirlas en cualquier dirección sin que se partieran.
Por ello, la planificación del proyecto debió abarcar desde el planteamiento del trabajo de cantera hasta la perfecta colocación de las grandes piedras en el dolmen, pasando por su difícil y arriesgado transporte cuesta abajo. Esta planificación se basó en sofisticados conocimientos de ingeniería, geología, geometría, física y astronomía.
La preparación del camino pavimentado fue imprescindible. Su nivelación con travesaños facilitó que los trineos donde iban montadas se deslizasen fácilmente y siempre con pendiente descendente favorable.
Transporte para genios
El edificio se planificó a una cota 50 metros más baja que las canteras. De este modo, conseguían un transporte del material favorable a la pendiente, resolviendo con ello problemas de física como disminuir la fuerza normal, la fuerza de rozamiento –menor fricción– y aumentar el momento de aceleración con ayuda de la fuerza de la gravedad (energía potencial gravitatoria).
Así se redujo el esfuerzo, con menor energía necesaria para iniciar y mantener el movimiento, ya que la energía potencial gravitatoria es convertida en energía cinética.
Por otra parte, en la cuesta abajo, la fuerza gravitatoria puede causar una aceleración continua del objeto a medida que desciende, los constructores debieron tomar elementos correctores más allá de la fricción por rozamiento, como por ejemplo el cálculo de la pendiente óptima de la rampa para que las piedras no bajaran demasiado deprisa.
A todo esto, hay que sumarle un conocimiento profundo de las propiedades y ubicación de las rocas disponibles, así como la estimación del centro de masa o capacidad de carga de las piedras transportadas.
Otra genialidad muy elegante de estos ingenieros de la prehistoria consistió en soterrar el edificio megalítico tres cuartas partes, haciendo que los ortostatos (piedras colocadas verticalmente) quedaran firmemente asentados en el subsuelo. De esta manera, se pudo deslizar las pesadas losas de cobija sobre ortostatos y pilares sin necesidad de rampas ascendentes.
Arcos de descarga como en las catedrales
La enorme presión ejercida por el peso de las losas superiores y el túmulo que lo recubre hizo que los ingenieros diseñasen los ortostatos con una inclinación entre 83 y 86 grados, con el fin de que apoyasen unos sobre otros y el edificio se asentara formando una unidad.
Para que las losas no se rompiesen por el centro, se colocaron pilares y se le dio a la cara superior de las cobijas (sobre todo a la losa más pesada) una forma convexa. Así se consiguió que actuasen como arcos de descarga, tal y como ocurre en el techo de las catedrales medievales y modernas.
Es el primer uso constatado del principio del arco de descarga de la humanidad, hace casi 6 000 años, convirtiendo a este dolmen en uno de los primeros edificios complejos en piedra de la historia de la Humanidad.
El transporte, por su parte, siguió una planificación muy inteligente, según la dirección de la cantera y siguiendo el eje longitudinal del dolmen. La penúltima etapa de construcción, justo antes de la colocación del túmulo protector, fue la de rebajar el nivel geológico en el interior del edificio hasta el nivel actual visitable.
Orientación al paisaje y connotación solar
El diseño ingenieril, su orientación y su significación solar demuestran que en el Neolítico se tenían ya conocimientos científicos de una precisión y de una brillantez inventiva extraordinaria. Lo confirma la alineación precisa del eje de simetría central de Menga a 45 º, coincidiendo así con el natural plano de orientación del farallón norte de la Peña de los enamorados (conocido localmente como Tajo Colorao), al que se orienta el dolmen.
Pero Menga también muestra un alineamiento astronómico, con una orientación solar que, durante el solsticio de verano, hace que el lado izquierdo de la cámara (al entrar) permanezca en sombra mientras gran parte del lado derecho queda iluminado. Para lograrlo, el lado izquierdo está diseñado con una curvatura perfecta, adaptándose a una ecuación polinómica de tercer grado.
Por todo ello, Menga demuestra el exitoso intento de hacer un colosal monumento que perdurase miles de años. Ello representa no solo una hazaña de la ingeniería temprana, sino también un paso sustancial en el avance de la ciencia humana, que refleja la acumulación de conocimientos avanzados. La región de Antequera hubo de ejercer como centro de agregación y atracción de los expertos ingenieros de aquellos tiempos.