Las emociones son reacciones internas que experimentamos frente a las situaciones que ocurren a nuestro alrededor. Estas reacciones no solo incluyen lo que pensamos, sino también cómo nuestro cuerpo responde y cómo expresamos esos sentimientos al exterior. A veces, las emociones surgen de manera repentina y pueden ser intensas, haciéndolas difíciles de manejar o incluso de describir. Desde el nacimiento, todos experimentamos emociones, y aunque cada persona las vive de forma única, en esencia son universales y nos ayudan a adaptarnos a nuestro entorno.
El psicólogo Paul Ekman identificó seis emociones básicas que todos los seres humanos experimentan, sin importar su cultura: tristeza, ira, asco, alegría, miedo y sorpresa. Estas emociones son fundamentales para nuestra supervivencia y nos ayudan a reaccionar ante diferentes situaciones de la vida. Más tarde, se añadió el desprecio como la séptima emoción básica, algo que subraya su importancia en las interacciones sociales.
Las emociones se componen de tres elementos esenciales:
El componente subjetivo, que abarca nuestros pensamientos y percepciones, como cuando la tristeza nos lleva a pensar que “nada nos sale bien”.
El componente fisiológico, que se refiere a las reacciones físicas del cuerpo, como el aumento del ritmo cardíaco al sentir miedo.
El componente conductual, que se manifiesta en cómo expresamos nuestras emociones a través de gestos y acciones, como mover las piernas nerviosamente.
Además, las emociones tienen funciones clave en nuestra vida. Cumplen una función adaptativa, preparándonos para enfrentarnos a situaciones, como cuando el miedo nos impulsa a evitar un peligro. También desempeñan una función social, ayudándonos a comunicarnos y a formar vínculos con los demás, como lo hace una sonrisa al expresar apertura. Por último, tienen una función motivadora, ya que la emoción y la motivación están interconectadas, impulsándonos a lograr nuestros objetivos con una actitud positiva.
Inteligencia emocional: más allá del cociente intelectual
Durante mucho tiempo, la inteligencia y las emociones se estudiaron por separado. La inteligencia se centraba en el ámbito académico y las emociones en el psicológico. Tradicionalmente, la inteligencia se ha medido a través del coeficiente intelectual (CI), que se enfoca en habilidades cognitivas. Sin embargo, este enfoque no incluye cómo manejamos nuestras emociones o las de los demás, lo que es fundamental para el éxito en la vida.
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El concepto de inteligencia emocional fue introducido por Salovey y Mayer en 1990 y popularizado por Daniel Goleman en 1998. La inteligencia emocional abarca una serie de habilidades que incluyen la identificación y gestión de nuestras emociones y las de los demás. Se trata de entender cómo nos sentimos, manejar esos sentimientos de manera efectiva y usar esta comprensión para resolver problemas y mejorar nuestras relaciones.
Cinco habilidades emocionales
Daniel Goleman, un reconocido psicólogo, identificó cinco habilidades esenciales que forman parte de la inteligencia emocional, una capacidad que desempeña un papel fundamental en nuestro bienestar personal y en nuestras relaciones con los demás:
La conciencia emocional, que consiste en la capacidad de reconocer nuestras emociones justo en el momento en que surgen.
La autorregulación, para no dejarnos llevar por la reacción más inmediata.
La motivación.
La empatía.
Las habilidades sociales, que son esenciales para establecer y mantener relaciones positivas. Estas incluyen la capacidad de comunicarse eficazmente, resolver conflictos y trabajar en equipo.
Aunque la sociedad ha tendido a valorar la inteligencia cognitiva, diferentes investigaciones han demostrado que esta no es suficiente para garantizar el éxito académico, laboral y personal. Las personas que manejan mejor sus emociones suelen adaptarse con mayor eficacia a sus entornos social, escolar y laboral.
Las emociones en la escuela
Una buena inteligencia emocional desde educación primaria reduce las posibilidades de desarrollar ansiedad o depresión en el futuro, condiciones que han aumentado notablemente en los últimos años, especialmente entre los jóvenes, una de las mayores preocupaciones de la Organización Mundial de la Salud actualmente.
Numerosos estudios han explorado la relación entre inteligencia emocional y desempeño académico, hallando conexiones significativas. El estudiantado con un alto nivel de inteligencia emocional suele obtener mejores resultados académicos, ya que esta capacidad ayuda a gestionar el estrés y las emociones, mejora las relaciones con compañeros y profesores, y potencia habilidades de resolución de problemas.
Pero no solo desempeña un papel crucial en el rendimiento académico, sino que también es fundamental para la vida y el bienestar general.
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Cómo podemos enseñar inteligencia emocional
Los principales objetivos de la educación emocional son comprender y regular las propias emociones y las de los demás, aumentar la tolerancia a la frustración y fomentar actitudes positivas hacia la vida.
Para practicar estas habilidades, los docentes pueden crear espacios de diálogo emocional: dedicando unos minutos al inicio o al final de la jornada escolar, los estudiantes tendrían la oportunidad de expresar cómo se sienten. Esto no solo les permite familiarizarse con sus propias emociones, sino que también promueve la comprensión mutua en el aula, generando un ambiente de apoyo.
Respirar, jugar, escuchar
Otra práctica útil es la introducción de técnicas de respiración y relajación. Enseñar a los alumnos a realizar ejercicios de respiración, relajación o meditaciones breves les proporciona herramientas para manejar la ansiedad o el estrés, especialmente en momentos críticos que puedan estar viviendo en diferentes etapas de la infancia.
El uso del juego también es una vía útil para desarrollar la empatía. A través de juegos de roles o dinámicas grupales, los estudiantes pueden ponerse en el lugar de los demás, lo que les ayuda no solo a comprender mejor las emociones ajenas, sino también a mejorar sus propias habilidades sociales y la capacidad de resolver conflictos.
Asimismo, incorporar lecturas o cuentos que aborden temas emocionales es una excelente manera de abrir debates en clase sobre cómo gestionar los sentimientos. A través de los personajes, niños y niñas pueden aprender de ejemplos concretos sobre cómo afrontar situaciones difíciles, además de contar con modelos a seguir para mejorar su comportamiento emocional.
Evaluar las emociones en el día a día
El reconocimiento de las emociones no se limita solo a lo académico. Ofrecer retroalimentación emocional, premiando comportamientos como la resiliencia o la colaboración, refuerza la importancia de desarrollar habilidades emocionales. Valorar estos aspectos les ayuda a entender que el éxito va más allá de las notas y los exámenes.
Por otro lado, los talleres de resolución de problemas, donde los alumnos trabajan juntos para encontrar soluciones, son una excelente manera de fomentar la autorregulación emocional y el trabajo en equipo. Bajo la guía del docente, aprenden a enfrentarse a conflictos, reales o ficticios, de manera constructiva.
Finalmente, la evaluación emocional puede ser una herramienta clave. Así como se evalúan los conocimientos académicos, los profesores también pueden hacer un seguimiento del progreso emocional de los estudiantes. Esto les permitirá reflexionar sobre su propio desarrollo emocional y establecer metas personales, fomentando una mayor autonomía y madurez en este aspecto.
Un futuro más saludable
Invertir en educación emocional es una apuesta por un futuro más saludable y resiliente, tanto para los estudiantes como para la sociedad en general. Al enseñar a los niños y niñas a gestionar y entender sus emociones, creamos un entorno escolar más positivo y establecemos las bases para una comunidad más fuerte.
Al fin y al cabo, los niños y niñas de hoy serán los adolescentes y jóvenes de mañana, y eventualmente, los adultos que conformarán la sociedad futura. Por eso, es esencial que trabajemos para que esa sociedad sea saludable y no una comunidad deprimida y hostil.