“Es la cruz que te ha tocado”. Bajo esta sentencia demoledora, tan repetida antiguamente, se han ocultado duras historias de adicción y violencia que han destrozado miles de familias. En ellas, uno de sus miembros abusaba, generalmente, del alcohol. Y pronto éste comenzaba a hacer estragos. En ocasiones, se sabía que en esa casa había malos tratos, que “el Pepe tenía mal beber” y que pegaba a “los suyos”. Por desgracia, se veía como algo normal.
Históricamente, la violencia y las adicciones han estado ligadas en el imaginario popular. Sin embargo, existe muy poca evidencia científica que certifique esta relación. Y yendo aún más lejos, mucha menos que avale el otro giro del boomerang: hasta qué punto ejercer la violencia o haberla sufrido puede llevar a una persona a caer en una adicción.
El fracaso como punto de partida
Tras más de 20 años de trayectoria realizando tratamientos de campo para ayudar a muchas personas a dejar atrás sus adicciones, en el grupo de investigación de Psicología Clínica y Psicopatología de la UPNA preocupan tremendamente dos cuestiones: el abandono de los tratamientos y las recaídas. En definitiva, el fracaso, porque una de cada 3 personas que acude a consulta no logra terminar la intervención y, por ende, superar su adicción. Es un dato importante teniendo en cuenta que, por lo que sabemos, finalizar el tratamiento es la mejor garantía para abandonar una adicción. Además, también se observa una importante tasa de recaídas entre aquellas personas que sí consiguen finalizar el tratamiento.
Con esos datos sobre la mesa, cómo mejorar la tasa de fracasos terapéuticos en el tratamiento de las adicciones se convierte en el objetivo principal. Y eso implica no perder de vista una variable clave: la violencia.
La violencia, con frecuencia presente en los procesos de adicción
¿Hasta qué punto las personas que agreden o han sido víctimas de violencia terminan en una adicción? Y en el otro sentido, ¿hasta qué punto quien cae en una adicción termina ejerciendo o sufriendo violencia?
Lo cierto es que la violencia forma parte de la vida de muchas de las personas que participan en programas de tratamiento de adicciones. De hecho, los estudios sugieren que uno de cada cuatro hombres y un 60 % de las mujeres han recurrido a la violencia en algún momento contra sus parejas.
Además, prácticamente la mitad de los pacientes que acuden a consulta tiene algún problema de victimización con la violencia, cifra que ascendía significativamente en el caso de las mujeres. En concreto, entre el 75-80 % de las mujeres llegaban con alguna historia de victimización pasada, sin que hubiera para ellas una relación clara entre los dos fenómenos.
Estos datos nos impulsaron a emprender un estudio controlado centrado en aquellas personas que agredían a sus parejas. Se daba la circunstancia de que esas personas no respondían al perfil típico de agresores, sino que presentaban relaciones muy deterioradas con consumo de sustancias y una falta de recursos de afrontamiento de situaciones cotidianas.
Gestionar la frustración reduce la agresión en las parejas
En el marco de un programa del tratamiento de la adicción, se introdujo otro más específico con 16 sesiones enfocadas al abordaje de la violencia y técnicas para gestionar la frustración y resolver conflictos. Nos llevamos una grata sorpresa: frente al otro grupo de control, al que no le fueron impartidas estas sesiones, quienes sí las recibieron reducían a la mitad la tendencia a agredir a sus parejas a medio plazo. Además de que duplicaban la finalización del tratamiento de la adicción, matando dos pájaros de un tiro. Se demostraba así que abordando la violencia logramos también combatir mejor las adicciones.
A partir de este resultado, nos propusimos centrar la mirada en aquellas personas con experiencias previas de maltrato, con el fin de lograr que llegaran en mayor medida a los programas de tratamiento de la adicción y mejorar sus resultados de éxito.
Así comprobamos que quienes han sufrido experiencias de violencia a lo largo de la vida, además de ser más propensos a caer en una adicción, abandonan el programa de tratamiento de la adicción en un 60 %. Sin embargo, tras realizar una intervención de ayuda en el abordaje de la violencia, quienes la recibieron duplicaron las tasas de finalización del tratamiento de la adicción, demostrando de nuevo que realizar tratamientos combinados en adicciones y en el abordaje de la violencia mejora la situación de estas personas en ambos campos.
Sin lugar a duda, los dos fenómenos están muy ligados y no podemos entender un programa de tratamiento a la adicción sin explorar las historias de victimización o de agresión.
Mujeres, adicción y violencia: un cóctel especialmente explosivo
Capítulo aparte en este tema merecen las mujeres. Distintos factores como, por ejemplo, la censura social sobre ellas, contribuyen a que apenas lleguen a los programas de tratamiento para las adicciones. Solo una de cada tres personas que los realizan es mujer.
¿El motivo? El sesgo que pesa sobre ellas es tan descomunal que es mucho más probable que acudan al médico o a los centros de salud mental por problemas de ansiedad, dolores, etc., que aceptar que tienen un problema de adicción. De este modo, con frecuencia terminan en centros en los que no se les trata su adicción, sino tan solo los efectos colaterales producidos por este problema.
Pero, además, como en los programas de tratamiento de adicciones participan hombres en su mayoría, todos los estudios existentes cuentan con muestras fundamentalmente masculinas y los datos obtenidos se extrapolan directamente a las mujeres. Cuando la realidad es que ni el proceso por el que un hombre o una mujer llegan a la adicción (recordemos que 3 de cada 4 mujeres han sido víctimas de la violencia), ni la intervención, ni el resultado del tratamiento son iguales para ambos.
Es indiscutible que todavía queda mucho por hacer: urge que el tratamiento de la violencia y la adicción cuente con una perspectiva de género y una mirada femenina.
Adicciones y experiencias traumáticas en la infancia
Prácticamente todos damos por sentado que una persona que está en un tratamiento por un trastorno de consumo de sustancias ha tenido una mala infancia, pero apenas existen dos o tres estudios que avalen esa vinculación, y ninguno se ha realizado en Europa.
Por ello, se ha emprendido una nueva investigación para conocer cómo influyen las experiencias adversas en la infancia en el desarrollo de una adicción u otros trastornos. El objetivo es ir más allá para identificar qué factores pueden influir en el desarrollo de esos trastornos, detectar aquellas personas que cuentan con más riesgo de caer en una adicción para prevenirlo y, si ya la adicción existe, incentivar que esa persona acuda a un programa de tratamiento.
Por el momento, y como resultados preliminares, este estudio indica que la mayoría de las personas que acuden a tratamiento presenta al menos una experiencia adversa en la infancia, algo que, por otra parte, puede habernos ocurrido a cualquiera.
Lo que sí llama más la atención es que el 57 % de las personas que están en tratamiento presentan cuatro o más experiencias adversas. Entre ellas, las más prevalentes son el maltrato físico (30 %) y el maltrato emocional (40 %). Y otro dato más: un 60 % ha presentado ideación suicida en algún momento de su vida.
Todo ello da pie a pensar que sí existe una relación directa entre haber vivido situaciones duras mientras se es niño y desarrollar una adicción.
Abordar la violencia, factor clave para superar una adicción
Conocer la íntima relación que existe entre la violencia (bien como víctima, bien como agresor) y las adicciones no solo nos ha de servir para tratar ambas de forma paralela y, de este modo, mejorar en ambas cuestiones. También debe ayudarnos a prevenir recaídas en la adicción o, incluso, promover la llegada de estas personas a los programas de tratamiento para la adicción.
En definitiva, el tratamiento de una adicción siempre ha de tener en cuenta las historias de violencia que, con demasiada frecuencia, marcan vidas. Haciéndolo, lograremos ayudar mejor a las personas afectadas y aliviaremos mucho sufrimiento.