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Retrato de Emilia Pardo Bazán publicado en la revista española Actualidades en 21 de mayo de 1908. Wikimedia Commons

Emilia Pardo Bazán, ‘inevitable’ también como dramaturga

Zorrilla acuña un tópico cuando se refiere a doña Emilia Pardo Bazán como la inevitable. El evidente sesgo de tal apreciación trasluce las reticencias que en la sociedad cultural de finales del siglo XIX suscita la extraordinaria actividad literaria de una escritora a la altura de los mejores escritores de su tiempo.

Consciente de ello y sin complejo intelectual alguno, no se ahorra Pardo Bazán manifestarse en todos los ámbitos de la creación y del magisterio que considera oportunos.

La crítica, la oratoria, la docencia, el periodismo… ocupan su vida en paralelo a la redacción de las novelas y los cuentos por los que hoy se la conoce mayoritariamente. Sin embargo, sus inquietudes la conducen también hacia otras vertientes en las que no pierde la ocasión de mostrar su temple. Una de ellas es la dramaturgia.

La pasión por el teatro

Las artes escénicas atraen a la escritora, asidua al teatro y amante de la ópera, desde joven. Con el paso de los años mantiene fructífera amistad con relevantes nombres de la escena, como el matrimonio Guerrero-Mendoza, y se interesa por el ámbito de la representación, que analiza críticamente en reseñas y del que incluso participa, al menos entre bambalinas.

Sus primeros acercamientos a la escritura dramática, en torno a 1870 (El mariscal Pedro Pardo; Perder y salir ganando; Tempestad de invierno), remiten al teatro en verso heredero del último romanticismo.

Aborda la traducción en Adriana Lecouvreur, a partir del homónimo de Scribe, y en La Canonesa, adaptación de La patrie en Danger, de E. Goncourt.

Experimenta con el teatro para marionetas en La muerte de la Quimera, que finalmente no se representa y pasa a formar parte de la novela La Quimera.

Seis proyectos sin materializar

Concibe, al menos, seis obras de las que, a día de hoy, solo conocemos algunos fragmentos o el plan en que diseña las tramas de las mismas: conflictos burgueses y fabriles, el tiempo de Cortés y la Malinche… incluso un crimen en una corte de Provenza por el que debe hacerse penitencia en el camino a Santiago de Compostela.

Tampoco publica ni estrena Un drama, quizá escrito para María Guerrero, y que se conserva incompleto, ni otros dos (Nada y Finafrol) de los que solo tenemos constancia por la correspondencia de la autora o por referencias en la prensa de la época.

Por si todo ello fuera poco, la Biblioteca Nacional de España custodia El sacrificio, un manuscrito del que se da noticia en 1985 y que se ha atribuido tanto a Galdós como a Pardo Bazán, sin que hasta el momento haya podido probarse fehacientemente ni una ni otra autoría.

Redescubriendo a la dramaturga

Tomo 35, Teatro, de las obras completas de Emilia Pardo Bazán. BNE - Biblioteca Digital Hispánica

A excepción de este último título, hasta hace veinticinco años solo se conocían los siete dramas que doña Emilia recopila en el volumen 35 de sus Obras completas (1909).

Cuatro consiguen llegar a la escena en vida de su autora: el monólogo protagonizado por una modista que lleva una doble vida (El vestido de boda, 1898); un diálogo dramático breve que coloca ante los espectadores la tragedia de una humilde aureana del Sil (La suerte, 1904); el drama en cuatro actos de Anita, casada con el asesino de su hermana (Verdad, 1906); y una comedia dramática en cinco sobre la decadencia de la vieja nobleza en el fin de siglo (Cuesta abajo, 1906).

Pese a sus esfuerzos, no logra Pardo Bazán que se representen El becerro de metal, protagonizado por María de Leyva y su familia de comerciantes judíos; ni Juventud, que representa el conflicto entre dos mentalidades incompatibles; ni Las raíces y su dramatización de la hipocresía social, la deslealtad amorosa y el sentimiento de culpa.

Sus obras fueron recibidas de forma desigual, aunque algunos de sus planteamientos dramáticos eran claramente modernos, en la línea de las nuevas vías teatrales europeas. Se aplaudieron y reseñaron con más o menos entusiasmo, pero un importante sector de la crítica atacó con dureza su incursión en el teatro, su osada voluntad de proyectarse desde la escena y convertirse en un “Lope con faldas” (Pérez de Ayala dixit).

Solo desde los años 80 del pasado siglo y, significativamente, a partir de la aproximación crítica de Francisco Nieva, el teatro pardobazaniano se redimensiona en el contexto literario y espectacular de su autora y de su tiempo:

“Ningún crítico ni colega contemporáneos hubieron de apreciar esta para mí asombrosa capacidad dramática de la escritora, que comienza por no hacer lo que lógicamente se le pedía, una alta comedia, sino algo desmesurado y sombrío con una apertura moral hacia la complejidad de los hombres”.

Francisco Nieva, “Una mirada sobre el teatro de Emilia Pardo Bazán”, en Estudios sobre Los Pazos de Ulloa, Madrid, Cátedra, 1989, p. 200).

A cien años vista, y sin prejuicios, cierto es que también en la escritura teatral doña Emilia es una referencia inevitable. Afortunadamente.

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