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Estatua de Irene con Pluto. Esculpida por Cefisodoto en Atenas, 370 a.e.c. Copia del original. Múnich. Marcus Cyron / Wikimedia Commons, CC BY-SA

En la Grecia clásica, la paz era una mujer ateniense

La paz en el mundo griego tenía rostro femenino. Eirene era una diosa, mencionada ya por el poeta épico Hesíodo en el 700 a. e. c. Hija de Zeus y de Temis, formaba, junto con sus hermanas Justicia (Dike) y Buen Gobierno (Eunomía), el conjunto de las “Horas” o Estaciones a cargo de la justicia y la paz social pero también de la prosperidad material.

Alegoría de la paz y la felicidad del Estado. En esta obra aparecen Eunomia (el buen gobierno), Dice (la justicia) y Eirene, esta última al centro encarnando la idea de la paz. Jacob Jordaens. Biblioteca Museo Víctor Balaguer / Wikimedia Commons

Esta imagen positiva de la paz se reencuentra en la Atenas democrática del siglo V a.e.c. en las obras del comediógrafo Aristófanes. En plena guerra del Peloponeso, este es un momento en el que Atenas no rinde culto cívico aún a la paz como divinidad (algo que sí hará en el siglo IV a.e.c.). Sin embargo, la paz se muestra como una aspiración de los campesinos en distintas obras de este autor, retomando la tradición anterior hesiódica, pero insertando en ellas determinados rasgos y pinceladas que llevan a pensar en una conexión entre mujeres y paz.

La mujer ateniense de Aristófanes

La Paz en Aristófanes se presenta claramente con rasgos femeninos, no solo como diosa, sino como mujer ateniense. Ya antes de la guerra del Peloponeso los atenienses se habían preocupado por la paz con los persas en la Paz de Calias del 499 a. e. c.. La habían construido, en el imaginario y específicamente en la acrópolis, como una Victoria (Nike) frente al persa, con una postura claramente imperialista.

Existían en la ciudad, en emergencia durante la guerra del Peloponeso, otras corrientes que preconizaban una tendencia a la paz entendida como inacción (hesychia) propia del ideario oligárquico de la ciudad, vinculado al ocio aristocrático y al alejamiento de la vida política.

Sin embargo, Aristófanes va a presentar en sus obras (Tesmoforiantes, Acarnienses, pero sobre todo en Paz y en Lisístrata) a Eirene como una figura femenina, que se muestra como remedio o ungüento médico. Sus discursos se ligan al ideario tradicional asociado a esta divinidad “amante de las fiestas”, del vino y la relación marital, pero también a formas de relacionarse y de afrontar los problemas de la ciudad de las féminas.

Busto de Aristófanes en la Galería de los Uffizi, Florencia, Italia. Alexander Mayatsky / Wikimedia Commons, CC BY-SA

Las obras de este comediógrafo descubren un mundo de relaciones y solidaridad femenina vinculadas al espacio ritual que encierran redes de contacto y de comunicación, de apoyo y de ayuda mutua. Dichas redes están cimentadas, entre otros aspectos, en la práctica ritual y religiosa en la ciudad, específicamente en el culto de Dioniso, el dios de fiestas agrarias y del vino.

En la comedia de la Paz, la diosa, una vez liberada, se presenta acompañada de dos jóvenes hermosas, Opora, la cosecha, y Teoría, la fiesta. La reconciliación y la paz en la obra se muestran, además, como la relación de parloteo entre muchachas y se hace hincapié en recordar su risa. La diosa toma rasgos de mujer ateniense –no habla en público– y está muy enfadada por la guerra. Eirene dialoga en voz baja con Hermes y se presenta como “mujer antibelicista” portando una cesta –propia de las mujeres en sus actos rituales– con los pactos.

Estrategias femeninas en Lisístrata

El fruto de la paz es la abundancia. Esta se consigue poniendo fin a las sospechas rebuscadas, mediante la amistad que propicia la mezcla entre personas diferentes y con una “comprensión más amable”. Estos valores podrían definirse como “femeninos”, y en Lisístrata, la obra por excelencia sobre la paz, se alude también a las estrategias femeninas para la reconciliación, como la delicadeza.

Estela de mármol que representa a Lisístrata. KaDeWeGirl / Wikimedia Commons, CC BY-SA

El argumento desarrolla la conspiración de las ciudadanas de Atenas y de otras poleis para llevar a cabo una huelga de sexo, así como la toma de la acrópolis y el tesoro, para poner fin a la guerra. En este contexto, a las féminas se las llama lisímacas, “las que disuelven la guerra”. Ese era el nombre que recibía la sacerdotisa de Atenea Polias. Se cree que está representada en la obra de Aristófanes por Lisístrata, cuyo nombre que significa exactamente lo mismo que lisímaca (tanto stratos como mache significan “guerra”).

La paz, por otra parte, no concierne solo a las ciudadanas de clase alta, sino también a las de clases bajas y a extranjeras e incluso, quizás, esclavas, “aliadas” como las invoca Lisístrata. La paz se consigue mediante la unidad del género femenino con la ausencia de conflicto interno.

La iniciativa para la paz se alaba en el coro de mujeres viejas, que atribuye cualidades positivas a las mujeres, como gracia, valor, sabiduría, patriotismo y sensatez. El tejido, tarea fundamental de las féminas en la ciudad, se presenta como imagen de la paz. El texto habla de embajadas, de eliminación de los corruptos, de encontrar la buena voluntad común, así como de integrar en la decisión a los excluidos: metecos, extranjeros, expulsados por deudas y colonos.

La concordia/reconciliación es, por tanto, femenina. Y esta paz no se identifica plenamente ni con la paz imperialista de la democracia radical ni con el alejamiento de la vida política de los miembros de la élite. Puede ser una paz utópica, pero se presenta en boca de mujeres, quizás reflejando algo de los discursos femeninos, especialmente de la sacerdotisa de Polias, en la ciudad.

Eirene aún no es una “virtud cívica”, pero sí un valor femenino que trata de filtrarse, sin éxito, en la política de la democracia de los varones y se alimenta de la actividad ritual de las mujeres.

Precisamente el ritual es la excusa de las ancianas en la obra para juntarse en gran número y tomar la acrópolis, imagen vívida de la profusión con la que estas frecuentarían el lugar sacro y del ascendiente que tendrían sobre los cultos acropolitanos. Estos espacios son lugares en los que se alimentan la comunicación y la solidaridad femeninas, posibilitando un discurso como el de la paz.

En Atenas, Eirene se presenta, además, como una de las seguidoras del dios Dioniso (una ménade), del mismo modo que las mujeres del Ática hacían, en sus ritos rurales, de ménades, representando a las “Horas (como la propia Eirene), Ninfas y Bacantes”. Precisamente en la iconografía del periodo de la guerra del Peloponeso, Eirene y Opora (buena cosecha) aparecen como ménades del dios en la iconografía.

El rostro de la mujer

En definitiva, la paz se presenta en el imaginario ateniense, y específicamente en Aristófanes, con rostro y figura de mujer, como objetivo perseguido por las ciudadanas, pero en colaboración con otras féminas, aliadas de distinto tipo.

Las mujeres disponen, además, según la comedia, de unos métodos, formas y objetivos específicos para lograr la paz que se ligan con el tejido, las fiestas, el vino y la relación marital. Implican, además, el diálogo, la comprensión, el consenso o la búsqueda de lo común, la reconciliación y, en definitiva, la integración de los excluidos. Detrás de este mensaje pueden esconderse actitudes reales y discursos femeninos en la ciudad, alimentados por espacios de solidaridad femenina nutridos desde la actividad ritual y festiva.

El culto de la paz que se instaura en el siglo IV a. e. c. en Atenas ha sido preparado antes a través del pensamiento, los discursos y los actos rituales femeninos, sin alcanzar todavía, en ese tiempo, el núcleo político asambleario. Sin embargo, sí que se convierte en una virtud que se presenta con rostro y maneras femeninas y va calando en la conciencia popular democrática de los atenienses.

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