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En qué se parecen ciencia y democracia

Ciencia y democracia son conceptos que han contribuido al bien común tras un proceso cimentado en los pilares de la cultura grecolatina. Las dos han seguido sendas sinuosas, colindantes en ocasiones, a lo largo de la historia. Y ambas están en peligro.

Inspirados en un reciente texto de José María Izquierdo lanzamos la siguiente pregunta: ¿sabemos en qué consiste de verdad la democracia? A veces resulta difícil aproximarse a la comprensión de un concepto mediante su observación directa. Por eso proponemos observar la democracia a través de su reflejo en el espejo de la ciencia.

Carl Sagan afirmaba que «los valores de la ciencia y los valores de la democracia son concordantes, en muchos casos indistinguibles».

Para sustentar este aserto, tomaremos los cuatro elementos que constituyen, según el sociólogo Robert K. Merton, el ethos característico de la ciencia. Es decir, el «conjunto de rasgos y modos de comportamiento que conforman el carácter o la identidad» de la ciencia como institución. A saber: comunismo, universalismo, desinterés y escepticismo organizado.

No discutimos su validez –no gozan de reconocimiento unánime entre los sociólogos de la ciencia–. Más bien los utilizamos, en pleno uso del método científico, para comparar ambas creaciones humanas, democracia y ciencia, asumiendo de partida cierta similitud entre los ethos de las dos.

Comunismo

El comunismo (también comunalismo y comunitarismo) en relación con el sistema científico no es el que entendemos como ideología política. Sí comparten la idea de la propiedad compartida, en el caso de la ciencia como institución basada en la colaboración social y cuyo producto, el conocimiento, debe ser compartido por el conjunto de la comunidad.

Con el libre intercambio de ideas –«y ciertamente lo requiere; sus valores son opuestos al secreto» afirmaba Carl Sagan– y con transparencia –«mejor en casas acristaladas, a las que cualquiera se puede asomar», en palabras de Max Perutz–.

Todo converge en la visión de progreso basado en el trabajo colaborativo, en la construcción conjunta. Frente al adanismo, consiste en ver y llegar más lejos a lomos del conocimiento y la experiencia de los antecesores, apoyados «en hombros de gigantes» –según el aforismo que suele atribuirse a Isaac Newton–.

Lo expuesto implica el reconocimiento y respeto hacia los resultados de la investigación de los colegas de profesión que han pasado los filtros de la propia ciencia, más allá de sus ideas y preferencias culturales, religiosas y políticas.

Universalismo

La ciencia es universal e impersonal, pues su ámbito es mundial. Sus resultados son patrimonio de la humanidad y afectan a todos a nivel global.

La ciencia actual no puede situarse al margen de la sociedad, ni huir de su legitimación. Requiere de la participación ciudadana, y también del escrutinio, examen y control público.

Desinterés

La ciencia y los científicos trabajan por el bien común, en beneficio de toda la sociedad, sin preferencias ni discriminaciones. La ciencia es un derecho de la ciudadanía –recogido como tal en el artículo 27 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos– y una obligación de las instituciones –mandatado, por ejemplo, en el artículo 44 de la Constitución Española–.

El desinterés está estrechamente vinculado con la integridad de quienes se dedican a la ciencia y su actitud sujetas al desprecio del fraude, la charlatanería, la artimaña y el engaño.

Escepticismo organizado

La ciencia es crítica, analítica. Trabaja con verdades que no son absolutas, pero siempre sujetas a revisión para su contraste. Cada nueva hipótesis, así como las declaraciones y pretensiones científicas, deben ser expuestas al escrutinio crítico antes de ser aceptadas.

¿En qué consiste, de verdad, la democracia?

A lo largo de su obra, Merton señala en repetidas ocasiones que el ethos de la ciencia «puede no ser acorde con el de la sociedad en general». Sin embargo, ya hemos visto lo que opina Carl Sagan al respecto de las similitudes entre ciencia y democracia.

El ejercicio de la política en democracia se basa en el intercambio y la discusión de las ideas, no en el debate. En el ejercicio del razonamiento, en el contraste de las razones, en el discurso, en el logos.

Este intercambio está ligado a la libertad de pensamiento, de expresión y al respeto por las ideas ajenas. La tolerancia de los diferentes puntos de vista. Democracia es compartir respeto a los propios y a quien piensa diferente. Finalmente, como la ciencia, la democracia requiere de transparencia.

Como la ciencia, la democracia aspira a ser universal. El propio Merton considera que «el ethos de la democracia incluye el universalismo como principio rector preponderante». La política democrática debe abandonar cualquier elitismo experto, y está reñida con los intereses particulares. Tampoco puede situarse al margen de la sociedad, del escrutinio y control públicos, de la participación ciudadana, cuyo culmen son las urnas.

Ni qué decir tiene que también la dedicación al logro del bien común es propia de la verdadera democracia, en la que no hay lugar para el favoritismo, el nepotismo y la discriminación. Aunque, por otra parte, las normas de comunismo y desinterés parecen no casar bien con los postulados de la economía capitalista llevados a su extremo –si bien el propio Merton señala que el desinterés no debe equipararse con el altruismo ni la acción interesada con el egoísmo–.

La ciencia y la democracia requieren controversias externas e internas. «La ciencia prospera en entornos que toleran el pluralismo y el disenso», y la democracia ha de propiciar dichos entornos. Para Sagan, «ambas exigen raciocinio suficiente, argumentos coherentes, niveles rigurosos de prueba y honestidad».

Este modo de pensar y actuar, científico y democrático, es incompatible con el etnocentrismo. Es un antídoto contra los etnonacionalismos y los fascismos, contra el supremacismo y los populismos xenófobos. Permite a ambas, democracia y ciencia, enfrentarse a dogmatismos, populismos demagógicos, totalitarismos y dictaduras. También a los bulos y al pensamiento irreflexivo –y la aplicación de este al ejercicio democrático del voto–.

Finalmente, la democracia es un derecho. Un derecho que se deriva de los deberes que toda persona tiene respecto a la comunidad, relacionados con la satisfacción del bienestar general en una sociedad democrática –artículo 29 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos–. Es más, en democracia, la ciudadanía es una obligación; la democracia nos impone la carga de ser ciudadanos.

Algunos autores han cuestionado la obra de Merton, por considerar que los valores o principios forman parte de lo que debería ser la ciencia, no de lo que es. Su aplicación a un análisis comparativo de la democracia, quizás nos hace pecar de ingenuos, pero somos conscientes de lo prescriptivo de este análisis de lo que la democracia debería ser.

Parafraseando a Rafael Barret, podríamos decir que ciencia y democracia coinciden: “Ninguna en sí son buenas ni malas; son medios soberanos de hacer el bien, si el bien está en nosotros”.

Todo ha sido ya dicho –«Toutes choses sont dites déjà; mais comme personne n'écoute, il faut toujours recommencer»– pero lo que hemos pretendido es traer al ámbito del diálogo reflexivo el valor científico del análisis comparado y el potencial transformador de la memoria histórica.

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