Los vehículos eléctricos, los biocombustibles y los combustibles sintéticos de baja o nula huella de carbono y el hidrógeno tienen una menor huella de carbono que los combustibles tradicionales.
Los coche eléctricos, la iluminación LED y la generación fotovoltaica suponen un gran avance, pero si no se toman las precauciones necesarias, pueden tener impactos negativos en la red.
Distintas empresas están ya instalando estaciones de recarga en las carreteras. Pueden llegar a proporcionar a los vehículos entre 200 y 250 km de autonomía en menos de un cuarto de hora.
Sustituir los coches de combustión por eléctricos puede no suponer la reducción de emisiones esperada si no efectuamos otros cambios, como disminuir el número de vehículos particulares.
Los desplazamientos activos contribuyen a atajar la crisis climática más que los vehículos eléctricos, incluso si se cambia el coche por la bicicleta para un solo viaje al día.
La nueva norma prevé un cambio de los vehículos de combustión por eléctricos. Pero si la cantidad de coches es la misma (o mayor), supondrán un enorme gasto de energía y recursos.
La pandemia y el confinamiento nos han hecho replantearnos el funcionamiento de nuestras ciudades. Más allá de las necesarias transformaciones estructurales, aún existen obstáculos que impiden poner en marcha las reformas que parecían más fácilmente realizables.
La inversión en energía renovable y la promoción de vehículos eléctricos no son suficientes para limitar el calentamiento global. Necesitamos un cambio socioeconómico que no podemos demorar más.
Si queremos alcanzar una movilidad eficiente y sostenible, debemos desarrollar procesos de reutilización y reciclado de baterías para evitar la creciente acumulación de residuos tecnológicos.
La falta de cargadores, su limitada autonomía y la escasa rentabilidad de los servicios de ‘car sharing’ en las ciudades pequeñas lastran la implantación definitiva de la movilidad eléctrica.
Las baterías de plomo, utilizadas en los primeros coches eléctricos, son demasiado pesadas: la ligereza del combustible derivado del petróleo lo convirtió en la opción prioritaria durante el siglo XX.
Los programas electorales de los distintos partidos para las autonómicas y municipales plantean medidas relacionadas con el vehículo eléctrico, los coches de combustión y la movilidad ciclista.
Los vehículos impulsados por energías más limpias sustituirán a los actuales, pero sus componentes también deben ser reutilizados si queremos que sean sostenibles.
No es sólo el motor gasolina, diésel o eléctrico lo que mide la contaminación de nuestro coche. El tipo de combustión del carburante, la abrasión de las ruedas y los frenos, incluso la manera de conducir influyen en la emisión de partículas finas a nuestra atmósfera.
Gobiernos y ciudades apuestan cada vez más por la llamada movilidad limpia. Sin embargo, no debemos olvidar los impactos sociales y medioambientales de estas nuevas tecnologías.
Profesor del Departamento de Ingeniería Química Industrial y del Medio Ambiente. Miembro del Grupo de Tecnologías Ambientales y Recursos Industriales, Universidad Politécnica de Madrid (UPM)
Catedrática de Historia e Instituciones Económicas, (UPNA). Directora del Institute for Advanced Research in Business and Economics (INARBE), Universidad Pública de Navarra
Profesora del Departamento de Construcción y Tecnología Arquitectónicas de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura, Universidad Politécnica de Madrid (UPM)