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Filosofía 2022: solo sabemos que queremos saber más

Lo que leerán a continuación parecerá una obviedad, porque todos nos hacemos preguntas constantemente y buscamos la forma de encontrar respuestas. Sin embargo, es necesario enfatizar lo que ya sabemos porque, frente a la tendencia actual que puede asumir que, aunque interesante, la filosofía es una asignatura menor dentro de los currículos de diferentes niveles educativos, estos temas siempre han captado la atención de los lectores.

Roberto Aramayo, del Instituto de Filosofía del CSIC y experto en Immanuel Kant, explicaba a principios de 2022 por qué la filosofía del pensador seguía estando de actualidad. Claramente lo está, ya que fue uno de los artículos de filosofía más leídos del año –y eso que Kant siempre ha tenido fama de ser un hueso duro de roer para los estudiantes–.

Han gustado su defensa de la experiencia frente a los conocimientos exclusivamente teóricos, su confianza en la esperanza como motor de cambios y, sobre todo, su tesis ética: “Aquello que nos puede salvar puntualmente de un aprieto ¿podría valer como pauta para cualquiera en todo momento? Si la respuesta es negativa, esa regla no merecería ser una ley con validez universal”.

También ha conquistado la voluntad de Søren Kierkegaard de hacer filosofía para ser comprendida por su “querido lector”. Ángel Viñas Vera, de la Universidad Loyola Andalucía, analizaba el temple con el que se deben comunicar los pensamientos filosóficos y explicaba que el receptor del mensaje de Kierkegaard tenía mucho que ver con la actitud que este adoptaba a la hora de transmitir su mensaje.

Kant y Kierkegaard son algunos de los nombres que suenan familiares tras pasar por la Secundaria y el Bachillerato. Como casi todos los filósofos que descubrían los adolescentes hasta hace poco, son hombres. Ahora, los nuevos temarios y muchos profesores están intentando cambiar eso. Como explica Laura Triviño Cabrera, de la Universidad de Málaga, gracias al proyecto @Filosoclips, y de la mano de éxitos del pop de Aitana y Ana Guerra, de Jennifer Lopez o de Beyoncé, los estudiantes están conociendo el pensamiento de filósofas como Olympe de Gouges, Flora Tristán o Christine de Pizán.

Dudas permanentes

Las (pocas) certezas del ser humano se ven desafiadas todos los días al abrir el periódico. ¿Qué le ocurre al mundo? ¿Es cierto todo esto que me están contando? Dos de los artículos más exitosos también estaban centrados en las grandes dudas que nos ocupan.

Por un lado, Ignacio L. Moya, de la canadiense Western University, analizaba el pesimismo filosófico frente al psicológico para intentar quitarle la pátina de tragedia que arrastra el nombre. No es que las tesis de Sartre, Sileno o Schopenhauer sean una fiesta, pero “ya que nos ha tocado estar aquí”, tal vez lo mejor sea –según sus teorías– huir del imperativo de la felicidad al que parece que nos obliga la sociedad, poner un pie delante del otro y vivir. Puede que seamos felices sin vernos obligados a ello.

Por otro lado, Agustín Joel Fernandes Cabal, de la Universidade de Santiago de Compostela, vuelve a Sartre y recoge la filosofía de Nietzsche y Foucault para preguntarse si existe la verdad. Haciendo una analogía con la cebolla, describe la verdad como esta hortaliza, llena de capas y de difícil acceso. La verdad existe, pero no podemos alcanzarla completamente. Y, sin embargo, seguimos buscándola como si fuese una utopía. ¿Por qué? Eduardo Galeano tiene la respuesta:

La utopía está en el horizonte. Camino diez pasos y ella se aleja diez pasos. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar.

Filosofar para sentir…

Todos somos seres sintientes. Pero a veces no logramos definir o discernir lo que sentimos, una capacidad esencial para vivir y movernos entre la gente. Sonia París Albert, de la Universitat Jaume I, nos contaba la relación que tiene la filosofía con la educación sentimental, porque desde ella “se puede estimular nuestro pensamiento crítico sobre nuestros sentimientos a fin de discernir las razones por las que sentimos lo que sentimos y cómo lo sentimos con sus consecuencias”.

Ya en el siglo XVII, Benito Jerónimo Feijoo, un pensador inquieto y curioso, intrigado por descubrir en qué parte del cuerpo nace el amor, estudió el potencial del corazón como órgano desencadenante de pasiones. Los estímulos llegaban a las vísceras a través del sistema nervioso, que se comportaba, según Feijoo, como las cuerdas musicales de un instrumento. Describe Elena Serrano, de la Universitat de València, que “la naturaleza física de los nervios explicaba por qué un mismo objeto podía causar efectos diferentes en distintas personas” y añade que el pensador utilizó este modelo para “reforzar la igualdad de los sexos, ya que no había ningún indicio físico de que las fibras nerviosas de hombres y mujeres difirieran de forma consistente”.

… pensar…

La filosofía está en todas partes, en la política, en el periodismo, en el mercado, en la cárcel… También está en el escenario. Los textos teatrales son una buena forma de ofrecer preguntas al espectador, preguntas que no siempre encuentran respuesta sobre las tablas pero que plantean la necesidad de trabajar un pensamiento crítico.

Al menos esa es una de las aspiraciones del dramaturgo español Juan Mayorga, premio Princesa de Asturias de las Letras en este 2022, que estrenaba en primavera El Golem, un regreso a su vocación filosófica. La propuesta forzaba a la audiencia a despertar, liberar sus ideas y revolverse ante un mundo dominado por unos pocos. Para Mayorga, como explica Noelia López-Souto, de la Universidad de Salamanca, el teatro es “una herramienta de agitación de conciencias”.

En una preciosa defensa de la obra literaria de Henry David Thoreau, Walden, Antonio Fernández Vicente expone que el objetivo del autor al describir esa “reclusión” que se autoimpuso al retirarse durante más de dos años a una cabaña en medio de la naturaleza no era otro que “celebrar la vida contra todo aquello que nos transforma en meras piezas de una maquinaria infernal”. Thoreau y Mayorga, mano a mano en contra del sistema que nos aliena.

… y pasear

Para finalizar, calcémonos los zapatos y crucemos la puerta. Siguiendo el consejo –o la petición– de Isabel Argüelles Rozada, de la Universidad de Oviedo, aprovechemos estos días para crearnos un nuevo propósito filosófico, una nueva rutina que nos permita reflexionar de forma pausada, a veces hasta melancólica, pero muy estimulante: salgamos a pasear por la ciudad.

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