Estamos unidos a la tecnología, pero ¿la usamos o nos usa? Las invenciones tecnológicas son como el aire que respiramos, nuestra segunda naturaleza como Homo sapiens. El declive de la religión y el éxito de la ciencia han creado una sociedad tecnológica.
La revolución tecnológica aparece con un carácter de cultura silenciosa que se impone, es el motor de las transformaciones sociales y está basada en la racionalidad productiva del capitalismo. “No hay cosas de las que los capitalistas no se hayan apropiado con fines nefastos”, señala David Harvey, profesor de Antropología en el Graduate Center de la Universidad de la Ciudad de Nueva York (CUNY).
El “lado oscuro” de la tecnología
En el caso de las nuevas tecnologías es evidente que tienen su “lado oscuro”: son una forma de control social, lo que algunos autores describen como el panóptico digital, puesto que vivimos bajo su vigilancia y control permanentes.
En cambio, para Amber Case, antropóloga digital norteamericana, las nuevas tecnologías ayudan a vivir y reflejan un incremento de humanidad. A través del teléfono móvil es posible que la gente no esté tan aislada como imaginamos. Los móviles y los objetos que nos rodean sirven como vehículos de la interacción social, de conexión humana y los empleamos para ser más sociales.
Hoy estamos hiperconectados y ya somos totalmente dependientes de las apps, la cámara o el GPS del smartphone. De hecho, tenemos dos vidas: la vida de nuestro yo analógico y la vida de un segundo yo, el digital, el cual hay que mantener a diario (responder emails, Instagram, un like en Facebook o un tuit en Twitter). Este yo digital nos convierte en una imagen y también en un nickname con el que podemos jugar a lo que queremos que otros vean de nosotros.
¿Es la comunicación indicativo de bienestar?
La ONU señala que los ingresos, la educación y la salud son vectores para el bienestar y la calidad de vida de las personas. Sin embargo, la comunicación ha sido ignorada como un medio para lograr el bienestar y un asunto básico de los seres humanos.
El imperativo de comunicarse crea conexiones y facilita la comunicación. El ser humano tiene una necesidad primaria: comunicar. Y los móviles son una herramienta muy importante.
Así se usa el móvil en el Caribe
El antropólogo Daniel Miller muestra que en Jamaica y en el Caribe la gente utiliza los móviles de una manera distinta a como lo hacemos otros. Allí sirven para aliviar la pobreza, las personas hacen varias llamadas y de muy corta duración para obtener amor, apoyo, salud e información de todo tipo. Existe más interacción y las llamadas son más cortas.
Esto es muy distinto cualitativamente a cómo se usaban los Blackberry, los primeros teléfonos inteligentes que incluían correo electrónico en 1999 (el iPhone llegó en 2007).
Daniel Miller compara y explica que para los euroccidentales el primer teléfono inteligente fue el Blackberry, utilizado principalmente por ejecutivos y empresarios para hacer negocios. En cambio, el uso local del teléfono en otros países, en este caso del Caribe, en la actualidad sirve para múltiples cosas y especialmente como herramienta de conexión y relación social, así como soporte mutuo y solidaridad entre la gente humilde. Es la idea de la glocalización: cómo un mismo objeto tiene significados distintos según el contexto social y cultural.
El influjo digital del correo electrónico, Facebook, Whatsapp, Twitter, YouTube o el propio móvil provoca efectos en la mente. Uno de los más relevantes es la atención parcial continua, estar pendiente de muchas cosas sin solidificar nada.
Con el móvil se trata de otros procedimientos de comunicación parecidos a la diferencia entre leer un libro en papel, una lectura más profunda y sin interrupciones, y una lectura en pantalla digital donde la concentración es menor. Con él podemos conectarnos, no solo con cualquiera, sino en cualquier momento. Y eso puede ser un problema. La calm technology, la tecnología tranquila y no intrusiva, es el siguiente paso.
Amber Case señala que el problema es que manejamos dos tipos de tiempo que ya definieron los griegos:
el Cronos: levantarse por la mañana, tener una reunión de trabajo o asistir a clase.
el Kairós: más humano, como ver el atardecer, hacer planes, reflexionar, enamorarte, comer rico o la inactividad. Aquí nos olvidamos del tiempo.
Cuando estamos en el “modo Kairós” es cuando cambiamos el móvil al “modo avión” o lo escondemos porque no queremos que nos molesten con notificaciones. Tal vez hacemos esto una hora al día para aliviarnos de este tiempo Cronos, que es lo que se conoce como una tecnología disruptiva.
El Cronos nos pone ansiosos cuando nos quedamos sin batería o entramos en la arquitectura del pánico: abrimos el correo y encontramos doscientos mensajes. Y miramos el teléfono todo el tiempo en un tipo de cultura del click instantáneo.
Amber Case explica que la tecnología se volverá cada vez más secundaria y periférica, invisible y menos invasiva, para que el individuo pueda concentrarse en la tarea principal del momento o pasar más tiempos con la familia o los amigos.
Esta tecnología ya la estamos usando: la luz del sensor anti-incendios, la videoconferencia o el indicador luminoso del “abróchese el cinturón” en el avión. Whatsapp funciona bastante bien, no requiere toda nuestra atención porque podemos contestar inmediatamente o aplazar la respuesta, o sencillamente no contestar.
Tres problemas de fondo
Sin embargo, no se ha prestado atención a los problemas de fondo. Mencionaré solo tres de ellos:
Primero, la promesa de esta tecnología suave recuerda las ideas optimistas que surgieron al comienzo de Internet, cuando se pensaba que la red iba a ser liberadora y democrática. Hoy la cultura tecnológica es también de control social, lo que algunos han definido como el advenimiento del panóptico digital. Los móviles nos vigilan. ¿El centro de poder? Silicon Valley, los nuevos emperadores del orden mundial.
Segundo, estamos creando la imagen de perfectabilidad, como si el cielo ahora llegara a la tierra: todas las cosas son posibles y la vida es perfectible, lo cual conduce a una enorme desilusión y, sobre todo, a una insatisfacción por la menor disrupción: la nevera se estropea, el coche falla, el teléfono se queda sin batería o mi matrimonio se desmorona. Es la noción de que algo se arruina simplemente porque tiene un problema que necesita ser arreglado porque… debería ser perfecto. Es un hecho que la tecnología falla. La propia Amber Case reivindica una cultura donde la gente vuelva a reparar sus cosas y no necesite a un experto.
Y tercero, la pérdida de control. Ello es muy claro en la educación de los niños, puesto que los padres no pueden controlar la cantidad de información que fluye sobre sus hijos, ya sea a través de los móviles u otros media. El New York Times subrayaba hace años que los hijos estaban perdiendo su inocencia y conocían muchas cosas, algunas inapropiadas, así como contenidos tóxicos a través de los medios. Pero se preguntaba si, tal vez, la edad de la protección parental está siendo sustituida por la edad de la preparación: los padres piensan que los hijos deben estar expuestos mucho antes a experiencias de adultos para sobrevivir en un mundo cada vez más incontrolable. Por ello, se entrega un móvil a los hijos a edades incluso más tempranas de las que recomiendan los expertos.
El móvil nos proporciona nueva libertad y creatividad y a la vez genera una nueva opresión y desigualdad.