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Frente al riesgo de las redes: diez ‘salvavidas’ para los huérfanos digitales

Aprender a navegar el entorno digital y a socializar en él ha sido un proceso intuitivo para las generaciones más jóvenes, nativas digitales. Pero lo han hecho, en la mayoría de los casos, sin adultos que los acompañaran en el proceso, por lo que pueden considerarse “huérfanas digitales”.

Por ejemplo: el 53 % de los jóvenes españoles son incapaces de distinguir entre hechos y opiniones en textos relativamente claros.

Esta falta de acompañamiento hace imprescindible una alfabetización digital en todas las etapas educativas, aunque la necesidad no ha calado en el texto legislativo de la LOMLOE.

El siguiente es un decálogo de propuestas prácticas ante los retos de la comunicación digital:

1. Frente a la primacía de lo urgente, prudencia

Con un mínimo esfuerzo técnico o intelectual se pueden transmitir imágenes, textos, vídeos y audios sin límite de espacio. Eso ha convertido la urgencia en una suerte de competición para los medios de comunicación, que a menudo supeditan la calidad a la inmediatez.

El primer aspecto que deberían analizar los jóvenes ante cualquier mensaje que les llega es si la alarma producida y la viralización que lo acompaña se deben a la trascendencia del acontecimiento o a la coincidencia en el tiempo de un número muy elevado de usuarios hablando del mismo tema.

2. El lugar en la jerarquía informativa

Las informaciones con impacto social elevado suelen ocupar el espacio de máxima relevancia de los principales medios de comunicación, independientemente de su orientación ideológica.

Un buen consejo para comprobar un contenido impactante aparentemente informativo es la repercusión en los medios de comunicación profesionales y la importancia que esos canales le conceden.

3. Atención a la fuente original

Las redes sociales y los canales de mensajería instantánea como WhatsApp han convertido a cualquier usuario en potencial comunicador de masas. Por eso, ante cualquier contenido que nos llega, debemos hacernos dos preguntas: si nos fiamos de quien nos lo hizo llegar y si además podemos fiarnos de la fuente original del mensaje.

Según la teoría del flujo en dos pasos, tendemos a fiarnos más de aquellas personas que son para nosotros fuente de inspiración. Por eso debemos fijarnos en la fuente primaria, es decir, la que generó el contenido, aunque la persona que nos lo envía sea para nosotros una autoridad en la materia.

4. Mejor poco y bien que mucho a medias

El exceso de información produce desinformación. Se ha demostrado que el tiempo de atención media a un contenido en el entorno digital es de 8 segundos. Si bien es cierto que en internet caben muchos contenidos informativos, los usuarios los consumen en muy poco tiempo.

Hay que educar la atención para corregir esa tendencia de atender simultáneamente a múltiples tareas y aplicaciones, y realizar ejercicios de desintoxicación digital, en concreto sobre el control de tiempo de uso del móvil.

5. Cuidado con los titulares anzuelo

Si bien internet es una herramienta prodigiosa por su capacidad para almacenar y conectar grandes cantidades de información, la realidad es que los canales digitales tienden a ofrecer contenidos breves y atractivos, generalmente diseñados para captar nuestra atención. Esta realidad, que en periodismo se denomina clickbait (titular anzuelo), está directamente vinculada con la merma de la calidad de la información periodística y la pérdida de confianza de los ciudadanos en los medios.

La alfabetización mediática ayudaría a los usuarios a eludir la trampa del titular anzuelo, al permitirles discernir qué temas específicos son importantes y en cuáles les interesa profundizar. Una práctica sencilla es la elaboración de listas de fuentes de confianza (por ejemplo, medios profesionales y periodistas de prestigio) en las redes sociales, para encontrar con rapidez y eficacia los contenidos más relevantes y comprobados.

6. No caer en la trampa del emotivismo

La apelación a las emociones como un recurso argumental para captar la atención del público no es necesariamente nociva, excepto si se utiliza de manera excesiva y provoca que no se preste atención a lo relevante. A menudo las noticias enfatizan lo anecdótico y lo frívolo de un acontecimiento soslayando lo fundamental.

Es el conocido como síndrome del foso de orquesta: si dos grandes mandatarios están sobre las tablas de un teatro, uno de ellos anuncia una propuesta que logrará la paz en el mundo y el otro, en un despiste, se cae al foso de orquesta, la noticia de portada será la caída.

El reto de la alfabetización mediática es lograr que la audiencia no se quede en lo anecdótico y consiga aprovechar el emotivismo para llegar al problema fundamental.

7. Desenmascarar las noticias falsas

Redes sociales y sistemas de mensajería son canales de comunicación con muy pocas medidas de control sobre los emisores y los contenidos. La presencia de perfiles falsos, como los bots, hacen prácticamente imposible impedir la viralización de contenidos malintencionados.

Dado que la actitud del usuario en la selección de los canales es clave para combatir la desinformación, hay varias rutinas sencillas de verificación que se pueden enseñar en el aula: un ejercicio consiste en generar un listado de aspectos que hay que comprobar antes de validar un contenido.

Esos elementos darían lugar a una suerte de “semáforo de la credibilidad” que permitiese conocer el nivel de garantía de aquello que se ha recibido antes de decidir retransmitirlo. Esa reflexión previa permite conocer si contribuimos a viralizar contenidos verdaderos, y cómo podemos mejorar las redes con nuestras aportaciones desmintiendo o completando las falsedades que recibamos.

8. Engañar al algoritmo

Es sabido que las redes sociales son operadas por algoritmos que seleccionan para nosotros los contenidos en función de nuestro historial de navegación por la red. A causa de este sistema se producen efectos como la llamada “caja de resonancia mediática” o los peligrosos “filtros burbuja”, que reducen nuestra percepción del mundo exterior.

Se puede jugar con el algoritmo para diseñar el propio perfil, de manera que aprenda a enlazar con fuentes variadas y de prestigio. Hay que conseguir que los adolescentes sean capaces comprender que lo que aparece en sus redes solo es un fragmento intencional de la realidad, construido de forma artificial. No es que sea falso, pero sí que es incompleto, como acertadamente definió la novelista nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie en The danger of a single story.

9. Evitar la radicalización

Uno de los efectos más preocupantes de la propagación de noticias falsas es la polarización social y la propagación de discursos del odio. Junto con la emotividad, la desinformación a menudo pretende radicalizar la sociedad y dividir a los ciudadanos en grupos enfrentados ideológicamente. En este sentido, los populistas son expertos en escoger las palabras y manipular los contextos para provocar reacciones emocionales entre los usuarios.

Pero el populismo se puede combatir con la alfabetización mediática. En el aula se pueden plantear análisis de texto basados en lenguaje populista y, a modo de juego, incitar a los jóvenes a distinguir los hechos de las opiniones, a detectar opiniones distintas y a comprender los fundamentos de cada postura, a rebatir opiniones, a distinguir opiniones argumentadas, a aumentar el número y la variedad de las opiniones, etc.

10. Autocensura y espiral de silencio

En contra de las previsiones más optimistas, internet ha provocado el resurgimiento de ciertos efectos perversos ya detectados en la sociedad de masas del siglo XX. La socióloga alemana Elisabeth Noelle-Newmann describió esta suerte de autocensura en su obra La espiral del silencio. Opinión pública: nuestra piel social.

La tesis de la autora es que, frente a la opinión dominante, el individuo tiende a guardar silencio y a reservarse su propia opinión, e incluso a plantearse la posibilidad de que sea él quien está equivocado frente a la mayoría.

Una suerte de espiral del silencio se ha instalado en la sociedad digital: el temor a sufrir linchamientos en las redes, a provocar rupturas indeseadas entre grupos de familiares o de amistades, etc., lleva con frecuencia a la autocensura y al miedo a expresar públicamente nuestras opiniones, lo que en última instancia representa una grave lesión del derecho fundamental a la libertad de expresión.

Para contrarrestarlo, debemos poner en valor la comunicación interpersonal en grupos reducidos de personas de confianza, instruir en el arte del debate y de la dialéctica, para aprender a plantear adecuadamente las ideas propias.

Asignatura inaplazable

La alfabetización mediática no solo es una asignatura pendiente de nuestros sistemas educativos, sino una particularmente inaplazable. Urge educar desde la infancia en el uso de herramientas de comunicación tan poderosas como las digitales.

No se trata de sembrar miedo ni de propagar un pensamiento negativo hacia las nuevas tecnologías; más bien al contrario: el reto consiste en comprender el potencial de estas herramientas y en asumir que las personas, desde la etapa escolar, necesitamos aprender cómo funcionan y cómo utilizarlas.

Este planteamiento también supone un desafío para los educadores, que necesitan formación específica en Comunicación Social para identificar las causas y los efectos de la desinformación. El objetivo es común y compartido: construir un futuro basado en el conocimiento de la verdad, en la libertad de opinión, en la democracia y en la garantía de la defensa de los derechos humanos.

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