¿Cómo es posible que no se actúe y se permita un fraude o un error que puede tener consecuencias tan graves? La respuesta está en un fenómeno psicológico.
Los profesionales sociales y asistenciales se han convertido de golpe en superhéroes ante una pandemia que no les permite sucumbir, flojear ni abandonar. ¿Resistirán?
Desde los sanitarios hasta aquellos que sientan vacío por la ausencia de actividad prosocial, todos estamos haciendo algo para ayudar moralmente en esta crisis. A veces, contribuir al bien común de forma altruista es tan fácil como seguir una vida sencilla y dar ejemplo.
Con la COVID-19 acechando nos hemos visto, de la noche a la mañana, obligados a recluirnos en nuestras casas. En este contexto, la rutina puede jugar el papel de aliado o de enemigo.
Los bomberos de Nueva York trabajan cerca de la Zona Cero tras el colapso de las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001.
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En estos días nuestro estado de ánimo fluctúa entre el optimismo y el pesimismo con todos sus matices. Tras el atentado del 11-S, las personas sentían una mezcla de emociones relacionadas con la rabia y la tristeza, pero también con la gratitud y el amor hacia familiares. Así salieron de ello.
La ansiedad es parte de la vida, pero no debe apoderarse de su vida.
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Las estrictas medidas de confinamiento suponen un gran reto para nuestra salud mental. Esta pandemia pone en primera línea el compromiso en el cuidado de los demás, especialmente de los mayores, y la protección de lo común.
Enfrentado con incertidumbre y ansiedad, el cerebro da el orden de comenzar el acaparamiento, si seas persona en tiempos de pandemia o una ardilla preparándose para el invierno.
El personal sanitario es uno de los colectivos profesionales que sufre mayor nivel de estrés de la pandemia de COVID-19. Se sienten frágiles, desorientados, sobrecargados, agotados e impotentes.
Estos días, nuestras dos principales ventanas al exterior son internet y los balcones. La psicología social nos da muchas claves para entender cómo nos comportamos ante esta situación inédita que nos ha tocado vivir.
Tocarse la cara es un gesto natural, pero propaga los gérmenes. Hay formas de parar.
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Algunas personas se tocan la cara hasta 23 veces cada hora, a pesar de que ese gesto propaga los gérmenes, como el coronavirus. Damos algunas pautas para dejar de hacerlo.
Los sacrificios altruistas extremos siempre han atraído a los científicos, especialmente cuando se trata de morir por algo o por alguien. Parece que cuanta más afinidad genética tengamos con una persona, más dispuestos estaríamos a dar la vida por ella.
Históricamente, el cuerpo y el movimiento han sido ampliamente ignorados en la psicoterapia. Pero los tiempos están cambiando y las terapias somáticas y de danza están ganando credibilidad científica.
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La terapia con danza es eficaz para tratar la depresión, mejorar la memoria y la neuroplasticidad en los adultos mayores, y para mejorar la función ejecutiva en los pacientes con la enfermedad de Parkinson.
Frente a la visión dominante de los selfis como reflejo de un narcisismo individualista patológico, muchos estudios evidencian que son, sobre todo, una forma de comunicarse con los otros.
Los movimientos de las manos ante la publicidad están impulsados por la atracción hacia rostros bellos, pero se ven mucho menos afectados por los rostros "promedio" o poco atractivos.
Investigadora del proyecto "Comunicación Científica y Divulgación en la Transferencia del Conocimiento en la Universidad", Universidad Complutense de Madrid
Profesor Titular de Universidad. Psicología Evolutiva y de la Educación. Director del Instit. Univers. Mixto de Investigac. de Educación y Desarrollo Daisaku Ikeda (IEDDAI), Universidad de Alcalá
Profesora del Departamento de Psicología Evolutiva y de la Educación, Facultad de Educación de Bilbao, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea
Profesora adjunta en el Departamento de Psicología Evolutiva y de la Educación de la Facultad de Educación, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea