La población de muchas especies de aves ha descendido en las últimas décadas y, con ello, su contribución a la banda sonora de la naturaleza, cada vez más homogénea y silenciosa.
El trino de los pájaros y los sonidos naturales facilitan mecanismos fisiológicos que mejoran nuestro organismo, favorecen nuestra salud física y nuestro bienestar psicológico. Nos hace sentir bien escuchar la naturaleza. Si la banda sonora de las aves sigue empobreciéndose, el silencio de los pájaros acabará teniendo repercusiones en la salud de los seres humanos. Los registros que hemos realizado ya muestran su declive.
En Primavera silenciosa, Rachel Carson explica cómo los sonidos de la naturaleza han estado íntimamente vinculados a la percepción de la calidad del medio ambiente y anticipa un futuro en el que los pájaros habrán dejado de cantar:
“Era una primavera sin voces. En las mañanas que antes palpitaban con el coro de petirrojos, palomas, arrendajos, reyezuelos y decenas de voces de pájaros, ahora no había sonido; solo el silencio se extendía por los campos, los bosques y las marismas … Incluso los arroyos ahora estaban sin vida … Ninguna brujería, ninguna acción enemiga había silenciado el renacimiento de una nueva vida en este mundo asolado. La gente lo había hecho por sí misma”.
La integridad del paisaje sonoro natural se incorpora cada vez más a las políticas y acciones de conservación y salud ambiental. En una sociedad urbana, sedentaria y rodeada de barreras de acceso al medio natural, cada vez es más difícil experimentar estímulos naturales, como el canto de los pájaros, que nos han informado y acompañado durante la mayor parte de nuestro camino como especie.
En una reciente investigación, publicada en Nature Comunications, hemos estudiado cómo se ha transformado el paisaje sonoro en los últimos 25 años en más de 200 000 lugares de Norteamérica y Europa, y hemos constatado que cada vez es más simple y monocorde.
Desde CREAF e ICO, hemos trabajado como parte de un equipo internacional de investigadores, dirigido por Simon Butler, de la Universidad de East Anglia (Gran Bretaña). La base del trabajo ha sido reconstruir por primer vez a gran escala la estructura acústica de la banda sonora de las aves en distintos momentos y localizaciones.
Para lograrlo, hemos combinado información de censos de aves obtenidos gracias a millones de observaciones de ciencia ciudadana, coordinadas a escala continental, con grabaciones de especies individuales al aire libre.
Reconstruir paisajes sonoros
Para reconstruir las bandas sonoras de las aves a lo largo del tiempo, los paisajes sonoros históricos, recurrimos a bases de datos enormemente ricas gracias a la ciencia ciudadana: El North American Breeding Bird Survey y el Pan-European Common Bird Monitoring Scheme. Además, hemos contado con las grabaciones en el entorno natural de más de 1 000 especies de Xeno-Canto, una exhaustiva base de datos de libre acceso con el trinar de cantos y reclamos de aves de todo el mundo.
Con estas rigurosas bases de datos podemos saber con gran precisión qué especies de aves y cuántos individuos de cada especie había en un lugar concreto en un momento dado. Con esta información, podemos crear el paisaje sonoro de ese lugar, en ese momento, combinando en la proporción que indica el censo las grabaciones tomadas al aire libre de individuos de cada especie representada.
Asignamos un archivo de cinco minutos a cada paisaje sonoro, y 25 segundos a cada individuo de una especie.
Este es un ejemplo de un paisaje sonoro construido como parte del trabajo científico:
25 años de registros
Una vez creados los paisajes sonoros de cada localización y en distintos momentos a lo largo de 25 años, establecimos cuatro índices que permitían cuantificar su riqueza. Los índices acústicos que establecimos se relacionan con la variedad y abundancia de especies de aves y con la complejidad de sus canciones.
Nuestro análisis se basa en los cambios que se “escuchan” en cada sitio a lo largo de los años, independientemente de los cambios ambientales que vayan ocurriendo. Esto permite que trabajos como éste nos muestren de forma inequívoca cómo va cambiando el mundo que nos rodea.
Pérdida de biodiversidad y ancho de banda
Los resultados del estudio revelan un deterioro crónico de la calidad de la banda sonora de la naturaleza en Norteamérica y Europa durante las últimas décadas. La pérdida global de biodiversidad es una de las realidades que mejor lo explica.
Hemos identificado aquellos lugares en los que más ha descendido la diversidad y la intensidad acústica de su banda sonora, y se corresponden con entornos en los que hay menos abundancia y riqueza de especies.
Sin embargo, la amortiguación del canto de las aves tiene matices, por ejemplo, influye el tipo de especies implicadas, y cómo estén cambiando numéricamente en el entorno.
Por ejemplo, la pérdida de una especie como el mosquitero musical, que entona un canto rico e intrincado, probablemente tenga un mayor impacto en la complejidad del paisaje sonoro que la pérdida de una especie de córvido o gaviota, siempre más monótonos y estridentes. Así que el modo en que afecte a la banda sonora de la naturaleza dependerá también de la cantidad de mosquiteros musicales que haya en el lugar y de cuáles sean las otras especies que compartan ese rincón del mundo.
Este estudio se centra exclusivamente en las aves, sin embargo, la reducción de otros grupos biológicos con gran probabilidad también está empobreciendo la banda sonora de la naturaleza.
Añadamos al deterioro el aumento constante y generalizado del ruido producido por los humanos y otros contaminantes sensoriales, que sirven como pantalla al sonido natural. Diferentes estudios muestran que las aves se ven forzadas a reducir su canto cuando la actividad humana se intensifica. El confinamiento causado por la covid-19 fue una pequeña oportunidad para comprobar que, cuando nuestra actividad disminuye, las aves urbanas vuelven a cantar, como si la ausencia de humanos comportara un ambiente más natural.