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Capiteles del patio de las Doncellas. Alberto.Bravo / Wikimedia Commons, CC BY-SA

La influencia islámica en el arte de los reinos cristianos

La prolongada presencia de los musulmanes en la península ibérica ejerció un enorme impacto en las artes y la cultura de los reinos cristianos. Tanto fue así que no solo transformó su arquitectura y otras creaciones materiales, sino también la forma en la que las élites políticas se mostraban públicamente en diferentes actos ceremoniales.

Parte del origen de este fenómeno puede rastrearse con claridad desde, al menos, el siglo X, momento en el que diversos tejidos y objetos de marfil y orfebrería, entre otros, llegaron a manos de la monarquía y la nobleza cristianas y también engrosaron los tesoros de los principales centros religiosos. Algunos de ellos lo hicieron como botín de guerra al adentrarse en territorio andalusí, lo que implicaba una idea de triunfo sobre el adversario, pero fue más frecuente su adquisición mediante compra o como fruto de los intercambios diplomáticos y pagos de tributos.

En definitiva, el carácter suntuario, lujoso y exclusivo de las creaciones artísticas andalusíes las convirtieron en preciado objeto de deseo incluso tiempo de después de la toma de Granada en 1492 y de que se decretase la conversión forzosa de los musulmanes.

La arquitectura mudéjar

Aunque la influencia de al-Ándalus fue en buena medida paulatina y respondió a lo largo de los siglos a diferentes intereses y motivaciones, el considerado como hito que definitivamente abrió las puertas a descubrir e impregnarse de la realidad monumental andalusí fue la conquista de Toledo en el año 1085.

El rey Alfonso VI, que la tomó mediante pacto y concedió a la población musulmana (mudéjares) la posibilidad de permanecer en ella manteniendo su religión y propiedades, iniciaría una práctica novedosa al reservarse el alcázar del destituido rey taifa y utilizarlo como centro representativo de su poder en la ciudad.

Posteriormente, en un contexto de firme avance cristiano hacía el sur peninsular y el consecuente repliegue musulmán en el creado reino nazarí de Granada, la monarquía cristiana no solo continuó ocupando algunos de los palacios islámicos de los territorios recién conquistados, sino que los utilizó como modelo para sus propias construcciones. Buena muestra de ello son las tempranas actuaciones llevadas a cabo bajo el reinado de Alfonso VIII en el Monasterio de santa María la Real de las Huelgas de Burgos (1187) y las promovidas más adelante por Alfonso XI en el Alcázar de los Reyes Cristianos de Córdoba (ca. 1327).

Yesería mudéjar con pavos reales en el Monasterio de las Huelgas (Burgos). Fundación Joaquín Díaz / Wikimedia Commons, CC BY-SA

Estas y otras construcciones forjarían la base de una arquitectura palatina en la que se hacía palpable la recepción de modelos constructivos y decorativos andalusíes y que desde el siglo XIX fue clasificada dentro del recién llamado estilo mudéjar. Una denominación principalmente impulsada por José Amador de los Ríos en 1859, que ha despertado numerosos debates historiográficos y que actualmente es aceptada para definir ya no un arte realizado por mudéjares, sino aquellas creaciones surgidas en un escenario en el que las prácticas islámicas fueron adoptadas y adaptadas por las sociedades cristianas peninsulares con diversas finalidades.

Palacio de María de Padilla y Pedro I. Astudillo (Palencia). JGN, Author provided

La máxima expresión de esta arquitectura llegó en el siglo XIV de manos del rey Pedro I, quien promovió la creación de los palacios reales de Astudillo (Palencia) y Tordesillas (Valladolid). Estos iban a adelantar la que sería su gran apuesta constructiva, realizada en plena crisis y a las puertas de la guerra con su hermanastro Enrique: el palacio de los Reales Alcázares de Sevilla (ca. 1364-1366).

Sus alicatados cerámicos, yeserías y armaduras de cubierta adornadas con lacerías remiten claramente a los trabajos del reino vasallo de Granada, donde Pedro I no solo halló un fiel aliado, sino también las mejores fórmulas para proyectar una imagen exuberante, perfectamente programada, que camuflaba las penurias de su reinado y lo distinguía del resto de reinos. Una imagen a la que también contribuiría la arquitectura promovida por la nobleza más afín a la Corona.

Patio de las Doncellas del Real Alcázar de Sevilla. Alberto.Bravo / Wikimedia Commons, CC BY-SA

La imagen ceremonial

Esa imagen distintiva y suntuaria que ofrecía lo andalusí también se incorporó al ceremonial de las élites políticas cristianas. Al ya consolidado gusto por los objetos textiles orientales se iría sumando con el tiempo un calculado y metódico uso de objetos y modos de actuación que contribuían a dotar de magnificencia y pomposidad a las diferentes apariciones públicas.

Tejido de Abubequer. Real Colegiata de San Isidoro de León. JGN, Author provided

Son numerosos los testimonios que presentan a los reyes cristianos revestidos con textiles procedentes de al-Ándalus, sentados en su trono sobre estrados cubiertos de alfombras y alhamares y rodeados de sustancias aromáticas, como Enrique IV, quien, según el barón de Rosmithal, lo recibió “sentado en tierra sobre tapices” y observó cómo comía, bebía, vestía y oraba “a la usanza morisca”. La nobleza, que encontró en estas prácticas una fórmula de prestigio a imitar, también se sumó a estas modas y utilizó los tejidos andalusíes en la confección de sus aljubas, sayas, camisas y otras numerosas prendas de vestir. Igualmente, engalanó su caballería con arreos y jaeces e incorporó una variedad de monta ecuestre propia del mundo nazarí conocida como monta a la gineta, que se utilizó preferentemente en diversos actos festivos como los toros y juegos de cañas.

El ritual cortesano forjado en torno a modelos andalusíes se haría extensivo igualmente en el ámbito funerario, donde los ajuares de reyes e infantes como Fernando III, Beatriz de Suabia, Alfonso X o doña Berenguela, por citar algunos ejemplos, muestran el interés por prolongar una imagen de poder distintiva y prestigiosa incluso en la muerte.

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