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Las imágenes de la cuarentena: ¿es correcto invisibilizar el drama?

En las últimas semanas, en los medios de comunicación de España son habituales las cifras de nuevos positivos de COVID-19 y las de muertos acompañadas por metáforas bélicas. Sin embargo, en general, las imágenes no están alineadas ni con las cifras de muertos ni tampoco con la guerra.

En las redes sociales la situación es similar. Habitualmente vemos personas dando conciertos domésticos, saliendo a los balcones a aplaudir, personal sanitario agotado o bailando, enfermos que se curan y salen, nonagenarios cumpliendo años…

Sin embargo, apenas hay imágenes del lado más dramático de esta pandemia: los muertos, los dolientes que no pueden completar sus duelos o los enfermos más graves. Este último dato es especialmente interesante por el lenguaje de guerra que lo envuelve todo y tras la polémica suscitada por la publicación de unas imágenes con ataúdes. ¿Qué es lo correcto: omitir las imágenes que puedan bajar el estado de ánimo o incluso ofender a algunos dolientes a costa de silenciar o censurar lo que está sucediendo o publicarlas? ¿Quién decide qué imágenes son apropiadas o pertinentes?

Metáforas bélicas

Susan Sontag fue una de las primeras en señalar el lado negativo de las metáforas bélicas y el lenguaje de guerra aplicado, sobre todo, al cáncer y al SIDA. Otras investigaciones más recientes coinciden en este mismo análisis en el contexto específico del cáncer, como son las de Robert S. Miller o Elena Semino.

Cuando la enfermedad es una guerra, sus afectados están en una batalla que se pierde o se gana. Un relato especialmente negativo para aquellos que, al morir, “pierden” la batalla. Esta manera de explicar su experiencia puede dañar su autopercepción y, por tanto, restar también valor a su actitud durante las últimas etapas de la enfermedad.

Pero los aspectos negativos o las consecuencias de estas metáforas bélicas van más allá de los pacientes y afectan también a sus familiares y a los profesionales de la medicina.

#reframecovid para cambiar el discurso

En España, el presidente califica esta situación como una guerra e incluso ha denominado “posguerra” a lo que sucederá después. En este contexto, varios investigadores han puesto en marcha #reframecovid para tratar de cambiar el discurso.

Si hacemos una búsqueda simple en el apartado de imágenes de Google (covid-19 y guerra), en primer lugar aparecen algunos políticos y militares junto a fotografías de científicos y médicos.

Captura de pantalla de Google hecha el 24 de abril. Rebeca Pardo

Entre las imágenes, hay estampas de feliz cumpleaños, aplausos, mascarillas… Esto supone, en muchos casos, un choque profundo entre lo que se expresa con palabras y lo que vemos. Teniendo en cuenta la importancia del contexto para la interpretación de las imágenes, podemos afirmar que este contrapunto del lenguaje verbal con la semiótica de las imágenes no ayuda a la generación de una narrativa y unas memorias coherentes de este tiempo.

Desde que en 2014 presenté mi trabajo final de máster en antropología y etnografía, hasta nuestro actual proyecto Visibilizando el dolor: narrativas visuales de la enfermedad y ‘storytelling’ transmedia, he constatando la implementación de imágenes de pacientes y cuidadores con la la aparición de la imagen digital, los smartphones y el acceso a las redes sociales/internet.

Imágenes humanizadoras

Como puede leerse en la introducción del libro La imagen desvelada: prácticas fotográficas en la enfermedad, la muerte y el duelo, del que soy coeditora, los pacientes y sus cuidadores, con frecuencia, se autorrepresentan públicamente con imágenes domésticas y familiares que cumplen una función desestigmatizante, humanizadora y normalizadora importante para algunos colectivos que han sufrido especialmente con la representación pública de sus dolencias y que tratan de conectarse por medio de las emociones que provocan estas instantáneas personales frente a la distancia que generan hacia ellos las metáforas bélicas y las imágenes más duras. Por esto es importante cuidar las imágenes que construirán el relato visual de esta enfermedad.

En esta pandemia, mientras las imágenes en las redes sociales parecen coincidir, en mayor o menor medida, con lo descrito en anteriores investigaciones, el interés visual de los medios rompe con otras enfermedades en las que el interés suele focalizarse en los casos más dramáticos.

De momento, la prioridad mayoritaria es contribuir a una visión positiva en la medida de lo posible, lo que justificaría la casi ausencia de imágenes vinculadas al dolor profundo (hay cierto dolor “asumible” con aplausos, con sonrisas…), las muertes y al luto.

Invisibilizar el duelo

Las imágenes que nos llegan desde el exterior serán la base de nuestro relato visual colectivo de este tiempo. Sin embargo, las imágenes de muerte, duelo y sufrimiento profundo no tienen la presencia que merecerían por los datos de muertes y contagios.

Esto no es una novedad, pero sí tiene proporciones diferentes. Con menos muertos se han organizado duelos colectivos y públicos y se han televisado los homenajes espontáneos.

No es sencilla la representación visual de estos asuntos, pero invisibilizarlos puede ser problemático para la narrativa y la memoria en construcción.

Evitamos las fotos de nuestros muertos

Susan Sontag apuntaba en Ante el dolor de los demás cómo las imágenes de nuestros muertos no son como las de los enemigos. Las imágenes de nuestros muertos se evitan. En este aspecto hay una conexión con el COVID-19 de las metáforas bélicas.

Algunas imágenes que se han publicado de manera excepcional con los ataúdes o con algún cadáver han despertado críticas y debates a su alrededor. El debate ético sobre si es más adecuado publicar o no este tipo de fotografías sigue abierto.

No hacerlo es faltar a la realidad y omitir información visual, pero algunas imágenes pueden ser rechazadas socialmente, provocando un sufrimiento añadido de difícil justificación.

Investigaciones previas indican que los vacíos visuales en las historias conllevan traumas y necesidades identitarias y mnemónicas que en algún momento se han de abordar. Estos días, en algún medio y en redes sociales se incrementan los memoriales que coinciden con los estudiados por Montse Morcate, pero sin imágenes de un duelo colectivo que, por múltiples motivos, seguramente tendrá que esperar a que todo esto termine.

Las pérdidas que no vemos

Apenas vemos flores o ataúdes pero decenas de miles de muertos y dolientes están sufriendo sus pérdidas invisibilizadas. Podemos discutir si la pandemia es una guerra, pero lo que es indiscutible es que tenemos decenas de miles de imágenes y duelos sin procesar.

Los difuntos y sus dolientes también merecen ser parte de la memoria colectiva, de nuestro álbum de familia (y no de guerra). Lo complicado es encontrar la manera de encajar todas las dimensiones visuales de esta pandemia sin herir sensibilidades y sin dañar dignidades, respetando, además, el derecho a la información y a la libertad de expresión.

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