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Campos de trigo dorado en Marruecos.
Campos de trigo dorado en Marruecos. Akdi pic/Shutterstock

Los inmigrantes europeos introdujeron la agricultura y la ganadería en el norte de África

El Neolítico, periodo de la Historia en el que se adoptan la agricultura y la ganadería, se ha convertido en una de las transiciones económicas y sociales más estudiadas de los últimos años. Determinar su origen y cómo dicho proceso se convirtió en el mayor motor de cambio en la evolución de las sociedades humanas despierta enorme interés entre distintos investigadores.

La investigación reciente, resultado de proyectos que aúnan excavaciones arqueológicas y ADN antiguo, apunta a un desarrollo prístino en el suroeste de Asia, el denominado Creciente Fértil, desde donde se filtró a las comunidades de cazadores recolectores presentes en la península de Anatolia (en la actual Turquía), que adoptaron dichas innovaciones.

Hace 8 500 años, grupos de agricultores atravesaron el mar Egeo, desarrollando culturas similares a las de Anatolia en Grecia y los Balcanes. Cinco siglos después algunos darían el salto a Italia.

El Neolítico llega a la Península

La expansión de este fenómeno, explicado en parte con la propagación física de comunidades herederas de las antiguas poblaciones de Anatolia, hará su aparición en la Península Ibérica hace aproximadamente 7 600 años. Sucederá de forma paralela a su aparición en las grandes islas de Córcega y Cerdeña, y de su expansión progresiva por los valles fluviales de la Europa continental.

Esto implicó un crecimiento poblacional notable, una verdadera transición demográfica que condujo a la asimilación de los cazadores recolectores locales, muy diferentes genética y culturalmente, que constituían hasta ese momento las comunidades del Mesolítico (es decir, aquellas poblaciones herederas del Paleolítico Superior).

En la Península Ibérica, las tradiciones aportadas por las nuevas gentes del Neolítico muestran similitudes lógicas con las que pocos siglos antes aparecieron en Italia. En este sentido destaca especialmente la decoración de la cerámica, la cual constituye un buen indicador de afinidades culturales. Ésta se componía generalmente de motivos impresos (Impressa), a menudo utilizando conchas marinas, como es el caso de la denominada Impresa Cardial (por cardium, sinónimo de berberecho).

Este tipo de cerámica se encuentra presente en áreas costeras mediterráneas, evidenciando su difusión con la ayuda de dispositivos de navegación, como embarcaciones sencillas usadas cerca de la orilla. En poco tiempo, estas poblaciones neolíticas ocuparán la totalidad del territorio ibérico, donde irán evolucionando culturalmente con rapidez.

Cuenco con decoración impresa cardial.
Cuenco con decoración impresa cardial. Cova de la Sarsa. V-IV milenios a.e.c. Museu de Prehistòria de València. Jerónimo Roure Pérez/Wikimedia Commons, CC BY-SA

El salto al otro lado del Estrecho

A la vez que se desarrollaba el Mesolítico en Europa, las comunidades magrebíes locales subsistían igualmente de la caza y recolección. Genéticamente, resultaban muy similares a los grupos del final del Paleolítico Superior conocidos varios miles de años antes en la cueva de Taforalt (Oujda, Marruecos). Dichos grupos no parecían disponer de cerámica, al menos en el norte del Magreb.

En el sur, el territorio del Sahara mostraba un aspecto bien distinto al actual. Era más húmedo e incluía áreas de sabana, zonas boscosas, ríos y lagos, con una población de cazadores recolectores que sí parecían disponer de alfarería en áreas concretas de Mali, Níger o Sudán.

Hace 7 500 años, comenzaron a aparecer evidencias de agricultura y ganadería en el norte de Marruecos. En estos casos estaban asociadas a cerámicas de tipo impresa cardial, no muy diferentes a las conocidas en el Mediterráneo ibérico. Los lugares que conservan estas evidencias se concentran principalmente en la península Tingitana (región de Tánger-Tetuán).

Las innovaciones consistían en el cultivo de cereales (trigo y cebada) y leguminosas (haba, guisante o lenteja), y la ganadería de ovejas y cabras. Junto a la aparición de la cerámica, se documenta el uso de abalorios sobre pequeños gasterópodos marinos, así como cuentas sobre cáscara de huevo de avestruz, muy extendidos en sitios de cronología anterior y de tradición muy antigua en África.

“Criollos” y autóctonos

¿Podrían dichas innovaciones proceder de la Península Ibérica? ¿Si éste fuera el caso, en qué forma fueron éstas adoptadas?

La respuesta ha venido con el estudio de restos humanos asociados a esta fase en el sitio de Kaf Taht el Ghar (Tetuán). El análisis del ADN antiguo asociado a restos de cuatro personas de entre 7 400 y 7 100 años ha escrito un relato de mestizaje y travesías transcontinentales.

Frente a lo visto anteriormente, los habitantes neolíticos de esta cueva eran genéticamente afines a los neolíticos europeos, de herencia mayoritariamente anatólica, con aportes de antiguos cazadores-recolectores europeos mesolíticos. El aporte de la población local constituía apenas entre un 20 y un 15 %. Esto dibuja una población neolítica en el lugar que podríamos definir como “criolla”, similar a la presente en aquel momento en la Península Ibérica y muy diferente a la que pocos siglos antes habitaba la región.

Por el contrario, a apenas dos centenares de kilómetros al sur, en una necrópolis de hace 7 100 años hallada en la cueva de Ifri n´Amr ou Moussa (Oued Beht), conocemos toda una comunidad de agricultores con cerámicas impresas cuyo acervo genético resultaba autóctono en su totalidad. ¿Nos encontraríamos con una prueba clara de la simple adopción de préstamos culturales “neolíticos” por parte de la población local? Ésta parece ser la respuesta, al menos en el último caso.

Siguiendo el rastro de la cerámica

Mil años más tarde, hace unos 6 500 años, diferentes sitios neolíticos de la costa atlántica marroquí verían aparecer nuevos tipos de cerámica, decorados de forma abigarrada y a menudo con impresiones de cuerda similares a las conocidas en los territorios del Sahara.

El estudio genético de tres individuos procedentes de la necrópolis de Skhirat-Rouazi (Rabat) asociados a este tipo de cerámicas vuelve a evidenciar un proceso de cambio. Estos individuos parecen descender de poblaciones neolíticas, en este caso no de Anatolia, sino del Levante mediterráneo. Se cree que desde el Sinaí habrían atravesado un Sahara más húmedo que el actual acompañando a sus rebaños. Conocidos como grupos pastoralistas, la genética ha demostrado igualmente el aporte de un leve porcentaje de cazadores recolectores locales.

Finalmente, hace 5 700 años, hacia el final del Neolítico, el ADN humano recuperado en el sitio de Kelif el Baroud (Rabat) parece cerrar el círculo con el mestizaje entre todos los grupos anteriores. En dicho genoma observamos la herencia derivada de los cazadores recolectores norteafricanos autóctonos, los agricultores de Anatolia con aporte de cazadores recolectores europeos y los ganaderos pastoralistas procedentes del Levante mediterráneo.

En el contexto general del Magreb Occidental, ésta sería la base de un crisol de culturas ancestral que comparte la mayor parte de sus habitantes. Una herencia que une tres continentes en el acervo genético de los magrebíes actuales.

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