Quienes trabajamos a diario en un museo de ciencia comprobamos con satisfacción cómo niños acompañados de familiares, o bien bajando ansiosos de autocares, se abalanzan hacia las puertas de nuestros centros. Su curiosidad ante un robot, un meteorito, el interior de un volcán o el esqueleto de un colibrí permite aventurar que siempre apreciarán el valor de la ciencia y la tecnología o, incluso, que serán quienes las desarrollen.
Pero el calentamiento global, la salud mental, la desigualdad social, el impacto ético de la inteligencia artificial o la resistencia bacteriana a los antibióticos suponen importantes desafíos científicos actuales que también protagonizan los contenidos y actividades de los modernos museos de ciencia. Paradójicamente, está muy extendida la idea de que los museos de ciencia son solo cosa de niños.
Tal vez este sinsentido se ha instalado en el imaginario colectivo porque los millones de personas que visitan anualmente alguno de los tres mil centros de ciencia que existen en el mundo han llegado a ellos motivadas por el atractivo que ejercen, afortunadamente, entre el público infantil, precisamente el colectivo del que van a surgir quienes más adelante condicionarán el devenir de sus semejantes.
Pero ¿por qué espacios en los que se reflexiona sobre temas complejos de nuestro tiempo para tomar decisiones que marcarán el avance de nuestra sociedad parecen asociados solo a la diversión y al entretenimiento?
Del “prohibido no tocar” al “prohibido no conversar”
Los museos de ciencia se han centrado tradicionalmente en el diseño de experiencias interactivas para el público, priorizando el descubrimiento y el aprendizaje exploratorio. Sin embargo, la ciencia contemporánea exige un nuevo modelo donde el conocimiento no solo sea divulgado, sino también generado, cuestionado y mejorado mediante la implicación ciudadana.
Como argumenta Pere Viladot en La educación en el museo de ciencias transformador. De la intuición a la profesionalidad, en los últimos 25 años se han multiplicado los museos de ciencia siguiendo el modelo que Frank Oppenheimer conceptualizó en el Exploratorium de San Francisco hace más de medio siglo. Pero el avance de la investigación en pedagogía ha demostrado que la interactividad olvida lo más importante del proceso de aprendizaje: la reflexión sobre aquello que estamos haciendo y el papel de las emociones y la cultura. Así, se ha evolucionado del “prohibido no tocar” al “prohibido no conversar”.
Cuatro generaciones para un cambio de modelo
Los museos de ciencia han experimentado cambios de identidad en función de las realidades sociales y culturales que los han contextualizado en cada momento. Su infantilización se ha asentado sobre la misma base que el desarrollo de la comunicación social de la ciencia, inicialmente basada en el modelo de déficit cognitivo y sustentada sobre un enfoque paternalista que centra el acercamiento a la ciencia únicamente en la adquisición de conocimientos como forma de respaldar su avance.
Al igual que la propia comunicación social de la ciencia, los museos han ido evolucionando y ampliando sus funciones para, además de fomentar la cultura científica de la ciudadanía, implicarla en el desarrollo de la ciencia y la tecnología.
Se pueden identificar cuatro generaciones de museos de ciencia:
Los de finales del siglo XIX proyectaban una imagen de lugares elitistas que exponían objetos para su admiración pasiva.
Después se caracterizaron por integrar la educación como una función principal para explicar los avances de la ciencia y la tecnología.
La tercera generación compartía el objetivo de presentar los conceptos científicos e impulsar su comprensión a través de instalaciones interactivas.
La cuarta, gestándose actualmente, congrega a los que promueven la participación del público en la ciencia y lo invitan a dialogar y pensar críticamente sobre los desafíos contemporáneos y futuros.
El eje central de los museos de cuarta generación es el compromiso por la creación de ambientes culturales que faciliten la colisión de ideas de diferentes áreas –como la ciencia, la tecnología o el arte– y promuevan conversaciones críticas.
Michael Gorman, en su obra Idea Colliders. The future of science museums, defiende un cambio de perspectiva en la que prevalezca la función cívica y educativa de los museos, redefiniendo su sentido –hasta ahora centrado en la transmisión del capital cultural– hacia el fomento del capital científico y social.
Plataformas creativas para el encuentro y la cocreación en ciencia
Los museos de ciencia transforman sus funciones y objetivos para promover una ciudadanía responsable y fomentar la toma de decisiones basadas en el conocimiento. Así, van configurando una nueva identidad construida sobre la participación y la generación de lugares permeables, creativos y multidisciplinares, diseñados para el encuentro de personas y el intercambio de ideas.
Esta nueva dimensión ya se plasma en ciertos proyectos de investigación financiados por la Comisión Europea, como TechEthos. El objetivo de este proyecto, coordinado por el Instituto Austríaco de Tecnología, ha sido el desarrollo de códigos éticos para la implementación de tres tecnologías emergentes: la inteligencia artificial, la neurotecnología y la ingeniería del cambio climático.
En este proceso de codiseño, seis museos de ciencia europeos, entre ellos el Parque de las Ciencias, han guiado, coordinado y fomentado la conversación y el debate social para generar recomendaciones éticas alineadas con las ideas, valores y opiniones de la ciudadanía. Una propuesta inclusiva y multidisciplinar que ha recibido recientemente el reconocimiento de la Comisión Europea como uno de los ocho proyectos que promueven prácticas éticas líderes en el mundo.
Es imprescindible superar prejuicios simplistas y valorar la singularidad de los museos respecto a otros medios de divulgación –la riqueza del encuentro físico no ha sido reemplazada por la tecnología– con sus escenarios para niños, por supuesto, pero también con entornos para adultos, en la convicción de su papel necesario en la protección y avance de una democracia bien informada.