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Sucursal de Caixabank en Sevilla, España. Shutterstock / MTMSEVILLA

Los porqués de la concentración bancaria de CaixaBank y Bankia

El anuncio de la fusión de CaixaBank con Bankia va camino de ser, más allá de los letales efectos de la covid-19, el gran acontecimiento económico de este otoño.

Carentes de noticias alentadoras en el terreno de la economía, los gobernantes, los medios y todo el pensamiento dominante a derecha e izquierda se han esforzado en darla por virtuosa. Se explican las enormes bondades que, afirman alegremente, esto tendrá en la salud del sistema financiero español y de rebote en toda la sociedad.

Se produce aquello tan habitual de repetir un tópico hasta convertirlo en verdad incontrovertible, pero sin mucho interés en dilucidar si lo que se afirma es realmente cierto. Dicen, más que argumentan, que esta fusión es necesaria y que se alinea con las directrices que emanan del Banco Central Europeo de ir hacia instituciones financieras más grandes y capitalizadas.

La dimensión importa, manifiestan con rotundidad. Se crearía así el primer grupo bancario del país y todo lleva a pensar que el sistema financiero de origen español se reducirá prácticamente a tres fichas.

El Banco Sabadell, próximo objetivo

La próximo entidad a ser absorbida, aunque no se sabe por quién, será el Banco de Sabadell. Fuera quedarán sólo algunas marcas residuales.

La finalidad de la fusión es obviamente reducir costes, tener más musculatura para expandirse comercialmente y, secundariamente, mejorar las ratios de eficiencia y de solvencia.

Lo primero que se hará es cerrar miles de oficinas y despedir decenas de miles de empleados, la mayoría de los cuales abultaran mucho antes de tiempo en las ya debilitadas arcas del sistema de pensiones.

Quiero decir que lo pagaremos entre todos. Se profundizará, también, en el camino hacia este sistema bancario cada vez más etéreo donde la finalidad no reside en atender a la gente y proporcionarle un servicio adecuado sino atraer y hacer un buen margen de negocio en la gestión de planes de ahorro y fondos de pensiones.

Dejar dinero a las familias, autónomos o las pequeñas empresas ya hace tiempo que dejó de ser una actividad considerada prioritaria. Las “economías de escala” pueden ser buenas para los que las practican, pero suelen ser pésimas por los que habrían de recibir los servicios.

Sorprende que entre tanto político y economista liberal que cuando toca defender el Mercado argumentan los beneficios de la libre competencia, se abonen y defiendan justamente procesos de concentración que seguro contribuyen a disminuir cuando no a falsear el espíritu de la competencia y a empeorar la posibilidad de elección de los consumidores y las prestaciones que se le ofrecen.

El gobernador del Banco de España, Pablo Fernández de Cos, y la ministra de Economía, Nadia Calviño, han resaltado públicamente las bondades de la concentración bancaria en pro de una mayor competitividad, solvencia y eficiencia de las entidades resultantes.

Hacia un oligopolio

Se puede decir lo que se quiera, pero un mercado cautivo donde operen sólo tres corporaciones resulta ser lo que la economía ha definido tradicionalmente como un oligopolio, un ámbito en el que más que confrontación comercial lo que hay es acuerdo, pacto y reparto del mercado.

Cuando los tres grandes tienen, además, una dimensión que sobrepasa con mucho el PIB del Estado y el 75% del mercado bancario español, la capacidad de embridar este sector financiero para ponerlo al servicio de la economía productiva resulta prácticamente nula. No se alinearán con las políticas públicas, más bien las dictarán. Que el 14% del nuevo banco fruto de la fusión de las antiguas dos grandes cajas sea público no debería significar un problema, como establecen algunos puristas, sino más bien una pequeña oportunidad para preservar algunas finalidades económicas y crediticias en bien de la ciudadanía.

La sede corporativa

Un debate paralelo, pero no menor, de esta fusión se refiere a la adscripción territorial de la entidad resultante. Una falsa discusión que suele centrarse en la sede corporativa, lo que tiene una importancia muy relativa. CaixaBank hace mucho tiempo que dejó de ser La Caixa.

No es sólo un cambio de nombre, ni siquiera de traslado de la sede a Valencia temerosa esta entidad de la inseguridad política y jurídica que les creaba el proceso independentista. Esta entidad siempre se ha sentido y actuado por encima de las instituciones catalanas, pues su territorio les resultaba escaso. Su mercado es el conjunto español.

Su volumen de negocio en Cataluña sólo significa el 16% del total, mientras que en Madrid es del 30%.

Y eso antes de fusionarse -o si se prefiere, absorber- a una entidad que era por definición madrileña. Los grandes bancos, como las grandes corporaciones, son extraterritoriales y se han emancipado de dependencias. Sólo siguen su dinámica interna encarada al crecimiento, la expansión y a las demandas de unos accionistas que no esperan vínculos patrióticos sino reparto de dividendos y aumentos sostenidos de la cotización bursátil. Esta es la lógica.

No es que Cataluña haya perdido ahora la mejor pieza de un sector financiero propio. En realidad, nunca lo ha tenido. La próxima y definitiva “pérdida” será el Banco de Sabadell. Las dinámicas del mercado global no ayudan a los territorios. Como tampoco la falta de proyecto y políticas al respecto. Una evidencia más.

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