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Dos niñas abriendo regalos.
La experiencia del regalo inicia a los niños en el gran juego del consumo. Surachet Khamsuk / Shutterstock

¿Los regalos hacen realmente felices a los niños?

Muchos niños crecen en un entorno en el que el consumo es omnipresente. Desde muy pequeños, acompañan a sus padres a las tiendas, donde están expuestos a todo tipo de tentaciones, desde juguetes hasta dulces y atracciones.

Cuando se acercan los cumpleaños o las fiestas de fin de año, nunca les faltan ideas para la lista de juguetes que les gustaría recibir, y esperan con impaciencia desenvolver los paquetes.

Pero, al hacerles participar en el gran juego del consumo, ¿contribuyen realmente estos regalos a su felicidad presente y futura? ¿Acaso mimar a los niños no les lleva a querer más y más, a sentirse frustrados cuando no consiguen lo que quieren y a convertirse así en adultos perpetuamente insatisfechos?

En un estudio publicado en la revista International Journal of Consumer Studies examinamos los vínculos entre los regalos recibidos en la infancia y los sentimientos de felicidad en la edad adulta. Los resultados nos muestran lo complejo que es el tema y lo importante que es dar sentido a lo que ofrecemos.

El patrón de regalo

En primer lugar, hay que recordar que los padres son unos agentes de socialización en el consumo muy importantes. Los niños van a adquirir de ellos sus primeros referentes y hábitos en este ámbito.

Estudios realizados en Estados Unidos han demostrado que cuando los progenitores utilizan sistemáticamente regalos para recompensar o consolar a sus hijos, es más probable que los pequeños se vuelvan más materialistas, es decir, tenderán a juzgar a los demás, así como a sí mismos, en función de las posesiones materiales.

Los regalos no deben convertirse en una forma sistemática de consolar o premiar a los niños. Svitlana Bezuhlova / Shutterstock

En general, las personas materialistas hacen de la adquisición de bienes un objetivo vital central, y creen implícitamente que es a través de la riqueza material como se puede alcanzar la felicidad. Sin embargo, muchos estudios han demostrado que cuanto más materialistas somos, menos felices nos sentimos.

Entonces, ¿cómo interfieren estos regalos en la educación? ¿Privar a los niños de este tipo de recompensas es una buena manera de afrontar el materialismo y la insatisfacción?

Según nuestro estudio, esta experiencia de intercambio de regalos promueve la formación de un “esquema de los regalos” en el niño, es decir, una representación mental relativamente bien organizada de los elementos esenciales del ritual. De este modo, el pequeño aprende que dar y recibir es una respuesta adecuada a los distintos acontecimientos, éxitos y fracasos, que se producen en la vida.

A medida que el joven crece, la reproducción de este patrón se generaliza a los regalos que se hará a sí mismo. El autorregalo es la práctica de regalarse un producto, una salida o un viaje para celebrar acontecimientos especiales o para sentirse mejor tras un fracaso o una decepción. Esto nos hace aún más materialistas, y por lo tanto, menos felices.

Compartir palabras y tiempo

Todo es una cuestión de equilibrio. El intercambio de regalos no es un ritual que deba descuidarse, ya que remite a una forma de compartir entre padres e hijos y permite construir momentos especiales. Es una forma eficaz de aprender, de forma implícita, la importancia de establecer buenas relaciones con los demás.

Hacer regalos puede contribuir a la sociabilidad de los niños y, por tanto, a que se sientan más felices. Pero la experiencia no tendrá el mismo efecto según el tipo de crianza en el que se inscriba, especialmente el tipo de comunicación familiar. Es el tiempo que se ofrece al pequeño y el discurso que acompaña al regalo lo que lo hace valioso.

Si cedemos sistemáticamente a los deseos expresados por un niño de tal o cual juguete, objeto o golosina, dejamos poco espacio para el diálogo y el intercambio en torno al simbolismo del regalo. Esto refuerza involuntariamente un cierto sentimiento de inseguridad que conduce a valores materialistas: los pequeños que sienten que han decepcionado a sus padres tenderán a buscar consuelo en sus posesiones materiales.

En cambio, si el intercambio material va acompañado de una comunicación real, el regalo se convierte en una oportunidad para forjar fuertes vínculos en torno a un objeto que se convierte en símbolo, encarnando un logro o un recuerdo. Las relaciones familiares se calman entonces, la sensación de inseguridad se reduce considerablemente y las tendencias materialistas del joven consumidor se frenan. Los resultados de nuestra investigación sugieren que este esfuerzo de comunicación es beneficioso para todos.

Por tanto, es saludable hacer presentes a su hijo, pero esto no significa que deba darle todo lo que quiera. Lo importante es pasar tiempo de calidad con él y hacer que el intercambio de regalos tenga sentido.

This article was originally published in French

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