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Muchos ciudadanos en unas partes del mundo, pocos en otras. La solución: la movilidad. Daria Shevtsova / Pexels

Natalidad y migraciones: grandes retos demográficos de nuestras sociedades

Cada vez que aparecen cifras de población e indicadores demográficos, los medios de comunicación se hacen eco de ellos. Por ejemplo, en el caso de España, las estadísticas de natalidad, crecimiento vegetativo y las proyecciones de población que elabora el Instituto Nacional de Estadística (INE) hacen saltar todas las alarmas: nacen muy pocos niños, el crecimiento vegetativo (la diferencia entre las defunciones y los nacimientos) es negativo y la tendencia de futuro más clara es de pérdida de población.

Este es un escenario que se repite en buena parte de las sociedades occidentales, con mayor o menor intensidad. Mientras tanto, en otros lugares la cuestión demográfica adquiere diferentes dimensiones: altas tasas de natalidad, mortalidad y mortalidad infantil más elevadas que las medias occidentales y crecimiento vegetativo positivo.

De esta forma, la emigración es casi la única vía de salida de países que se encuentran en un escenario de pobreza, desigualdad y, en no pocos casos, situaciones de conflicto. Así, la población mundial sigue creciendo aceleradamente, con sus consecuencias para la sostenibilidad del planeta, pero se produce este desequilibrio interior: sociedades envejecidas y en regresión demográfica y otras en el lado contrario.

Cuestiones clave

Los diferentes escenarios que se observan en nuestras sociedades responden en buena medida a distintas fases de la “transición demográfica”. Esta teoría muestra la evolución de la natalidad y la mortalidad y cómo el paso de unas sociedades marcadamente agrícolas a otras industriales tiene su impacto en ambas.

De esta forma, las primeras estarían marcadas por unas elevadas tasas tanto de natalidad como de mortalidad (incluida la infantil, determinante) con un crecimiento vegetativo bajo. La mejora de las condiciones de vida, los avances médicos, etc., permitieron el descenso de la mortalidad y un crecimiento vegetativo mucho más elevado.

Sin embargo, diferentes transformaciones sociales han ido dando lugar a un descenso de la natalidad, lo que ha provocado un nuevo estadio de la “transición demográfica” con un crecimiento vegetativo de “suma cero” o negativo. En consecuencia, el aumento de la población en buena parte de las sociedades occidentales ha venido derivado de las migraciones, como ocurrió en España en la primera década del siglo XXI.

Por lo tanto, en la actualidad las diferentes sociedades del mundo se encuentran en distintas fases de “transición”. De esta forma, la intensidad del crecimiento vegetativo viene marcada por la situación de la natalidad y las variables que la determinan, así como por la capacidad de mejorar las condiciones de vida.

Cambios en los valores y en las trayectorias vitales

Teóricamente, las sociedades deberían seguir las fases de la “transición demográfica”, pero seguramente no podemos ser tan deterministas. En la actualidad, numerosas sociedades, occidentales o no, tienen Índices de Fecundidad inferiores al 2,1 que marcaría el Nivel de Reemplazo. En el caso de España, en 2017 su Índice de Fecundidad fue de 1,31 hijos por mujer. Las principales causas de este proceso se encuentran en los factores que determinan la natalidad, desde culturales a económicos.

El cambio de valores es uno de los más determinantes para explicar el descenso de la natalidad. Se ha pasado de un escenario tradicional, con una fuerte presión de los grupos de pertenencia y referencia, a otro en el que prima la autonomía individual en lo que afecta a las decisiones vitales. Si antes tener hijos era prácticamente una obligación, hace tiempo que es una elección.

Algunos de los factores que han impactado en la natalidad son la secularización de las sociedades; la emancipación de la mujer, con su incorporación al mercado de trabajo y los cambios en los roles sexuales; y el desarrollo y universalización de los métodos anticonceptivos, lo que permite la planificación de la maternidad. Obviamente, no en todas las sociedades se producen estos procesos, y eso explica que, en muchas de ellas, las mujeres sigan ocupando casi exclusivamente los roles de esposas y madres.

En el caso de las sociedades occidentales, se dan también otros elementos que determinan la natalidad. Partiendo de que es una elección y no una obligación, se ha producido de la misma forma un retroceso en la edad del primer hijo, situándose en España en 2017 en casi los 31 años.

Las trayectorias vitales están marcadas por una serie de pasos, que van desde la formación, la consolidación profesional que permita la emancipación, la estabilidad personal y laboral y otras decisiones vinculadas a los estilos de vida. De esta forma, la edad del primer hijo se va retrasando y cuanto más se tarde en tenerlo, menos posibilidades hay de poder tener un segundo.

Además, otro de los factores señalados es el cambio en el valor de los hijos, un proceso vinculado al paso a sociedades modernas, en las que la decisión de tenerlos no es de componente instrumental sino afectivo y emocional.

Natalidad

Estas premisas marcan los retos demográficos del mundo y de nuestras sociedades, y afectan directamente a la sostenibilidad de las mismas. Aunque algunas visiones insisten en el papel de la autonomía individual, existe una diferencia entre la Fecundidad deseada y la real. La Encuesta de Fecundidad de 2018 del INE señala que más de la mitad de las mujeres entre 18 y 55 desearían, o habrían deseado, tener dos hijos.

La natalidad se ha estancado en buena parte de las sociedades occidentales y en otras como las de China o Japón, y las perspectivas de futuro no vislumbran un repunte. Si la decisión de tener hijos o no tenerlos se basa en buena medida en la estabilidad laboral y económica, las transformaciones del mercado de trabajo no apuntan en esa dirección.

A ello se suma la poca efectividad de las políticas de fomento de la natalidad, que quedan en un segundo plano frente a la premisa anterior. Este hecho se agrava en modelos de Estado de Bienestar como el español.

Una mayor accesibilidad a guarderías y escuelas de primer ciclo de Educación Infantil (0-3 años), medidas de conciliación laboral y familiar, etc., son algunas vías para mejorar la natalidad, aunque la existencia de una estabilidad laboral y económica aparece como determinante. De igual forma, sus efectos también se darían en el descenso de la edad a la que se tiene el primer hijo.

Necesitamos inmigrantes

En el otro lado, la mayor parte de las sociedades con un crecimiento vegetativo positivo no parece que vayan a abandonar esta tendencia a corto y medio plazo. Como hemos señalado anteriormente, una de las salidas más evidentes es la emigración a los países más desarrollados.

Numerosos especialistas y entidades señalan que es la inmigración la que puede paliar/compensar el déficit demográfico, hecho que no es una novedad. Los procesos migratorios también son retos importantes porque implican avanzar hacia sociedades multiculturales, un debate abierto y que en los últimos años ha alcanzado nuevas dimensiones, especialmente políticas.

Igualmente, es necesario observar el comportamiento demográfico de los colectivos inmigrantes. Ahí, de nuevo encontramos variabilidad de situaciones en función del peso de la cultura de origen, el grado de integración y la asimilación de modelos demográficos parecidos a los de las sociedades de acogida, hecho que puede ocurrir en las siguientes generaciones.

En definitiva, son retos demográficos de cada país, pero también globales, que afectan al conjunto de la población y que en muchas ocasiones son contrapuestos. El continuado crecimiento de la población puede poner en riesgo la sostenibilidad del planeta. Por otro lado, numerosas sociedades están en un crecimiento vegetativo cero o negativo, con un envejecimiento de la estructura social, y frente a ello la inmigración es una de las soluciones.

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