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Nuestra salud empieza en los intestinos

Cuántas veces en nuestra vida habremos oído el típico comentario de “Se me han agarrado los nervios al estómago y por eso estoy con diarrea”. O esa otra famosa frase, referida a estudiantes u opositores, de “El pobre está con diarrea por los nervios del examen”.

Las decimos casi sin pensar. Ignorando que tienen su origen en una de las famosas sentencias que formulaba a sus discípulos Hipócrates de Cos (460 a.C - 360 a.C), el médico griego considerado uno de los padres de la Medicina. A saber: “La salud comienza en el intestino”. Una máxima que ha permanecido presente y vigente entre los profesionales de la salud, y hasta en el acervo popular.

No iba desencaminado Hipócrates. La prestigiosa revista científica The Lancet apuntaba recientemente que una de cada cinco muertes que se producen en el mundo se debe a una alimentación deficiente. Concretamente a dietas que no incluyen suficientes verduras frescas, semillas y nueces. Y en cambio, no escatiman en azúcar, sal y grasas trans. Comer así de “mal” no solo afecta a la salud, sino que hasta nos puede matar.

No es lo mismo alimentación que nutrición

A estas alturas tenemos bastante claro que los pilares fundamentales de nuestra salud son una correcta alimentación y nutrición. Por alimentación entendemos el acto de elección e ingesta del alimento, un proceso voluntario y educable que va modificándose a lo largo de nuestra vida. Por nutrición, el proceso involuntario mediante el cual nuestras células procesan los alimentos que ingerimos.

Pues bien, la base de la nutrición son los procesos que ocurren en nuestro intestino gracias a los microorganismos que lo colonizan y que en la jerga conocemos como microbiota intestinal. Esa microbiota intestinal es compleja y variada. Tanto que se calcula que en nuestro intestino tenemos más de 39 billones de microorganismos, con un peso total que ronda entre los 1 y 2 kilogramos. Ahí es nada.

En individuos sanos los microorganismos protectores que componen la microbiota intestinal superan a los que podríamos denominar como microorganismos potencialmente perjudiciales. Este equilibrio de fuerzas garantiza una división adecuada del trabajo en el interior del intestino y nos permite, junto a otros muchos factores, desarrollar una correcta nutrición sobre la base de una alimentación adecuada.

Microbiota personal e intransferible

Antes de nacer nuestro intestino es estéril. Los microorganismos lo colonizan o bien durante el parto o bien al entrar en contacto con el entorno del paritorio, si el nacimiento es por cesárea. La microbiota se va configurando y creciendo durante los primeros días y meses de la vida. Hasta que alcanza una composición más o menos estable en su diversidad.

Eso sí, no hay dos microbiotas iguales. Su composición es personal e intransferible. Y cambia a lo largo de la vida por distintos factores, entre ellos la alimentación que elegimos llevar, el consumo de fármacos, la actividad física que desarrollamos, incluso nuestra propia genética.

Tal es la importancia de conocer los microbios que pueblan el intestino de cada individuos que en varios países están en marcha proyectos de investigación destinados a conocer la microbiota de su población sana. En España, el Proyecto Microbioma Español.

El estrés del examen y la microbiota

Llegado a este punto puede que nos venga a la mente la siguiente pregunta: ¿qué ocurre cuando se desequilibra la microbiota intestinal y ganan terreno los microorganismos potencialmente perjudiciales a los beneficiosos para nuestra salud? Cuando esto sucede, ya sea por estrés (como el de un examen), por el consumo no controlado de medicamentos, por dormir poco o por trasgresiones dietéticas, aparece lo que los médicos denominan disbiosis intestinal. Y empezamos a tener problemas serios.

Al fin y al cabo, la disbiosis intestinal no solo puede causarnos diarrea. También está demostrado que puede ser el pistoletazo de salida para patologías más complicadas como son las enfermedades cardiovasculares, las tumorales, las autoinmunes, las respiratorias, etcétera. Por eso es esencial mantener una adecuada microbiota intestinal. Porque si falla o se deteriora, se ve afectada nuestra nutrición y aumenta el riesgo de enfermar.

La lista de enfermedades en las que sabemos que interfiere la microbiota intestinal está creciendo a pasos de gigante. Sin ir más lejos, hace poco se demostró que la microbiota intestinal de los niños autistas es distinta a la del resto de críos. Si en nuestros intestinos escasean bacterias de los géneros Coprococcus y Dialister nos convertimos en blanco fácil para la depresión, según un artículo publicado el año pasado en Nature microbiology. Asimismo, existen evidencias irrefutables de la relación directa entre la composición de microbiota y el riesgo de sufrir enfermedades nerodegenerativas, entre ellas alzhéimer.

Ahora tenemos pruebas definitivas de hasta qué punto nuestra salud comienza en el intestino (y en su microbiota). ¡Gracias Hipócrates!

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