Un tercio de los alimentos para el ser humano se pierde en la fase de producción primaria o en algún punto de la cadena alimentaria. En un escenario de escasez global, ¿cómo puede la tecnología ayudar a frenar este desperdicio?
Liliya Kazantseva, Instituto de Investigación Biomédica de Málaga (IBIMA)
¿Quién no ha experimentado un cambio brusco de ánimo solo por no haber comido? La falta de alimento desencadena una cascada de respuestas fisiológicas que afectan a nuestra conducta.
Comer de manera pausada, masticando lentamente y percibiendo los sabores, no solo fomentará la sensación de saciedad, sino que también mejorará nuestra digestión.
El simple hecho de mirar imágenes de comida nos abre el apetito y activa los resortes fisiológicos de la ingesta, pero, como sugieren recientes estudios, también podría quitarnos las ganas de comer.
La ansiedad, la depresión o el mero aburrimiento pueden despertar un tipo de hambre que no tiene que ver con nuestras necesidades fisiológicas y que demanda alimentos poco saludables. ¿Cómo podemos hacerle frente?
Los peores años del hambre en la posguerra española constituyeron una auténtica hambruna durante la que cayó drásticamente el poder adquisitivo de la población y se registraron miles de muertes por inanición.
El libro registra los sombríos efectos de una falta casi total de alimentos en el cuerpo humano. Es un tesoro para los médicos que también muestra la dedicación y humanidad de los científicos judíos.
La falta de producción de cereales en Ucrania, los flujos comerciales de semillas y cereales procedentes del Mar Negro detenidos y la interrupción del comercio de fertilizantes de Rusia y Biolelorrusia no tardarán en poner en peligro la seguridad alimentaria de muchos países si no se toman medidas.
El Holodomor es un término que se traduce como “matar de hambre”. Hace referencia a la hambruna que asoló a la URSS y tuvo un gran impacto en Ucrania entre 1932 y 1933.
2020, 2021 y quizás ahora 2022, han sido años muy malos, pero comparados con lo que ocurrió en 536, un año en el que confluyeron la erupción de volcanes, una peste, una hambruna y un invierno interminable, parecen muy poca cosa.
Que tantas personas pasen hambre no es por falta de comida. La agricultura mundial podría alimentar a 12.000 millones de seres humanos (un planeta y medio). Eso sí, a condición de sustituir buena parte de la carne de la dieta por proteína vegetal. Cuestionar las macrogranjas tiene más sentido que nunca.
El cambio climático afecta al rendimiento agrícola y, por ende, al hambre en el mundo. Pero la intensificación agrícola también provoca daños que contribuyen a acentuar las alteraciones del clima.
Nuestro organismo dispone de sofisticados mecanismos neuronales y hormonales, automáticos y conscientes que regulan la cantidad de alimentos que necesitamos ingerir.
La investigación demuestra que las alteraciones del clima en la franja del sur del Sáhara están originadas por la quema de combustibles fósiles y otras emisiones humanas.
Tras bajar durante una década, el número de personas que pasan hambre vuelve a crecer. La principal causa es el cambio climático, que altera los patrones climáticos de los que depende la agricultura.
Profesora de Estructura Económica y Economía del Desarrollo (UAM). Investigadora asociada al Instituto Complutense de Estudios Internacionales (ICEI) (UCM) e Instituto L.R. Klein (UAM), Universidad Autónoma de Madrid
Doctora en Ciencias de la salud. Profesora en Grado de Enfermería. Investigadora postdoctoral IIS Aragón y Universidad de Zaragoza., Universidad de Zaragoza
Profesor en el máster en Prevención de Riesgos Laborales. Consultor PRL para Fraternidad Muprespa. Grupo de investigación TR3S-i, Trabajo Líquido y Riesgos Emergentes en las Sociedad de la Información., UNIR - Universidad Internacional de La Rioja