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Padres que se involucran más con los hijos: ¿está empezando una revolución simbólica?

La paternidad está en transición. En los últimos años ha aumentado el número de minutos que los padres dedican a sus hijos, ha crecido la participación de los hombres en el periodo perinatal, ya sea en las visitas al ginecólogo o en las clases de preparto, y ha florecido un interés genuino por querer estar más involucrado en el cuidado de los hijos.

No obstante, queda camino. Son muchas las barreras, conscientes e inconscientes, que limitan a los padres a su plena involucración, y en consecuencia negando múltiples beneficios a los hijos, a las madres y a ellos mismos.

Transición a una implicación mayor

Se podría hablar pandemia de la Covid-19 como una oportunidad para favorecer esta transición que acompaña a la paternidad en los últimos años, aunque usar la palabra oportunidad, en su sentido más oportunista, de circunstancia oportuna, no sería del todo adecuado (nada compensará el número de fallecimientos, la soledad vivida por muchas personas, la desesperación de pequeños comerciantes y autónomos y tantos otros).

Esta crisis sanitaria puede ser el inicio de una revolución simbólica. Pierre Bourdieu, a partir del ejemplo del pintor francés Édouard Manet, presenta la revolución simbólica como aquella revolución invisible e inconsciente que modela, reconfigura nuestras estructuras cognitivas, nuestra manera de pensar, de ver y, en definitiva, de vivir.

Reflexiones íntima y colectiva

La Covid-19 puede ser el inicio de esta revolución, ya que nos invita a repensarnos de dos maneras opuestas, pero que están totalmente ligadas: colectiva e íntimamente.

La primera invitación es repensarnos de manera colectiva: nos sucede a todos. Con el desarrollo desigual de distintas regiones hemos llegado a pensar que habitábamos en distintos barcos marchando en distintas direcciones. Hoy vemos que hay un solo barco, quizás con diferentes cubiertas, tamaño de camarotes, pero un único barco: el mundo, nuestro mundo.

El sociólogo Ulrich Beck, autor de La sociedad del riesgo, ya advertía que los nuevos problemas contemporáneos no se podrían solucionar de forma nacional o local. Ponía los ejemplos del terrorismo y el cambio climático, que nos empeñamos en solucionar de forma local, cuando su solución solo puede ser global. Con la Covid-19 sucede lo mismo, solo se puede erradicar de forma global, articulando la solución de manera local.

La segunda invitación es repensarnos de manera íntima. Llevamos días en nuestras casas, hospitales y residencias, con más tiempo para estar con nosotros mismos, con las personas más cercanas, que el tiempo sin tiempo que vivíamos antes nos imposibilitaba. Con esta situación, se abren ventanas para (re)descubrir y (re)valorizar temas muy íntimos y humanos, y uno de estos temas íntimos, humanos y personales es la paternidad.

Las tres dimensiones de la involucración

La paternidad podría ser como una caja. La caja del involucramiento paterno que podemos regalar a diario a nuestros hijos e hijas. Como bien sabemos, las cajas tienen largo, alto y ancho, tres dimensiones que permiten que el tamaño de la caja sea menor o mayor. Cada una de estas tres medidas podría ser una de las tres dimensiones de la involucración paterna desarrolladas por Michael Lamb y su equipo. Vamos una a una:

  1. La accesibilidad. El largo de la caja podría ser la accesibilidad. A menudo caemos en el error de pensar que el tiempo de calidad es el tiempo más importante. “No tengo tiempo, pero los minutos que doy son de calidad”, pensamos muchos.

    Los expertos siguen destacando que el tiempo más significativo sigue siendo el tiempo total. La accesibilidad es precisamente este tiempo total, es estar allí, accesible y disponible, sin una necesaria interacción, pero estando disponible para cuando los hijos lo necesiten. El efecto que tiene en un hijo o hija el saber que sus padres están allí tiene, física y psicológicamente, un sinfín de beneficios.

  2. El compromiso. El alto de la caja podría ser el compromiso. Son precisamente las interacciones, el tiempo de calidad si queremos, que sigue siendo importante. Es crucial que dentro del tiempo total, existan momentos de calidad, de interacción de forma presente y consciente que no hacen más que fortalecer la seguridad y el afecto en los más pequeños. El reír juntos, leer una buena historia, hablar de temas que nos preocupan, jugar.

  3. La responsabilidad. Por último, la profundidad de la caja podría ser la responsabilidad. Es la dimensión más abstracta pero no por ella menos importante. La responsabilidad es sentirse el último garante del desarrollo social, cognitivo, emocional y si se quiere, espiritual de los hijos e hijas. Es querer no ir a mínimos, sino a máximos para permitir que los más pequeños puedan crecer y desarrollarse (plenamente) en todas sus dimensiones.

    Un breve ejemplo: estos días en los que la escuela ha entrado en casa como nunca lo había hecho, los padres somos los últimos responsables de facilitar y garantizar a nuestros hijos este acceso a la educación.

El tamaño de la caja se modifica, aumentando o disminuyendo, según el momento vital de padres e hijos. También según el constreñimiento cultural, social y personal de los propios padres.

Finalmente, un deseo: Que esta crisis dramática ayude en la medida de lo posible a iniciar una revolución simbólica hacia una nueva normalidad más sana, humana y humanizadora.

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