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¿Por qué cada uno siente el dolor de forma diferente?

¿De dónde viene este dolor que estoy sintiendo? ¿Qué lo desencadena realmente? ¿Por qué no siempre se produce de la misma forma? ¿Le duele a todo el mundo igual que a mí? Son preguntas que me he planteado durante mucho tiempo. He tenido dolor crónico lumbar. Y sí, he experimentado en mis propias carnes dolores tan insoportables que me impedían caminar.

Sin embargo, justo por esa experiencia puedo gritar a los cuatro vientos que… ¡el dolor crónico no es para toda la vida! Es posible salir de ese círculo vicioso en el que sentimos que tenemos que prestar constantemente atención al dolor.

Yo mismo he comprobado que se puede vencer la hipervigilancia al dolor y superar los miedos a movernos y empeorar. Ahora bien, hace falta entender nuestra experiencia dolorosa y desarrollar la autoconfianza suficiente para empoderarnos en nuestro propio proceso.

Como investigador y docente me dedico a estudiar qué pensamos, creemos y sentimos acerca del dolor y por qué las personas experimentamos diferentes intensidades y duraciones del dolor muscular que padecemos, aunque la zona del cuerpo donde se siente sea exactamente la misma.

No todo es lo que parece

Se califica como dolor crónico aquel que persiste más allá del curso natural de recuperación de un tejido. En otras palabras, el que se mantiene por un tiempo mayor de tres meses a pesar de que nuestra estructura (por ejemplo, el músculo) se encuentre recuperada.

¿Por qué ocurre esto? La influencia que ejerce el cerebro humano en la experiencia dolorosa es indiscutible. El cerebro de cada persona presenta una serie de factores que los hace únicos con relación a otras personas cuando aparece el dolor, incluyendo su sistema de creencias, su estado afectivo y las experiencias previas en las que el dolor fue el protagonista.

Esos factores modifican el nivel de amenaza que nuestro cerebro interpreta que existe ante una determinada situación. Si resulta que la situación es percibida por el cerebro como amenazante, el dolor se manifestará.

O si no, ¿cómo es que hay veces que nos damos un golpe y no sentimos nada, y otras veces el mismo golpe nos duele a un nivel tan intenso que no sabemos cómo justificarlo? ¿Por qué nos parece normal tener agujetas, y sin embargo, puede que un pequeño corte en el dedo nos resulte insoportable? ¿O por qué cuando nos sometemos a un nivel de estrés elevado, por ejemplo durante períodos de exámenes, aparecen o se incrementan los niveles del dolor?

Miedo al dolor y pensamientos catastrofistas

Múltiples factores biológicos, contextuales, culturales, psicológicos y sociales juegan un papel clave en cómo una persona con dolor crónico musculoesquelético percibe, analiza y responde ante su dolor.

Tanto el miedo al dolor o al movimiento (“si me muevo el dolor se incrementará”), como la presencia de pensamientos catastrofistas (“mi dolor es insoportable”), han sido asociados a un incremento de los niveles de intensidad del dolor musculoesquelético que experimentamos.

En el polo opuesto, las creencias de autoeficacia ante el dolor (“tengo confianza para manejar los síntomas, el estrés y la discapacidad asociada a al dolor”) reducen la intensidad del dolor que experimentamos.

Existen terapias aplicadas por diferentes especialidades sociosanitarias para reducir el miedo, los pensamientos catastrofistas y aumentar la autoeficacia ante el dolor en personas con dolor crónico.

Concretamente, el ejercicio físico es considerado como una terapia clave para la mejora del dolor crónico musculoesquelético. Sin embargo, queda mucho trabajo por hacer. La falta de adherencia a los programas de ejercicios es habitual en personas que sienten este tipo de dolor. Un pilar fundamental para mejorar la adherencia es ayudar a la persona a construir autoeficacia, empoderarse, verse motivada y darle un sentido a por qué es beneficioso adherirse a la práctica regular de actividad física.

Los profesionales sociosanitarios tenemos una enorme oportunidad para empoderar a las personas que acuden a nosotros con un dolor crónico. Es clave crear una atmósfera de confianza y tranquilidad donde se desarrolle una adecuada alianza terapéutica con las personas que acuden sintiendo dolor, a través de una escucha activa de todo el proceso doloroso de la persona, así como del desarrollo de objetivos claros y realistas en equipo.

Gracias a ello, se puede establecer un camino óptimo que aporte seguridad a la persona y en el que el profesional sanitario y la persona que experimenta dolor caminen juntos en cada uno de los pasos que se den para alcanzar el estado de automanejo a la práctica de actividad física habitual.

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