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Por qué creemos que nuestra cultura es la mejor

En los últimos 150 años muchos avances en biología han ayudado a explicar la herencia genética. Sin embargo, aún no se ha desarrollado una ley para explicar la herencia cultural, un proceso que solo ocurre de manera significativa en los seres humanos.

Somos la única especie con una cultura acumulativa compleja, capaz de preservar el lenguaje, la literatura, el arte y la ciencia durante siglos. Pero, ¿en qué momento desarrollamos la capacidad de transmitir caracteres culturales a nuestra descendencia? Este sistema de herencia, que recuerda al genético, consigue que el conocimiento se transmita de padres a hijos.

Los biólogos han debatido esto desde hace años, sobre todo a partir de la década de 1970. Hay dos teorías principales implicadas en el estudio de la evolución cultural:

  1. La teoría de la herencia dual

  2. La teoría de la atracción cultural.

Ambas proponen una serie de mecanismos cognitivos y sociales involucrados en la transmisión cultural. Subrayan la importancia de la imitación y la enseñanza como elementos necesarios para copiar con exactitud comportamientos complejos. A pesar de la investigación, no hay un consenso sobre cuáles son los factores decisivos que determinan qué rasgos culturales triunfan en las sociedades humanas.

En un artículo reciente, señalamos la importancia que ha tenido para la evolución cultural la aparición de las primeras formas de enseñanza entre padres e hijos. De acuerdo con nuestra hipótesis, el gran salto en la evolución de la cultura se produjo cuando nuestros antepasados comenzaron a guiar de manera activa el aprendizaje de su descendencia.

Este tutelaje se llevó a cabo mediante la aprobación o desaprobación de la conducta filial. Así se desarrolló una arquitectura cognitiva que denominamos la psicología suadens (del latín suadeo, que significa valorar, aprobar, aconsejar).

La enseñanza no es un fenómeno común en la naturaleza. Ni siquiera los chimpancés son capaces de instruir de manera activa a sus crías. Por el contrario, la psicología suadens, desarrollada en nuestro linaje, permitió transmitir la experiencia acumulada por los padres sobre qué cosas hacer y cómo hacerlas de manera correcta.

Para ello, la evolución dotó a la mente de nuestros antepasados de una extraordinaria sensibilidad frente a las señales aprobación o reprobación social de la conducta. Esas señales desencadenan en los aprendices emociones de agrado y desagrado, que son procesadas como indicadores del valor objetivo de la conducta.

El origen de la innovación

Nuestra tesis propone que esta forma de comunicación valorativa surgió, al menos, hace un millón de años. Sirvió para estabilizar y mejorar la fabricación de herramientas en bifaz, características de la cultura lítica achelense.

Desde ese humilde comienzo, la psicología suadens condicionó la evolución cultural de las sociedades humanas. Tareas como la fabricación de un arco, la explotación de la tierra y la navegación, destrezas tecnocientíficas que han hecho posible nuestra expansión por el planeta, habrían sido imposibles sin la enseñanza suadens.

La huella de nuestra condición suadens también se aprecia en las tradiciones culturales no tecnológicas. Mantener tradiciones religiosas, normas, costumbres e instituciones que rijan el funcionamiento de las sociedades sería imposible sin esa interacción valorativa acerca de cómo debemos comportarnos.

Nuestra naturaleza suadens se ha valido de dos poderosos mecanismos para condicionar la dinámica de la cultura:

  1. La apariencia de objetividad de las tradiciones culturales

  2. El bienestar emocional obtenido mediante la aprobación social.

Por una parte, los seres humanos procesan las conductas que son aprobadas por su entorno social más próximo como adecuadas. Así se revisten de objetividad muchas tradiciones arbitrarias. Por otra, su comportamiento, condicionado por la búsqueda de esta aprobación social y la evitación del castigo, se orienta hacia la integración armoniosa en su entorno social, una poderosa fuente de bienestar.

Esta mezcla de objetividad y bienestar que impregna el mundo cultural es responsable de muchos fenómenos importantes en las sociedades humanas.

Unsplash, CC BY

Del 15M al nacionalismo catalán

Por ejemplo, el éxito de las agrupaciones sociales: desde las más sencillas asociaciones deportivas, clubes de fans y tribus urbanas, hasta los movimientos religiosos, políticos y populares como el 15M o las diadas nacionalistas en Cataluña. Nada de esto puede explicarse sin considerar ese bienestar que se deriva del reconocimiento social y del sentimiento subjetivo de veracidad que acompaña las creencias de la gente.

Otro tanto ocurre con la diversidad cultural presente en nuestras ciudades globalizadas, una mezcla paradójica de integración y aislamiento. Los seres humanos accedemos a la cultura de nuestro entorno utilizando la información valorativa que nos proporciona nuestro grupo social de referencia, formado principalmente por la familia, la pareja y los amigos.

Esa red microsocial de cada individuo se agrupa en otras más extensas que exhiben una cierta homogeneidad cultural. Sin embargo, dicha homogeneidad es compatible con la presencia en el mismo espacio social de otros grupos humanos con valores y tradiciones diferentes, siempre que las redes que definen esos grupos apenas se solapen.

Así se explica por qué pueden cohabitar en una misma ciudad, convencidos de la verdad de sus creencias, individuos pertenecientes a imaginarios culturales muy distintos, como si realmente fuesen inmunes a la influencia de los otros.


Este artículo ha sido escrito en colaboración con Miguel Ángel Castro, Dr. en Antropología Social, profesor de Bachillerato de la Consejería de Educación de la Comunidad de Madrid.


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