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Por qué no es lo mismo una ola de calor en Bilbao que en Sevilla

Aunque el episodio que hemos sufrido más de una semana en España es un claro ejemplo de larga, intensa y precoz ola de calor, no podemos denominar así a todos los eventos de altas temperaturas. Es cierto que lo importante es sobrellevar la incomodidad meteorológica del momento, pero ¿es necesario o tiene siquiera alguna importancia que lo llamemos ola de calor?

Casi nunca consideramos qué significa este concepto, qué consecuencias puede tener más allá de su duración, ni mucho menos nos preocupamos por su origen o sus características atmosféricas y climáticas.

Consecuencias de las olas de calor

Este tipo de fenómenos se caracterizan por temperaturas extremas que se encadenan durante varios días seguidos y pueden tener un impacto más o menos importante en la biodiversidad, la agricultura, e incluso en la salud humana.

En nuestro omnipresente clima mediterráneo, las más importantes por su frecuencia son las olas de calor y suelen verse agravadas en las ciudades por el efecto urbano.

La Organización Meteorológica Mundial (OMM) afirma que entre 1998 y 2017 más de 166 000 personas murieron como consecuencia de las olas de calor, incluyendo la de mayor intensidad de la historia reciente en Europa en el verano de 2003, cuando más de 70 000 personas fallecieron por causas directas relacionadas con este evento extremo.

Parece entonces fundado el interés en ser capaces de predecir tales fenómenos y poner en marcha o mejorar los sistemas de alerta temprana. Para eso hay que empezar por conocer, al menos, cómo fueron en el pasado, con qué frecuencia se produjeron y, si es posible, establecer una categorización en función de su intensidad.

Sin una definición clara

Aquí comienzan los problemas: no existe una definición clara, única y objetiva de qué es una ola de calor (o de frío). En España, AEMET utiliza sus propios criterios basados en la duración, intensidad y extensión espacial del fenómeno. Aunque vigentes, sencillos de aplicar y consecuentes con las indicaciones de la OMM, estos criterios son muchas veces poco representativos de una realidad climática cambiante.

Recientemente, hemos publicado un estudio donde analizamos la ocurrencia histórica de las olas de frío y calor en España desde una perspectiva diferente: consideramos también tres días de duración mínima (algo bastante consensuado globalmente), pero tomamos en cuenta los excesos simultáneos de temperatura máxima y mínima en el mismo día sobre un periodo histórico más amplio (1940-2012) con el fin de abarcar la mayor variabilidad climática posible.

¿Por qué hacemos más restrictivos los criterios? Pongamos un ejemplo: la temperatura máxima se suele alcanzar hacia el principio de la tarde, cuando el sol ya ha cruzado el cénit y la superficie terrestre comienza a emitir toda la energía almacenada por la radiación máxima hasta entonces. En ese momento, se pueden alcanzar registros récord por unas décimas si los comparamos con un periodo demasiado corto, cosa que puede ocurrir durante varios días seguidos y, por tanto, ser considerado como ola de calor sin que los efectos sean necesariamente muy extremos.

¿Qué pasa con las temperaturas mínimas (que no se consideran actualmente)? Estas suelen darse de madrugada, justo antes de la salida del sol, así que en realidad representan la sensación térmica a la hora de dormir. Seguro que el lector ya sabe lo que es encadenar más de tres días con temperaturas extremas durante el día y la noche. Implica no solo problemas para hacer vida normal, sino también para descansar. Ahora consideren cómo puede afectar esto a personas con patologías médicas previas, gente mayor y bebés, o grupos sociales vulnerables, entre otros.

Más olas de calor en ciudades más frescas

Resulta que, en lugares claramente calurosos en verano como Sevilla, Zaragoza y Almería, las olas de calor no son tan frecuentes, largas, o intensas como en otros lugares de la península. Por el contrario, ciudades como Santander y Bilbao experimentan eventos muy extremos las pocas veces que se producen.

Al contextualizar la definición de ola de calor o de frío en el propio clima local, relativizamos la magnitud del evento adaptándola a las condiciones térmicas habituales de ese lugar. La ola de calor que a alguien de Bilbao le parece asfixiante, puede ser relativamente normal para alguien de Sevilla.

Número medio de olas de calor (izquierda) y de frío (derecha) en la España peninsular (1940-2012), teniendo en cuenta las temperaturas máximas y mínimas. Serrano-Notivoli et al., 2022, Author provided

Nuestro estudio demostró, por ejemplo, que la ola de calor de 2003 fue excepcional en duración e intensidad en Barcelona y Santander, pero dentro de la normalidad de este tipo de eventos en Almería.

Sin embargo, sí se observó que la ola de frío de 1956, una de las más intensas del siglo pasado, fue muy extrema en prácticamente toda España por igual. Esto se debe a que la menor frecuencia de olas de frío en un clima de inviernos suaves como el nuestro implica impactos mucho más intensos, pues no estamos acostumbrados a temperaturas extremas negativas durante varios días. Por suerte, las olas de frío no son muy comunes en España.

Duración media, intensidad estacional y anual de las olas de calor (fila superior) y de frío (fila inferior) en tres ciudades españolas. Las flechas rojas y azules indican los valores correspondientes a la ola de calor de 2003 y la ola de frío de 1956, respectivamente. Serrano-Notivoli et al., 2022, Author provided

Temperaturas cada vez más altas

No obstante, esto no ha sido siempre así. Las tendencias en la frecuencia, duración e intensidad de todos los eventos mostraron un incremento generalizado de las olas de calor desde la segunda mitad del siglo pasado. De hecho, se constató un momento clave en la primera mitad de la década de los 80, cuando las olas de calor comienzan a hacerse más frecuentes, largas e intensas que las de frío. No solo eso, sino que el análisis de los patrones atmosféricos que dan lugar a estos eventos mostró que todas las situaciones en las que se dan olas de frío han disminuido su frecuencia, mientras que han aumentado las de aquellas que dan lugar a olas de calor extremas.

El clima es enormemente cambiante y resulta difícil comparar una ola de calor o de frío con las anteriores, simplemente porque nuestra memoria climática es muy corta. Pero los datos hablan, y muestran que vivimos un momento cada vez más difícil climáticamente.

Vamos a tener que lidiar más frecuentemente con situaciones que antes eran excepcionales y por eso es necesario conocer bien cuándo ser van a dar estos eventos y cómo serán, para estar preparados. Ya sabemos que una ola de calor o de frío no afecta por igual a todo el país, ahora toca evaluar en cada lugar la desigualdad de los impactos en los diferentes grupos sociales. Pero eso ya es un tema para otro artículo.

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