Los jabalíes no han sido los únicos animales salvajes en darse paseos, en ocasiones nocturnos, por los centros de las ciudades mientras el ser humano los observaba confinado desde su hogar.
Pavos reales, osos, corzos, patos, cabras y hasta delfines en la costa han campado a sus anchas por todo el país desde que empezase la cuarentena contemplada en el estado de alarma por la COVID-19.
La naturaleza siempre sigue adelante. En realidad, este territorio es tan suyo como nuestro, aunque nosotros lo hayamos invadido y modificado a lo largo de los años. A falta de seres humanos y de sus actividades, la fauna se dispersa de forma natural, buscando recursos de diversos tipos y ocupando nichos ahora disponibles.
Que los animales se muevan más libres por las calles, el campo y la costa no significa que se asienten en estos lugares de forma definitiva. El escenario más probable es que la fauna vuelva a la situación en la que se encontraba antes conforme el ser humano recupere paulatinamente sus actividades habituales.
¿Por qué vemos solo algunas especies?
¿Qué animales son más proclives a moverse por las ciudades o a acercarse a la costa en el mar? Existen dos elementos fundamentales que determinan la facilidad de los animales para interaccionar con los humanos o sus infraestructuras en este caso.
La capacidad de adaptabilidad a nuevos entornos. Esta se refiere a lo generalista o especialista que sea esa especie determinada. Las más generalistas en cuanto a sus requerimientos de hábitat y con posibilidades de alimentación más amplios tendrán un potencial de aclimatación más elevado que las más especialistas, tanto en lo referido a su hábitat como a su alimento.
La capacidad de tolerar las interferencias o de lidiar con ellas de manera más eficiente. Esto también confiere a algunos animales una ventaja frente a otros menos tolerantes.
El nivel de interferencia ha disminuido como consecuencia de factores como el menor tráfico de personas, vehículos y mascotas en las calles y la reducción del ruido y de la contaminación atmosférica. Por eso, aquellas especies que se encontraban en el límite pueden ahora reconquistar determinados espacios o franjas horarias determinadas en las que antes no era frecuente verlas.
Además de aves y mamíferos, más apreciables al ojo humano, los insectos también están más presentes estos días. Influye la disminución de la frecuencia e intensidad de las podas de los espacios verdes de las ciudades.
El concepto de generalista y especialista se aplica también a la flora. Habitualmente, el ser humano tiende a controlar la vegetación de las zonas verdes urbanas de manera que no parezca asilvestrada y no surjan las conocidas como malas hierbas. Pero estas malas hierbas suelen ser alimento de muchos insectos y otros invertebrados que ahora pueden recolonizar esos ambientes.
Reducción de la contaminación y el ruido
En la fase 0 del plan de desescalada toda la población tiene permitida la salida para pasear y hacer deporte en diferentes horarios según el grupo de edad.
Durante las primeras escapadas tuvimos una impresión diferente del entorno. La desaparición temporal de la mayor parte de la población humana ha contribuido a la reducción de los niveles de contaminación atmosférica y acústica.
Determinadas actividades biológicas como la reproducción pueden estar condicionadas por los niveles de contaminantes atmosféricos en el momento de la producción de los gametos, de la generación de los propágulos, los huevos o las crías. Por eso, el descenso de contaminantes en el aire podría propiciar esta actividad en la naturaleza, aunque todavía es pronto para valorar los efectos.
Además, se sabe que la contaminación afecta negativamente a la biodiversidad. Por tanto, una disminución de la contaminación es una buena noticia para los seres vivos.
En los ecosistemas acuáticos, por ejemplo, la disminución de la eutrofización mejora la calidad de las aguas y con ello la diversidad biológica. En los ecosistemas terrestres la caída de la contaminación, tanto del aire como de los suelos, acarrea efectos beneficiosos en la recuperación de la biodiversidad.
Por otro lado, la comunicación sonora es un elemento fundamental en el reino animal. La emisión de ruido en general y del tráfico en particular supone un reto añadido a las especies que coexisten con los humanos en medios antropizados.
Algunos grupos de especies pueden suplir la ineficacia de la comunicación sonora mediante elementos químicos, olfatorios o visuales. No obstante, se ha demostrado científicamente que el reto que supone a algunas sobreponerse al ruido ambiental tiene un efecto en la cantidad de energía que pueden destinar a otras funciones vitales.
El tráfico supone la emisión de otra serie de elementos contaminantes que también tienen un efecto sobre la fauna y la flora de las ciudades.
Previsiblemente, la disminución de ambos tipos de contaminación afecta a la biodiversidad de forma positiva. Es difícil de observar a corto plazo, pero, de seguir así, veremos los efectos en un tiempo.
Quizás esta situación también nos ayude a ver de otra manera el manejo de la biodiversidad en los ambientes urbanos y modulados por el ser humano: una manera que nos haga más tolerantes con una naturaleza más salvaje y que nos permita convivir con ella sin que nos moleste la presencia de otros seres vivos. Sin necesidad de que los ambientes sean totalmente asépticos y controlados por completo por la mano humana.