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Saber hablar en público: una asignatura imprescindible y todavía pendiente

Saber hablar y expresarse en público no es solamente una habilidad útil en el ámbito laboral. Va mucho más allá: sirve para desencadenar el pensamiento, para desarrollar la empatía y la escucha, y para conservar la energía que todos tenemos.

La convicción de que la comunicación verdadera y más completa pasa necesariamente por saber hablar en público me ha llevado a poner en marcha e impartir un curso llamado Secretos, Estrategias y Técnicas de Comunicación Oral. En este curso, que es voluntario para estudiantes de doctorado de cualquier área en la Universidad Complutense de Madrid, enseño a hablar en público, pero no como una simple técnica de persuasión o de imagen, sino como la puerta de entrada a conocer de verdad qué es comunicar.

Hablar en público presentando ideas, discursos o proyectos, dar una clase o contar una noticia: todas ellas son tareas que requieren formarse a fondo. La posición del cuerpo, el manejo de la voz, el contacto ocular, el uso de los gestos y de objetos o apoyos, la comunicación no verbal voluntaria o involuntaria, el paralenguaje, son un universo de conocimientos que hemos ido acumulando desde la Retórica griega y que marcan la diferencia entre un comunicador vivo y otro inerte.

Rodeados de malos comunicadores

La paradoja está en que en la era de la comunicación universal e infinita, la gente comunica mal, sin siquiera ser conscientes de ello: los locutores canturrean sus noticias con ripios constantes, los políticos expresan con sus manos o con su cuerpo la cerrazón o la vergüenza, los profesores matan de aburrimiento por redundancia a sus alumnos, y algunos actores anulan su expresión afectiva tras la toxina botulínica.

Sorprendentemente, las personas que hablan en público evitan el contacto auténtico con quienes les escuchan mediante un mal uso de los gestos, la mirada o el cuerpo.


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El silencio también comunica

Una de las cosas más curiosas que se aprende es a manejar y usar el silencio, o las pausas. Porque el silencio, sea verbal o sea gestual, sirve para comunicar. Es su juego con el sonido o con la señal visual el que va formando una expresión.

Se habla, por ejemplo, del “silencio hitleriano”, porque este dictador, maestro en el uso del principio de simplicidad, cautivaba a sus audiencias mirándolos fijamente durante minutos, sin abrir la boca. Y es que no hay nada más poderoso, al hablar en público, que el silencio verbal acompañado del contacto ocular con quien nos escucha.

La comunicación de la mirada

Porque hay otra paradoja que aprender, y es que comunicamos sobre todo con la mirada. Es en el contacto ocular donde está la empatía, y es mirando a los ojos de quienes nos escuchan como las personas conectan, responden y se sincronizan comunicativamente.

El nerviosismo y la inseguridad al ir a expresarse públicamente parten del hecho, entre otros, de que evitamos conectar visualmente con nuestra audiencia. Practicando la mirada hacia uno mismo, muestro a los estudiantes que, una vez superan la barrera de la mirada huidiza, entran en el fabuloso mundo de la verdadera comunicación. Esta es la clave y la guía para hablar con fluidez y con soltura.

La energía de la voz

Y si en la mirada conectada está la respuesta y la empatía, en la voz es donde está la energía de quien nos habla. Convence más una entonación, un timbre o un dinamismo vocal que mil tecnologías, inteligencias artificiales o autotunes.

Tanto en periodismo, que es mi área académica, como en política o en enseñanza, hay voces maravillosas que son un don de nacimiento. Trabajar la voz y su volumen puede servir para comunicar mejor la convicción, el compromiso y la capacidad.


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La carga informativa y la redundancia

Lo peor que puede ocurrirle a un orador en cualquier área es cansar a su audiencia, y esto es debido a la creación de redundancia y sobrecarga en la comunicación. La ley de carga informativa nos enseña que la proporción, la moderación y la sencillez son esenciales.

Todos los estudiantes hemos conocido a un profesor que vuelve una y otra vez sobre la misma idea, o que lee lentamente el texto de un power point que de un vistazo hemos captado hace un buen rato. Pero la redundancia y sobrecarga pueden no ser verbales.

Lo más repelente, en comunicación, es abusar de la tolerancia en la cooperación de quien intenta comprendernos, y podemos abusar visualmente cuando no paramos de movernos al hablar, repetimos un gesto sin parar, o nos agarramos a un podio, a un bolígrafo, insistentemente… Comunicar es un arte sujeto a las mismas leyes pitagóricas de la armonía y la medida, que afectan tanto al contenido como a la forma que este adquiere.

La energía del pensamiento

Y entre esas leyes, para terminar, hay una crucial. El desempeño de la comunicación oral auténtica genera frutos muy valiosos, y conserva cuanto expande. Es decir, al exteriorizar y materializar ideas e información, los conserva y refuerza. Einstein afirmaba que la energía que no se materializa no existe, según recoge Keith Crichtlow. Hablar en público enseña a pensar. Permite que la persona se vea a sí misma y reciba una respuesta a la que pueda adaptarse. Cuando volcamos nuestro interior al público, hacemos fluir el ciclo que lo enriquece y lo mantiene con vida, y aportamos más energía al mundo que nos rodea.

Por eso es tan importante introducir esta materia en las enseñanzas, porque de la comunicación con los demás no solo depende la imagen profesional, sino la comunicación auténtica con quienes nos escuchan, y con ella se abre la puerta a la comunicación con uno mismo.

La verdadera armonía de nuestro ser más profundo, y la simbiosis con el mundo que nos rodea, la verdadera unión y la solución de las necesidades y las carencias no atendidas en este mundo dependen de esa conexión que hoy en día descuidamos tanto.

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