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Taller de inteligencia colectiva en Medialab Prado. Medialan Prado, CC BY-SA

Tercer espacio: un nuevo ámbito para la identidad urbana

En una búsqueda rápida en Internet sobre los denominados terceros espacios o terceros lugares, uno se puede encontrar con artículos sobre espacios culturales como bibliotecas, entradas sobre nuevos espacios de coworking, o lo que según Wikipedia se ha escrito sobre ellos hasta ahora.

Todo ello evidencia que hay un uso excesivo y vulgarizado de los términos “terceros espacios/lugares”, y que lo mismo identifican iniciativas comerciales como el club privado Third Space Soho, la propuesta de la cadena de cafeterías Starbucks, centros culturales de titularidad pública como el Media Lab Prado de Madrid, o el High Line de Nueva York.

¿Qué tienen en común todos ellos? Poco, pero algo verdaderamente importante: todos buscan favorecer la interacción de la gente, algo necesario para la salud de la vida urbana contemporánea.

Mucho más que Starbucks

Pero ahondemos un poco más en lo que son los terceros espacios. Teóricos como Edward Soja (1996) o Homi Bhabha (2004) definieron el “tercer espacio” no tanto como un lugar físico, sino como un espacio mental, una forma de definir de manera muy precisa la condición del que habita en las urbes contemporáneas y que normalmente no proviene de ese lugar. Por tanto, su espacio mental no está ni en el lugar de origen ni en el de acogida, sino en otro tercero, mezcla de los dos anteriores, y de otras muchas circunstancias.

Esta noción, poco frecuentada cuando se habla de los terceros espacios, recoge muy bien el potencial de la ciudad en su totalidad, como un tercer espacio mental, donde los individuos se exponen a una suerte de serendipia, a la opción de lo inesperado y a la posibilidad de encontrarse con un otro diferente, que se convierta y les convierta en menos extraños. En definitiva, definen la esencia de lo urbano.

Desde una perspectiva más práctica, unos años antes, en la década de los 80, Ray Oldenburg, profesor emérito de sociología urbana, acuñó el término “tercer espacio” en su libro The Great Good Place (1989), para distinguir entre el primer lugar, el hogar y el segundo, el espacio de trabajo. Entre ambos, Oldenburg definió un tercer espacio complementario, dedicado a la vida social de la comunidad, donde la gente podía encontrarse, reunirse e interrelacionarse de manera informal.

Esta acepción es la que más ha contribuido al uso extendido de “los terceros lugares, o terceros espacios”, porque habla de su necesidad y de la respuesta concreta, que bien de forma dirigida, a través de la administración pública (la Biblioteca Mériadek en Burdeos), o de la iniciativa privada (Box Park, en Reino Unido), ha derivado en un creciente número de espacios de intermediación cultural con planteamientos más o menos efímeros: museos, centros culturales, fab labs, hacker spaces.

Se trata de espacios donde los usuarios pueden contribuir a la creación cultural y a su difusión, compartiendo esta responsabilidad que antes estaba reservada a las élites creadoras/productoras, y que ahora se encuentran democratizados. Son espacios donde, además, se incluyen lugares para el esparcimiento, donde comer y beber es posible, y hay cafés, bares, o cocinas comunales.

Matadero Madrid, del Ayuntamiento de Madrid, es ‘un gran laboratorio de creación actual interdisciplinar vinculado a la ciudad, un espacio generalista de intercambio de ideas sobre la cultura y los valores de la sociedad contemporánea, abierto a todos los campos de la creación, con el fin de favorecer el encuentro y el diálogo de los creadores entre sí y de éstos con el público’. Wikimedia Commons / Fred Romero, CC BY

Y esto es algo que la mayoría de los nuevos espacios de trabajo (como el de empresas como WeWork) también han incluido ya en sus propuestas de espacio con las que atraer a una fuerza de trabajo: los mileniales, que cada vez aprecian más ir a trabajar para interactuar con gente, como revela el estudio de la consultora de recursos humanos Manpower.

Quizás aquí el único riesgo es que estemos inundados por propuestas tan poco diferenciadas unas de otras que todo se asemeje a todo y se pierda la esencia que precisamente se buscaba, la legitimidad de lo auténtico.

Instagram, la nueva sala de estar

En un mundo donde crecientemente lo físico y lo digital convergen sin diferenciación, y donde el 5G presenta oportunidades de ubicuidad sin precedentes, convendría saber qué rol juegan como terceros lugares los entornos virtuales, desde vídeojuegos a Instagram.

¿Necesitamos ir a un espacio físico para subsanar nuestra necesidad de interacción si podemos hacerlo sentados en nuestra silla gamer desde la sala de estar? Y en entornos urbanos donde la movilidad es vista como un servicio básico, que nos permite desplazarnos sin interrumpir lo que hacemos, ya sea trabajar o hablar con nuestros familiares, ¿qué rol cumplen los nuevos players de movilidad, como Lyft, Uber o Cabify?

En los recientes conflictos entre VTC y taxis ha faltado una narrativa sobre el valor añadido que aportan en este sentido cualquiera de los protagonistas. Recordemos el “mambo taxi” de Mujeres al Borde de un Ataque de Nervios (1988) de Almodóvar, ese taxi plagado de servicios, y ese Guillermo Montesinos, el taxista, que coreografiaba un espacio de interacción, que difícilmente se equipara a lo que un Uber o Cabify ofrecen. Especialmente cuando estos permiten que viajen en ellos ciudadanos incapacitados para la conversación, que ni siquiera se molestan en dirigir la palabra al conductor, porque todo está gestionado previamente a través de una aplicación.

Secuencia del ‘Mambo taxi’ extraída de ‘Mujeres al borde de un ataque de nervios’ (Pedro Almodóvar, 1988). @ElDeseoPC

Es muy posible que los nativos cloud, de la generación 5G, accedan al tercer espacio any time, any where, sin necesidad de estos lugares de interacción diseñada, y que esto modifique toda la lógica alrededor de la sala de estar urbana donde se produce un diálogo con el otro. Nuestras ciudades deben estar listas para este reto.

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