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Tratarse con compasión, un eficaz recurso para afrontar el estrés en la infancia

Obtener altas calificaciones académicas, aprender a hablar inglés, dominar con destreza un instrumento musical, destacar en los deportes, encajar en el grupo de iguales…

En su día a día, los niños han de afrontar numerosas demandas que ponen a prueba su bienestar psicológico. Indudablemente, es deseable que, en su dosis adecuada, hijos y estudiantes hagan frente a estos desafíos, pues pueden ayudarles a crecer, a desarrollar sus talentos y potencialidades y, en definitiva, a prepararlos constructivamente para su vida adulta.

Sin embargo, estos estresores cotidianos suponen una espada de doble filo. El miedo al error, a no cumplir con las expectativas, más aún, si cabe, cuando dicho temor acaba consumándose, puede constituir el origen de un devastador diálogo interno.

“No valgo para nada”, “soy un fracaso”, “si no lo consigo, seré una decepción para mis padres/profesores”, “mis amigos/compañeros de clase se van a reír de mí”. Pensamientos de este tipo, sean o no verbalmente explícitos, suponen una seria amenaza para la autoestima y para la salud psicológica de los infantes. Favorecen la consolidación a largo plazo de estados afectivos desadaptativos, como los sentimientos de vergüenza y culpa o el desarrollo de trastornos depresivos o de ansiedad.

Aceptar los fallos

La autocrítica despiadada se fundamenta en la idea de que fallar es una clara evidencia de que somos seres imperfectos, carentes de valía y, en consecuencia, indignos de amor y aceptación, propia y ajena.

Desde la profunda convicción de que la gran mayoría de padres y profesores asumimos la labor educativa con el genuino afán de sembrar las bases para que nuestros hijos y estudiantes se conviertan en adultos felices y autorrealizados, tenemos la responsabilidad de dotarles de los recursos adecuados para la gestión adaptativa de las demandas, retos y obstáculos que afrontan en la vida cotidiana.

Desarrollar los músculos de la resiliencia

Dentro del abanico de recursos psicológicos que contribuyen a alimentar los “músculos de la resiliencia” infantil, en los últimos años ha emergido con fuerza el interés por el trabajo psicoeducativo basado en la autocompasión.

Por nuestro influjo cultural, el término autocompasión suele ser visto con suspicacia: en el imaginario popular se asocia a lástima, pena o debilidad.

Sin embargo, este planteamiento autoindulgente nada tiene que ver con la acepción psicológica de autocompasión.

Aceptar las limitaciones

La investigadora norteamericana Kristin Neff, pionera y referente en este campo, conceptualiza la autocompasión como una actitud respetuosa para con uno mismo, basada en la conexión con nuestro propio sufrimiento, así como con nuestras propias imperfecciones y limitaciones, procurando comprenderlas y aceptarlas con apertura y calidez.

Este afán por establecer una relación más armoniosa con nosotros mismos, afirma Neff, se asienta en tres pilares interdependientes: amabilidad autodirigida, humanidad compartida y mindfulness o capacidad de estar presentes en un momento y sus circunstancias.

El dolor como parte de la condición humana

La amabilidad autodirigida implica un sentimiento de cariño y cuidado hacia uno mismo, especialmente en momentos de sufrimiento, evitando la autocrítica destructiva.

La humanidad compartida supone tomar conciencia de que el sufrimiento es universal, lo que nos conecta de manera profunda con los demás seres humanos. Al fin y al cabo, todos atravesamos momentos difíciles en alguna etapa de nuestras vidas.

Por su parte, el componente de mindfulness compasivo entraña un estado de conciencia plena sobre nuestros propios sentimientos y pensamientos, aceptándolos de forma abierta, sin juzgarlos ni resistirse a ellos.

Las personas autocompasivas, por tanto, asumen que el dolor emocional es algo inherente a la condición humana, si bien no se quedan atrapadas por el sufrimiento, ni tampoco se resignan a él o se afanan por negarlo.

Actitud proactiva, no pasiva

Lejos de implicar un posicionamiento pasivo e indolente ante el sufrimiento, ser autocompasivo, en el sentido psicológico del término, conlleva, en realidad, una actitud eminentemente proactiva.

De la misma forma que cuando nos lastimamos una rodilla o un pie nuestra tendencia natural es cuidarlos para que vuelvan a estar sanos, las personas autocompasivas encuentran en el trato amable consigo mismas una vía eficiente para la automejora.

Asumen que, cuando están sufriendo (por ejemplo, por un resultado decepcionante o inesperado), lo natural no es reprocharse lo imperfectos o inferiores que son, sino tratar de aliviar el dolor que experimentan, entendiéndolo y aceptándolo como parte de la vida. Esta mirada ecuánime y conciliadora les permite aprender de lo vivido para no repetirlo.

Encarar los obstáculos con confianza

De hecho, aunque todavía incipientes, los estudios con población infantil constatan que los niños que tienden a tratarse con amor y amabilidad en momentos de sufrimiento suelen encarar las demandas, obstáculos y contratiempos cotidianos con optimismo y esperanza, tratan de encontrar la mejor forma de resolverlos (dedican tiempo a planificar qué y cómo lo harán, buscan información y consejo si lo creen necesario, etc.) y regulan mejor sus emociones.

Estos hallazgos son consistentes con los encontrados más ampliamente en poblaciones adolescentes y adultas, en las que la autocompasión se muestra como una vía eficaz para prevenir y reducir estados psicopatológicos y lograr altos niveles de bienestar psicológico.

Un recurso enseñable

La evidencia científica nos indica, así pues, que darse a uno mismo cariño y afecto constituye un recurso adaptativo en la infancia, cuyos réditos se prolongarán a lo largo de la vida.

En la medida en que este recurso es “enseñable”, la pelota está en nuestro tejado. Padres y maestros podemos y debemos ser el mejor ejemplo. Si de verdad queremos niños autocompasivos, seámoslo también nosotros. Cuidémonos para cuidar de ellos.

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